TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A WEMBLEY

Había ya caído solemne la noche londinense aquél 20 de mayo de 1992. Parecía que nunca acabarían aquellos 39 escalones que conectaban el césped directamente con el palco de autoridades. Liderando la fila, el capitán Alexanco, sonreía mientras miraba a sus compañeros con la ilusión de haberlo logrado. Esos interminables escalones eran el ascenso definitivo a la gloria ansiada por el barcelonismo.

Atrás quedarían los sinsabores del Wankdorfstadion de Berna, cuando en 1961 los aficionados al Barça empezaron a odiar –literalmente- los palos y travesaños. Fue la primera final de la Copa de Europa que no disputaría el Real Madrid, eliminado a manos de los azulgranas en aquellos inolvidables octavos de final. Pero el Benfica y la madera impedirían que el conjunto dirigido entonces por el cántabro Enrique Orizaola levantara el cetro continental por vez primera. Ramallets, Foncho, Gensana, Gracia, Vergés, Garay, Kubala, Kocsis, Evaristo, Luisito Suárez y Czibor… Ellos no pudieron.
Casualidades o no del destino, en aquél mismo escenario suizo pero casi 7 años antes, Kocsis y Czibor habían sido protagonistas involuntarios de lo que se conoce como El Milagro de Berna, la final del Mundial de 1954 entre Alemania Federal y Hungría. Contra todo pronóstico los germanos vencieron por 3-2 a la mítica selección de los Magiares Mágicos entrenados por Gusztáv Sebes. Puede que aquél estadio estuviera maldito…
Pasarían 25 años hasta que el Barça volviese a disputar la final de la Copa de Europa. Y parecía que todo estaba casi maquiavélicamente ingeniado para que fuera la ocasión. “Esta vez sí” – era el sentir de los culés en la acogedora ciudad de Sevilla aquél a la postre infausto 7 mayo de 1986. Porque, efectivamente, se jugaba en casa. Y porque el rival era el Steaua de Bucarest. Sin embargo, tras llegar al final del encuentro y la prórroga con 0-0, los penalties marcarían el trágico sino de los Urruti, Gerardo, Migueli, Alexanco, Julio Alberto, Víctor Muñoz, Marquitos Alonso, Schuster, Pedraza, Archibald, Lobo Carrasco, Moratalla, Pichi Alonso…
En la distancia y atónito, como la multitud de barcelonistas congregados en el Sánchez Pizjuán y en cualquier rincón del planeta, el técnico inglés Terry Venables observaba cómo el desconocido portero del Steaua, Duckadam, era capaz de neutralizar los 4 lanzamientos rivales. Ni Alexanco, Pedraza, Pichi ni Marquitos. No había vuelta atrás. Por primera vez en la historia un conjunto de la Europa del Este se alzaba con la Copa de Europa. Fue una de las veladas más tristes del barcelonismo. Miles de aficionados volviendo cabizbajos y enmudecidos en autobuses, trenes y coches. Era como si el destino no quisiera que el conjunto fundado por Gamper se alzara aún con la orejona.
6 años más tarde llegaría la redención. Con un inconfundible 1-3-4-3 y el sufrimiento adscrito a la idiosincrasia azulgrana como bandera, el Barça acabaría ganando ante la Sampdoria por 1-0 con aquél golazo de Koeman de libre indirecto en el mágico minuto 111 de la prórroga. Un momento para la eternidad. El Dream Team de Cruyff se coronaba como merecía, a la altura de un fútbol exquisito y combinativo. El maestro holandés se convertía definitivamente en el hombre capaz de dar un giro en la historia y cambiar la inercia del club. Primero como jugador y posteriormente, de manera fundamental para entender lo que hoy es y representa el Barcelona, como entrenador.
Últimos escalones. “Por fin”, pensaba Alexanco. Todo el palco contemplaba un momento hasta entonces único y desconocido para los culés. La obra magna de Cruyff se había consagrado en el templo del fútbol. Allí donde los creadores de este deporte ganaron su único Mundial en 1966. Zubizarreta, Ferrer, Koeman, Nando, Eusebio, Guardiola, Bakero, Juan Carlos, Laudrup, Salinas, Stoichkov, Goikoetxea, el propio Alexanco… Ya iban a ser nombres para la leyenda.
19 primaveras y 3 Copas de Europa después, el mítico y viejo Wembley había dado lugar a un estadio de vanguardia emplazado en el mismo lugar pero sin las dos torres principales que presidían el exterior ni los 39 escalones que conectaban el campo con la tribuna principal. En su lugar, la modernidad de un arco de 133 m de longitud cubría al renovado santuario del fútbol europeo y mundial.
Entre medio, la pena visitó a los culés como ya no recordaban. Fue el 18 de mayo de 1994. Atenas, Capello y el Milan destrozaron a un Barcelona vanidoso y perezoso que venía de ganar con sufrimiento y mucho suspense su cuarta Liga consecutiva. Fue un contundente 4-0. Un resultado a veces es más cruel que cualquiera de las imágenes de aquél partido. Nadie quiere evocar uno de los días más oscuros en la historia contemporánea del club. Seguramente aquél fue el principio del fin de Cruyff como técnico en can Barça.
“Qué mejor escenario para sentar cátedra”, pensaría Pep Guardiola aquél 28 de mayo de 2011. Allí había disputado y conquistado la Copa de Europa como jugador, no exento de nervios como recordarían sus compañeros con el paso del tiempo. Ya como entrenador del primer equipo lucía en su mirada la firmeza y el compromiso de escribir algo bello con letras doradas. Así llevaría al equipo hasta la tercera Copa de Europa, lograda en el Olímpico de Roma, en su primera temporada al frente (2008-2009). Todos siguen recordando la asistencia de Xavi y el remate casi imposible de Messi con su preciada cabeza. Triplete que hizo posible la temporada perfecta a nivel de títulos.
Tres años antes, el Barça de Rijkaard había conquistado el cielo europeo desde París con una generación liderada por la magia de Ronaldinho, el hambre de Samuel Eto’o y las manos salvadoras de Víctor Valdés, entre otros artistas principales. Aquél gol de Belletti nos hizo volver a soñar despiertos. Fue una de las primeras noches europeas en que Andrés se convirtió en mago y reclamó un hueco entre los titulares. A sus 22 años dinamizó un centro del campo obtuso y atorado que Rijkaard había dejado en manos de Edmilson, Van Bommel y Deco –la nota diferencial en ese trío tan poco atractivo-. Ya Iniesta había estado excepcional en las semifinales ante el poderoso Milan en San Siro, dando muestras de una madurez asombrosa. 

