TROURO: "Lo leo seguro"

Lo que sigue es un extracto que Antonio Dopazo (Adrian Leverkühn) nos manda procedentes de su libro recién publicado junto a Francisco Ruiz Beltrán (Beltrán en futbolitis y otros blogs) y Miguel Canales (Roberto Baggio). El libro se titula Filosofía y manual de un entrenador de fútbol, y lo podéis encontrar en todo tipo de librerías (especialmente deportivas) publicado por la Editorial Wanceulen de Sevilla.

El prólogo corre a cargo del periodista deportivo Martí Perarnau.

FILOSOFÍA Y MANUAL DE UN ENTRENADOR DE FUTBOL



Adrian Leverkühn – Introducción:
Quienes hemos participado en la elaboración de este libro llevábamos ya bastante tiempo dejando ideas en los comentarios del blog Futbolitis. Algunos de nosotros incluso tuvimos que rechazar las amables propuestas de colaboración que nos hicieron nuestros amigos de la blogosfera para sus nuevos y prometedores proyectos. En mi caso esto no se produjo por falta de tiempo o interés, sino porque sentía que el mejor lugar para mí estaba en esos comentarios sueltos de Futbolitis, comentarios espontáneos pero meditados en los que se iba gestando una visión del fútbol que además era compartida de inmediato, en «tiempo real», con los demás lectores y comentaristas anónimos. En este caso, sin embargo, algo cambió. Desde el momento en que Francisco me mostró su propuesta supe que había llegado el momento de intentar algo más, de ver qué podíamos hacer con todo aquello. La idea de este libro estaba preparada con tanto cuidado y venía tan a tiempo que simplemente ya no se podía decir que no.


Este libro recoge las evoluciones singulares que algunos lectores de Futbolitis hemos tenido con el paso del tiempo, pero el origen está en ese feliz movimiento al que Marcos López se incorporó antes que nosotros, él a su vez movido pro ejemplos como el de Martí Perarnau, quien puso en relieve que otro periodismo era posible. Martí siempre tuvo la virtud de saber dirigir el vertiginoso torrente de actualidad a un remanso donde era posible seguir pensando en base a ciertos principios muy sólidos. No sólo no le restaba ningún brillo a lo nuevo, sino que además lo hacía digerible y permitía cierta perspectiva que a muchos nos permitió aprender algo acerca del fútbol. Más que en ningún otro blog, en el de Martí se hacía válido ese hermoso verso musical: the fundamental things apply as time goes by.


Por su parte, y desde un perfecto anonimato, recibido en noches de lectura intempestiva, Marcos fue dejando un reguero de análisis pre-partido obsesivos y casi proféticos que a mí en concreto me resultaron increíbles, pues no sólo suponían un soplo de aire fresco respecto a la prensa del sector que hacía compatible una afición a menudo inconfesable con el pensamiento, sino que además era una invitación a tomar el guante lanzado y atrevernos a poner por escrito que el fútbol es realmente algo ajeno al negocio y el opiáceo. Este libro es deudor de aquel trabajo apasionado y lleno de rigor que Martí, Marcos y su hermano Nicolás ofrecieron gratuitamente, y al que nosotros nos incorporamos como surfistas que toman una ola siempre ya empezada, quién sabe dónde o cuándo.


ÍNDICE:


Prólogo por Martí Perarnau


1ª Parte: Filosofía y Manual de un entrenador… ¡total!, por Francisco Ruiz Beltrán
1. ¿Todo vale?
2. Personas que forman un grupo de jugadores.
3. El sueño de un entrenador… ¡Mi sueño!
4. No se engañen, ¡lo importante es entrenar!
5. La vida del entrenador durante el ciclo semanal.
6. El entrenador total, la papeleta… posible.
7. Sobre las famosas rotaciones.
8. Los sistemas, ¿tan importantes?
9. La figura del director deportivo.
10. Confeccionar una plantilla… mucho más que elegir jugadores.
11. La importancia de la cantera en el equipo y en las plantillas.
12. El fútbol en manos de las televisiones, ¿y los profesionales?
13. Fútbol de base… mi visión.
14. A modo de resumen, ¿qué fútbol prefieres?


