Por Jordi Iglesias, Chopi

En un San Siro desangelado, medio vacío y lejos del ambiente de gala de las grandes tardes y noches del que es uno de los reyes del viejo continente, hubo espacio para el arte. La libre expresión de un gladiador del gol que raramente ofrece finuras y florituras en la definición. 


Sin rastro alguno de manierismo en su juego habitual, sorprendió a propios y extraños con una acción de fantasía que sentenció un partido ante el Bolonia que se iba complicando, en la línea de un Milan irregular en plena fase de regeneración y reconstrucción. Buscando sus raíces y una identidad en medio de la niebla de la transición y la incertidumbre.

Pazzini, que con esa obra preciosista lograba un doblete en su cuenta, es un rematador puro con el gol entre ceja y ceja. Un delantero poco asociativo y con problemas a la hora de relacionarse con el juego y el colectivo que incluso tiene dificultades para descargar el juego de cara. No es una garantía muy fiable en el juego directo. Pero está ahí, dispuesto a buscarse la vida para sumar a su cuenta. Para un equipo en el que El Shaarawy prácticamente estaba monopolizando el apartado goleador, es una buena noticia que Pazzo vuelva por sus fueros, aunque algunos quizás se pregunten por qué solo marca a los rossoblu (5 goles en la presente liga). 
Tres puntos más para la entidad rossoneri, en plena lucha por los puestos europeos, con más efectividad que brillo y ante la expectativa de recibir con los brazos abiertos a uno de sus ídolos más recientes. Un viejo conocido que apenas danza en el verde tapiz de la Primera División como sí lo hacía en Serie A: Kaká. No sabemos si esta posible llegada o la pieza de valor que ha firmado Pazzini simbolizarán el inicio una especie de Renacimiento futbolístico y social -de cara a la afición sobre todo-. No parece probable, desde luego. Pero sí sabemos que el Milan, a lo pazzo, hoy vive mejor.