Un tipo desgarbado que camina hacia la Alhambra, apenas color en la zamarra de franjas, porque el rojiblanco de hoy ya no es el de Granada, el de siempre: ahora nadie cree. Anquela es el hombre más discutido de la ciudad, nadie confía, está solo, y la paciencia de Enrique Pina se diluye como azucarillo en café caliente mientras el cuarto entrenador del proyecto suplica al nazarí que aguante junto al escudo que le brinde un reloj corriendo hacia atrás. Necesita tiempo. Observa desde las almenaras para descubrir la cadena entre los dedos de Tito Vilanova: salir del Camp Nou, aún con sangre en el rostro, equivale a un mes de trabajo. Algo de fe.

Los traumas de un vestuario son peñones en caminos nuevos: dificultan el tránsito evolutivo planteado por los recientes técnicos. El Barcelona-Granada enfrentará dos vestuarios parecidos en tanto que han acumulado pequeñas taras durante su desarrollo, ambos futbolísticas, ambos psicológicas: las que encara Tito obedecen a una respuesta táctica individual y colectiva de los adversarios ante la triple realidad culé: Xavi es el principal activo defensivo, el juego de posición refuerza cada patrón estructural de menor entidad, y la base del sistema ofensivo, su génesis y consecuencia, se fundamenta en la existencia de Messi. El trío Mourinho-Emery-Pellegrini, mientras el Barcelona caminaba, fue revelando el “cómo detenerles”: focalización en las líneas de pase sobre el 10, presión alta, marca intensiva a Xavi, desocupación defensiva de los costados, posesiones aisladas, utilización de especialistas, transiciones sólidas implicando al ladrón del balón en el despegue… Fueron medidas que Messi y Guardiola se encargado de diluir, pero quedaron restos. El Barcelona carece de cambio de ritmo grupal, no tiene respuesta ante adversidades iniciales, ha desarrollado una Leo-dependencia demasiado peligrosa, precisa de una calidad ofensiva brillante para no someter a Víctor Valdés al mano a mano continuo, y jamás lanza el balón en largo. Pep marchó al percibir que los vicios de su vestuario tras una temporada errática necesitaban modificar al gestor. 

Granada, en tanto, ha vivido ya tres vueltas de tuerca en apenas su primera temporada en la LFP desde hacía 35 años. Fabri, que avanzó desde el juego para encallar en las lagunas mentales que ofrecía un grupo heterogéneo y amigo de incidir en déficits de concentración y continuidad, propuso un equipo preparado para sufrir cualquier ambiente, una obra independiente a la posesión con argumentos sólidos que rescatar en cada fase del partido. Si el clásico líbero, Cruyff y Mourinho hoy realzaron la paradigmática condición de disponer una ventaja estratégica desde el inicio de la jugada, Fabri fue un peón adherido a la corriente táctica que, gracias a este Barça y a la Selección España, sitúa la primera decisión defensiva en el arranque rival –una tendencia que ni Inter ni Chelsea han conseguido volcar-. Fue un 4-3-3 que implicaba a su punta –Ighalo- en la formación progresiva de triángulos defensivos; más allá, un contragolpe eficiente que potenciaba a su mejor futbolista, Siqueira. Al acabar Fabri, Abel Resino adaptó un sistema más afín a las características de la Liga BBVA, era tendente a la posesión, y contra su transición defensiva compitió incluso el Rácing. Jaime Romero fue clave en un intercambio posicional veloz, profundo, en el último tercio. 

La llegada de Anquela, no obstante, suponía sobre el papel un giro radical hacia bases tácticas más moderadas, cierta reducción del intervencionismo técnico, un 4-4-2 que se prometía sudamericano al afinar la contratación de Floro Flores e Iriney como especialistas, y la de Orellana, El-Arabi y Torje en un rol de administración de las posesiones. Sin embargo, nos ha engañado a todos. El Granada de Anquela aún no ha catado la formación en torre, sino algo bien distinto, un horizonte próximo en formulación al de Fabri y que aún comparte algunos detalles con él, pero a su vez diferente. En sus primeros partidos afirmó una formación triangular de claroscuros y certezas, que condenaba a El-Arabi al destierro que supone jugar a pierna natural para los delanteros que sin ocupar el área la desean con todas sus fuerzas, y alejaba a Iriney de su rincón como mediocentro para ofrecerle una posición de interior desde la que decidir la dirección del balón resulta más complicado porque se arranca escorado. El propósito era, también, defender desde arriba, cediendo el 5 al más que trabajador Mikel Rico –cuya titularidad en el sistema no cabría de estar disponible Fran Rico, un centrojás tan tradicional como talentoso- y apoyándose en la idoneidad técnica de Iriney de cara a protegerse sin necesidad de implicar a los centrales. Yebda sería el centrocampista restante, pues suma a su capacidad física una batida de línea meritoria, pero cuando la enfermería llama…