2ª Parte: El entrenador, ese incomprendido
* La psicología en el fútbol, por Miguel Canales
* José Mourinho: la gestación de una máquina ganadora, por Antonio Dopazo
* Cómo plantear un partido, por Francisco Ruiz Beltrán


3ª Parte: Artículos imprescindibles para los amantes del fútbol
* Del caos al modelo de juego: la máquina futbolística, por Antonio Dopazo
* Velocidades y lentitudes. Apuntes para una pequeña teoría del fútbol, por Antonio Dopazo
* El gran Milan de Arrigo Sacchi, por Miguel Canales
* Pensar el terreno de juego, por Antonio Dopazo
* Un equipo deportivamente grande, por Francisco Ruiz Beltrán
* El método del bombero (incluye análisis pre-partido clásicos de Miguel Canales y Marcos López)




EXTRACTO 1
La nube y el rayo. Lo diferencial en el fútbol de elite


Las mejoras en preparación táctica que ha experimentado el fútbol moderno tienden a llevar los partidos de alto nivel a un punto de partida en el que resulta difícil que ocurra algo significativo. Los ataques se realizan asegurando la recuperación del balón una vez se produzca la pérdida, haciendo así imposible el contraataque rival, y las defensas anticipan los movimientos cortando líneas de pase sin necesidad de hacer falta o marcar al hombre. Esta óptima ocupación de espacios da lugar a un orden estricto pero casi luctuoso; hemos visto este modelo en muchas grandes ocasiones: Barcelona-Chelsea, Inter-Man United, Chelsea-Liverpool, Man United-Chelsea o más recientemente el doble enfrentamiento entre Barcelona y Rubin Kazan. Las metáforas usuales son diversas, aunque todas aluden de un modo u otro a la ausencia de fluidez en las acciones: telaraña, alambrada, cenagal. Nosotros preferimos ver en este planteamiento la figura de una nube oscura de la que ocasionalmente, aquí o allá, pero en todo caso de forma difícilmente predecible, surgirá el rayo para precipitar la tormenta. Lo que define al fútbol moderno nos parece de este modo la creación de un modelo de control de todas las variables que, no obstante, alberga un crucial y privilegiado espacio para lo imprevisto.


La pregunta más difícil de responder es cuándo y por dónde se romperá la nube. Esto puede pasar muy pronto o no pasar en absoluto, pero siempre hay que tener presente que allí donde hay una parálisis causada por un exceso de orden puede emerger un rayo que precipite la tempestad. Este momento no tiene por qué revestir la forma de un gran acontecimiento, como el gol de Maradona a Inglaterra (hay pocos goles como ese pero muchos partidos similares). A menudo se iniciará mediante una acción pequeña, casi imperceptible: un rechace favorable, un jugador de gran zancada que emerge a trompicones desde la retaguardia (Abou Diaby, Touré Yayá), un balón suelto que alguien engatilla con primor (goles de Scholes y Essien al Barcelona en semifinales de Champions)… En fútbol, lo diferencial es precisamente esa desviación mínima o infinitamente pequeña que da lugar a unos efectos muy grandes (gol, expulsión, penalti, etc.) y rompe así la cadena de causas predecibles que llevan al inamovible cero a cero.




Del caos al orden


Lo cierto, sin embargo, es que hemos empezado por el final. Los partidos que forman una nube compacta sólo ocurren al más alto nivel; lo habitual es que el orden no cuaje de forma tan equilibrada y que uno de los dos equipos, e incluso ambos a la vez, rompan a su rival en una sucesión de ocasiones de gol. La pregunta con la que como entrenadores debemos comenzar no es cómo ganaremos los partidos de elite o qué romperá el equilibrio de una final, sino ante todo cómo construiremos a partir de la nada un equipo que nos permita estar presentes en esas grandes ocasiones.


