Pasa un tiempo desde que los multimillonarios dueños desembarcan en un club, hasta que se dan cuenta que la clave del éxito del proyecto estará en darle estabilidad desde el banquillo. Pasó en el Chelsea, pasará en el City y ha pasado en el París Saint Germain. Carlo Ancelotti es su nombre, y no es un nombre cualquiera. Nada más y nada menos que uno de los mejores técnicos de la década. Arquitecto de un Milan que aún sirve como referencia de los grandes, y el único en ganar una Premier con el Chelsea después de Mourinho, ahora su reto es hacer creíble un proyecto de nacimiento extravagante.

Hay ex-futbolistas que sorprende que se hagan entrenadores, otros en los que se intuye que más que una vocación, se tarta de recorrer un camino cómodo y a menudo casi marcado, pero hay otros que nacieron para ello. Cualquiera que viera jugar al bueno de Carlo, sabe que es de estos últimos.

Aunque su carrera como futbolista empezó en Parma, la mayor parte de su trayectoria transcurrió entre la Roma, donde viendo a Di Bartolomei empezó a imaginarse a Pirlo, y en el Milan de Arrigo Sacchi. Comandante en el mediocampo de aquel equipo histórico junto a Rijkaard, Ancelotti tomaba nota de cómo utilizar la defensa como arma atacante.

Todo eso se pudo ver en su Milan, o mejor dicho, en sus dos Milans. El primero, el del 4-4-2 con rombo en la media, en el que Gattusso y Seedorf custodiaban a un mediocentro tan especial como Pirlo. Por delante Rui Costa o Kaka’ y arriba Inzaghi y Shevchenko, la pesadilla de Rijkaard en esa partida de ajedrez que protagonizaron en aquella semifinal de la Champions los otrora compañeros. Ese primer Milan de Ancelotti ganó una Champions, y a las puertas estuvo de otra de no haber mediado el milagro de aquel joven Liverpool de Benítez.

Entonces vino la sonada salida de Shevchenko al Chelsea de Abramovich y Mourinho, y el volantazo de entrenador de Ancelotti. De gran entrenador. Los inicios costaron, no vamos a descubrir ahora el peso que podía tener un jugador como el ucraniano. Ni Gilardino, ni Inzaghi ni el brasileño Oliveira se acercaban a las cifras de Sheva, así que Carlo optó por rentabilidad recursos. Si el equipo goleaba menos, también encajaría menos, y diseñó una suerte de 4-3-2-1 en el que Ambrosini entraba para reforzar la media y equilibrar el desgaste que ya tenía el siempre genial Seedorf. El holandés adelantaría hasta la mediapunta para, con menos responsabilidades en el retorno, empujar a un Kaka’ que ahora tomaba el mando. Ese segundo Milan volvió a alzarse con la orejona, vengando en la final ante el Liverpool, la dolorosa derrota de dos temporadas atrás.

Después aterrizó en Londres, donde logró levantar la Premier con autoridad, y ahora, cuando creíamos que su nombre cada vez sonaría más como un eco lejano, vuelve con otros dos ex-milanistas, a la cabeza del próximo rival del Barça en Europa. Tanto como jugador, como ahora en su etapa en los banquillos, la Champions siempre fue su casa. El lugar de los grandes.