Wembley podría significar la cuadratura perfecta del círculo. Pero había que demostrarlo. Con el balón como excusa y el 1-4-3-3 como estandarte de una filosofía trabajada desde la base, la Catedral del fútbol inglés fue testigo de una exhibición de juego posicional como prácticamente nunca se había visto en una final de tan elevada magnitud y repercusión. Valdés, Dani Alves, Piqué, Mascherano, Abidal, Busquets, Xavi, Iniesta, Pedro, Villa y Messi. 7 canteranos de inicio en el partido más trascendental de la Champions League. La superioridad azulgrana fue incontestable pese a la igualada de Rooney tras el tanto inicial de Pedro. En especial en una segunda parte de antología inaugurada con un soberbio disparo de Messi desde más allá de la frontal y el posterior escuadrazo de Villa. Además, la calidad futbolística, una vez concluido el encuentro, dio paso al rostro más humano y terrenal. Carles Puyol, el capitán, que había entrado sustituyendo al brasileño Dani Alves en el 88’, cedió la ocasión de levantar la Copa a Eric Abidal, que había sufrido un tumor semanas atrás. El francés, con su habitual garra y profesionalidad, alzó el trofeo hasta la más sublime eternidad. Esa fuerza que le permite hoy día seguir luchando por volver a vestirse de corto en un combate que va más allá del deporte. La vida misma. El círculo se completaba.
Todos los caminos llevaron a Wembley. De Berna a Sevilla. De Sevilla a Wembley. De Wembley a Atenas. De Atenas a París. De París a Roma. De Roma a Wembley. 112 años después el Barcelona podía presumir de haber entrado en la leyenda del fútbol continental con 4 Copas de Europa. Todas ellas en apenas 20 años incluyendo 3 en un lustro.
La nueva temporada invita a ilusionarnos y a renovar confianzas pese a la razonable incertidumbre que planea sobre el ambiente. La continuidad de un proyecto consolidado por Cruyff tras las semillas de Rinus Michels y Laureano Ruiz y perfeccionado por Guardiola tras los intervalos en ocasiones injustamente valorados de Van Gaal y Rijkaard, reside en Tito Vilanova. No sabemos aún qué nos deparará del todo este nuevo viejo Barça, pero sí sabemos que Wembley volverá a reunir a los dos finalistas de la Champions League allá por el 25 de mayo de 2013. Queda mucho, pero soñar es –aún- gratuito.
Ya saben, aunque suene osado. Todos los caminos llevan a Wembley.