La figura de la nube a la que antes hacíamos mención es un choque producido por exceso de orden, orden que previamente hemos tenido que producir y codificar. La nube es la figura de la abundancia de la que parte el fútbol de elite; cuando nos la encontremos, nos favorezca o no, sabremos que ya somos un equipo. Para llegar a ella, sin embargo, antes hay que llevar a cabo todo el trabajo de producción de ese orden, con todo lo que ello implica. Se trata ni más ni menos que de generar un modelo de juego y encarnarlo mediante once jugadores distintos.


Descendamos ahora a las profundidades del fútbol, manchémonos las manos de caos. Lo que vemos en el principio, antes de que surja cualquier equipo, es algo similar a lo que muchas veces ocurre en los patios masificados de los colegios cuando los niños son demasiado pequeños: una multitud desordenada de jugadores que patea el balón de acá para allá conforme le viene; una especie de pinball futbolístico donde parece imposible poder construir nada, donde todo el movimiento se derrama como por una gigantesca catarata. “No sé cómo disfrutan pegándole patadas a un balón”; “el fútbol es un sinsentido para gente sin cerebro”… todas estas frases hacen referencia a ese momento previo a la génesis cuya figura es un caos donde el movimiento se transmite a toda velocidad por inercia y choque. Este caos no tiene memoria; en él resulta imposible poder repetir nada porque siempre dependemos de que el balón llegue a nosotros y lo máximo que se puede hacer con él es patearlo conforme nos llega antes de que alguien nos triture una pierna. Gritamos para pedirla porque no hay nada construido de antemano; confiamos en ser los más fuertes pero siempre surge alguien más poderoso; en cualquier caso el fútbol se mueve aquí en un ámbito previo al del deporte de equipo: imposible bañarse dos veces en este río salvaje que cae por el plano inclinado.


Para empezar a construir algo, antes hay que ejercer un cuidado sobre ese movimiento que se derrocha y derrama a velocidad infinita: hay que albergarlo, retardarlo, contenerlo. Hacer un equipo es formar un torbellino estable en la vertiginosa bajada del caudal. Incluso los buenos jugadores de futbolín saben cuándo retener la pelota e imponer el ritmo de la partida. Está claro que el balón puede fluir a toda velocidad, pero ningún equipo surge sin antes ejercer un dominio sobre el ritmo. “¿Qué tipo de retardo impones al balón?” es la pregunta que delata a todo modelo de juego.


El caos no tiene memoria; se desarrolla sin más, y siempre acaba por envolverlo todo (¿cuántos partidos hemos visto retornar a este modelo del pelotazo hacia arriba?). Sin embargo, del propio caos emerge la posibilidad de construir algo temporalmente: aquí o allá se forman torbellinos estables a partir de una mínima desviación; de pronto el balón se pone a circular ordenadamente; de pronto entre dos jugadores surge una amistad de campo, una complicidad que se manifiesta en la repetición de las jugadas con las que ambos superan a sus adversarios y van generando un código propio. Esto ocurre ya en el patio del colegio y lo vemos continuamente en el fútbol de elite: Alves-Kanouté, Xavi-Fernando Torres, Iniesta-Messi, paredes rápidas, aperturas a banda sin mirar, balones largos al desmarque, diagonales, jugadas que residen en la memoria dinámica de los jugadores como circunstancias repetibles, como pequeñas islas de orden en un océano de caos: los famosos automatismos, que nosotros hemos preferido llamar torbellinos poniendo el énfasis en su surgimiento azarosamente localizado. Un rondo es la forma más básica de un torbellino, y constituye un ejercicio de purificación que recuerda al futbolista que hasta cierto punto él es dueño del ritmo, libre para
generar código junto a sus compañeros, y algo todavía más importante: que en la interrupción de ese caudal caótico no hay porqué renunciar a la velocidad. Recordemos el modelo de la peonza, que se mantiene más estable cuanto más rápidamente gira sobre su eje: su estabilidad se dice de su velocidad, confirmando que no por interrumpir ese libre flujo de caos donde el balón va de acá para allá hemos de renunciar a ser rápidos, incluso sin movernos. “Que acelere el balón, no los jugadores…”