Suele decirse que no hay manera de llegar a un destino que no se haya imaginado, así como no es posible conseguir nada que no se haya soñado previamente. El Athletic es un club que eligió vivir a partir de estas reflexiones con todas sus consecuencias. Y, a pesar de todo, hace felices a los suyos. Desde hace diecisiete meses lo dirige Marcelo Bielsa, un tipo suficientemente huraño y extravagante como para identificarse con semejante manera de vivir. Un artesano de la imaginación, un escultor de sueños, un fanático del vitalismo. Él también eligió una forma concreta de vivir con todas sus consecuencias. Sufre de incomprensión, se le teme por majadero, se le acusa de locura. Y, a pesar de todo, hace felices a los suyos. 

Bielsa y su Athletic caminan con el despiste encantador de quien tiene el techo de cristal. Después de una temporada histórica por inolvidable, padecen de resaca por fatiga. Un equipo y un pueblo ilusionados muy por encima de sus posibilidades alcanzaron dos finales por puro entusiasmo de vivir. También hubo motivos futbolísticos, qué duda cabe, pero espero que se nos permita a estas alturas la licencia de empezar por los primeros para narrar la epopeya. Aquello no tuvo el final para el que nos habían preparado y desde entonces se ha desatado una curiosa competencia en el entorno del club que consiste en comprobar quién es capaz de hacer o decir el disparate más grande. Y en ésas estamos, con varios participantes destacados en el juego… 
El equipo arrancó la temporada perturbado en varios frentes y con un evidente riesgo de división interna. Cuando las sospechas seducen la mente, la mirada pasa por alto las certezas. Así que nos pusimos todos a aportar nuestra particular hipótesis, mientras desde fuera jaleaban el espectáculo: el entrenador debe de está forzando su despido por aquí; Llorente no se habla con el entrenador por allá; el club presiona a su estrella e impone que no juegue por acullá. Una conjunción de despropósitos, una cena de los idiotas en toda regla, una vergüenza que tardaremos tiempo en olvidar. 
Sólo el fútbol nos devuelve una cierta sensación de normalidad. Y sobre el campo nos encontramos otro tipo de dificultades. El equipo no cuenta con sus dos mejores futbolistas de la temporada pasada: Javi Martínez, que permitía el lujo de defender muy arriba y la ventaja de llevar la pelota a la segunda línea de ataque en buenas condiciones; y Fernando Llorente, quien, además de marcar muchos goles, fijaba a la zaga rival y habilitaba espacios y continuidades que hoy no existen. Los dos convertían al Athletic, con todos sus defectos estructurales, en algo parecido a un virtuoso de la cuerda floja. Ambos hacían mucho mejores a sus compañeros. Más allá de otras consideraciones, se les echa mucho de menos. 
Pero volvamos al inicio. Este Athletic es el equipo de Marcelo Bielsa, y no iba a renunciar a sus principios así como así. No hay marcha atrás en el tablero. La casilla de salida la hicimos reserva natural y los dados eran de algodón de azúcar. De manera que seguimos adelante como si nada hubiese sucedido: balón al piso, seguimiento de la marca al hombre que ha entrado en tu zona de influencia hasta el final de la jugada, triangulaciones constantes y automatizadas, invitación al rival a achicar, desmarques al espacio para ser profundos, etcétera. Hay quien le llama rigidez o cabezonería; muchos lo rechazan por no ser competitivo. Miren, nadie dijo que ser coherente exija triunfar en la vida. Ser feliz es bastante más complicado que todo eso. 
Total, que este FC Barcelona-Athletic Club nos va a dibujar un escenario muy próximo a lo que todos más o menos podemos imaginar. No hay comodines ni ases bajo la manga. Se enfrentan dos equipos con una idea de juego muy clara que forzosamente están modulando por los cambios que han debido afrontar este verano. Un duelo clásico con una zanja cada vez mayor que separa el nivel de ambos. Si a uno le obligan a designar a su némesis, desprovista del carácter retributivo de la divinidad original, el Athletic de mi generación no tendría más remedio que nombrar al Barcelona, responsable de las derrotas más abultadas de toda nuestra historia, y también de las más dolorosas de nuestra edad reciente. 
Poco puede oponer hoy el Athletic a este Barça, que compite y gana para satisfacer el hambre siguiendo un camino que enorgullece el alma. Ni siquiera una pretendida visión romántica de este mundo, un sentimiento de pertenencia que subraye el carácter especial de un pueblo, porque también en eso disfrutan de un mayor sustento espiritual. Y a estas alturas de texto todavía no nos hemos referido a Lio Messi…

Visitamos al Barça en plena decadencia de nuestras ilusiones, bajo tratamiento de rehabilitación, y conscientes de enfrentar un rival que nos gana en (casi) todo. Músculos preparados para la tensión, gesto grave, mueca de ensayo, aterriza el Athletic sin asustar. Pero, ¡qué demonios! ¿Les he contado lo que estoy soñando últimamente? Pues miren, resulta que al Athletic le tocaba jugar en el Camp Nou y de repente…