Siempre es difícil competir contra el campeón en su estadio, aunque Anquela salió al Bernabéu con esquema y libreto a cuestas: Juanma Ortiz e Iriney perseguían a Modric hasta el primer pase y el Granada adelantaba la última línea. El Real exige claridad de ideas, vaciar a Alonso y paliar el desmarque de Ronaldo, y el plan se antojaba ambicioso, pero cayó estrepitosamente en un 3-0 floreciendo de la piedad del Madrid. Ahí sale a reducir el auténtico trauma interno del vestuario granadinista: fe; dejar de pelear en los barros de 2ª B para apenas en dos años enfrentarse una dupla de los mejores equipos jamás vistos acarrea una falta de fe en sí mismo, de convencimiento, de tensión, nociva. Es increíble, literalmente. Por ello Anquela debe haber trabajado a conciencia y fortalecido la silueta psicológica de su equipo: deben transmitir que en el partido no se parte derrotado. Pocchetino insiste en que preparar a un grupo humano para la batalla del interminable Camp Nou no radica sino en concienciarse de que al “hombres contra hombres” todos somos iguales: esperar en un ejercicio de concentración táctico-resistente brutal porque ellos también concederán una oportunidad de demostrar siquiera algo de igualdad. Y contra el vulnerable Barcelona de Christopher Nolan, añadir dosis concentradas de agresividad futbolística sólo puede resultar beneficioso.

¿Debe Anquela jugar en 4-3-3 ante Messi? Lo dejó atrás frente al Dépor, un encuentro mediocre jugado a rachas, las que produjo o permitió producir el Granada: Anquela situó a Orellana como enganche, y ligó al explosivo Torje a la cal para permitirle espaciar su recepción; en el costado opuesto, El-Arabi, también fijo. La conexión entre Iriney –ya como mediocentro- y el chileno se tradujo en un dominio inicial interesantísimo: Orellana era feliz jugueteando sobre la defensa de un oponente que no esperaba una referencia tan evidente, y la pareja Mainz-Íñigo López conseguía la segunda jugada de forma permanente para avanzar en lo explosivo del planteamiento. Al necesitar el delantero marroquí un contexto más afín que liberase su posición ultra-externa, Anquela condecoró a sus laterales con galones en forma de responsabilidad táctica: Siqueira jamás tuvo un peso demasiado específico en el sistema, ni con Fabri, ni con Abel, porque su condición de mejor futbolista de la plantilla demandaba no restringirle; pero se vio mejorado en un partidazo propio, habilitando continuamente su carrera al espacio, en el exterior.

En esa tesitura se encuadra el Barça-Graná, y lo cierto es que el parte de bajas favorece a los visitantes: Iniesta añade complejidad a la circulación barcelonista, y cambio de ritmo, pero no estará; enfocar a Messi resulta más sencillo, echándole contra los centrales, siendo anticipado, y Nyom y Siqueira jamás creerán a dos extremos tan simples porque lateralizar su juego es su punto de partida. Pero ¿cuánto conviene al Granada defender intentando incrustar a Messi en la telaraña de Iriney, Rico y los centrales y arañando a los miembros del doble pivote? El acierto técnico marca la diferencia, Granada cae. Más arriba aún, como Fabri, como el Anquela de sus primeros partidos, el aroma de Mascherano y Song es el olor de la debilidad: permitirles una conducción que les situé en zonas próximas a las del mediocentro, las suyas, sería ceder una superioridad palpable. A favor de los interiores que jugaron de centrales está que Antonio Floro Flores aún no aterrizó en España para exigirles carreras de seguimiento hasta Valdés.
Por último, un secreto: Brahimi. Es un centrocampista ideal para jugar en el Camp Nou: conduce desde atrás y deja rivales en el camino con la facilidad de quien juega con tanta confianza en sí mismo. ¿Se lo imaginan corriendo por la pradera solitaria que constituye el Barcelona tras perder el balón, él contra el mundo mientras Orellana, El-Arabi e Iriney planean asaltar el siguiente escalón ahora que Busquets ya no pelea arriba sino que duerme atrás? Quizá él sea el hombre que Anquela necesita para que su grupo se dé cuenta de que la derrota no es una cuestión de calidad: es un mérito.