Ese extraño elemento llamado Robinho

 Por Alejandro Sancheski. (su blog) (su twitter)


«¿Sabes que Robinho es triatleta? Porque primero corre, luego bicicleta y luego nada»


Este chiste alcanzó gran popularidad aquel primer año de Robson en Madrid, su debut bajo la luna gaditana una noche de agosto dejó destellos del jugador que era y, a la misma vez, dejó una víctima por el camino: él mismo.
Tuvo partidos mucho mejores, mucho más competitivos, pero el regusto efectista de aquella noche, aquel fantasma, persiguió al brasileño durante años.
En un país acostumbrado al chascarrillo, Robinho pasó a ser conocido como El Pelé de Cádiz.
Llegó como el futbolista más prometedor de Brasil, se había proclamado campeón de la Liga Brasileña en 2002 y 2004 junto a su amigo Diego y desembarcaba en Europa con el reto de dar la razón a todas aquellas voces que hablaban de él como un futuro Balón de Oro.
Voces entre las que se encontraba la de Pelé, que lo situaba como su heredero futbolístico.
Y llegaba a un Real Madrid en construcción dirigido por Luxemburgo.
No fue una buena temporada para Robinho, los constantes cambios de posición y el fantasma de Cádiz hicieron que no llegará a alcanzar el nivel exhibido en el Santos.
Tras el despido de Luxemburgo llegó López Caro, que escoró al brasileño a banda derecha.
El resultado fue la reducción del fútbol de Robinho al desborde y centro.
Al año siguiente llegó Fabio Capello a la entidad blanca. No fue una tarea sencilla para Robinho, el italiano no confiaba en el talento defensivo del brasileño y no fue hasta la segunda vuelta cuando se asentó en la banda izquierda del Real Madrid.
Aunque contaba con demasiadas responsabilidades ofensivas y debía recorrer mucho terreno para encontrarse en el lugar del campo donde se sentía superior, hay que decir que ahí empezó a gestarse el gran Robinho de la temporada siguiente.
Había encontrado su sitio, que no era poco.



Ese Verano conquistaba la Copa América humillando a Argentina en la final, salía de Venezuela como máximo goleador y mejor jugador, Brasil ya era el equipo de Robinho y Kaká.
Y llegamos al principio de la temporada 2007. Bob Dylan recibía el premio Príncipe de Asturias, Alberto Contador conquistaba su primer Tour de Francia y el humorista Roberto Fontanarrosa nos dejaba.
Schuster llegaba al Real Madrid, y con él la mejor temporada de Robinho.
Sneijder partía del interior, desde donde iniciaba la jugada en conducción o dirigía el pase largo recibiendo en su perfil (aún más) bueno, el derecho.
Desde esa misma banda izquierda, y con la red de seguridad que proporcionaba tanto en ataque como en defensa el gran Diarra, Robinho hacía y deshacía a su antojo.
Mucho más liberado defensivamente, gestionaba todo el frente de ataque partiendo desde esa banda, ya fuera asociándose en corto, realizando el fuera-fuera o trazando la diagonal hacia el centro para buscar el disparo o el último pase.
Tras ese fabuloso primer año Robinho abandonaba la disciplina blanca.
El Real Madrid dejaba ir a su mejor futbolista y el brasileño decidía que no quería ser grande, una constante en su carrera deportiva.
Manchester fue el destino de Robinho, aunque su camiseta era de color azul y no roja.
En el City marcó 14 goles y realizó una gran temporada jugando por detrás del delantero, pero a mitad de la temporada siguiente se marchó cedido al Santos para poder jugar el Mundial de Sudáfrica.
El brasileño había desechado la posibilidad de entrar en el Olimpo del fútbol.
Su última parada es un Milan en horas bajas, donde ha sido crucial para la consecución del título de Liga.
Ya no es el mismo, seguramente dejó de serlo el día que cogió el avión camino a Manchester.
Querido e infravalorado a partes iguales, genio para algunos y bluf para otros, lo cierto es que aquel brasileño que vino del Santos fue un futbolista que condicionaba campeonatos.
Hoy día todavía es un elemento que decide partidos para su equipo.
Un extraño elemento llamado Robinho.