JUGAR AL FÚTBOL AL BORDE DEL ABISMO

«La explicación correcta es, sin embargo, que un gran demonio le ha poseído y que la infinidad de los pequeños se acerca para servir al grande» Kafka

Y el más grande de los demonios encontró por fin la salida del laberinto. Messi apareció, bufando como un toro, agarró el hilo de Ariadna y lo utilizó para estrangular al Milan hasta llenarse las manos de sangre. Es cierto que no estaba solo pero, con permiso de Busquets y Mascherano, Messi ha volado por encima del partido. O lo que es lo mismo, a la altura de su leyenda. En el último mes el argentino se había arrastrado por el campo, apenas una sombra de sí mismo, y en la fase plomiza del Barça su ausencia generó un vacío que hizo tambalearse toda la estructura mental de un equipo sin timón. Sin embargo, Messi es al mismo tiempo la herida y el cuchillo. Parece difícil dudar de cualquier colectivo que actúe bajo la égida del mejor jugador de la historia.

Declaración de intenciones

Desde la alineación quedaron claros varios propósitos que explican el planteamiento azulgrana pero que también sugieren alguna reflexión incómoda; los podemos resumir en los nombres de Mascherano, Pedro y Thiago.

En primer lugar, la entrada de Mascherano en el lugar de Puyol tenía mucho sentido futbolístico, aunque la influencia moral del capitán de capitanes aún pesa en el conjunto. El mensaje estaba claro: Roura-Vilanova preveían desnudarse desde la defensa de tres y confiaban en el único hombre de la plantilla que por físico y talento es capaz de correr hacia atrás y hacia adelante con la misma solvencia. Es anticipación pura y dura, la única virtud de elite que ha podido reciclar a su rol defensivo, y le basta. Mascherano, mediocampista reconvertido a central apaga fuegos, tras un año de soportar críticas poco matizadas, ha cuajado un partido superlativo cuando más se le necesitaba.

Si Mascherano nos daba la clave de la defensa de tres, Pedro sugería el comportamiento de las bandas. Hace tiempo que Dani Alves superó a Jordi Alba en potencial ofensivo por la sencilla razón de que es el lateral del mundo más influyente en el juego posicional. Teniendo en cuenta que Villa desde la izquierda no produce, y que la derecha había de quedar de libre para Dani Alves, el dibujo parecía quedar claro, con todo el frente de ataque fijado para Messi. Pedro en banda izquierda nos hacía intuir un Iniesta con libertad para decidir dónde era más necesario, y por fin Villa sería el nueve que Messi parecía reclamar. El pase en largo de Mascherano hacia Alves, virtud que poco a poco está afinando, daría una salida clara en cualquier circunstancia.

El caso de Thiagoha sido un mazazo. Confieso que al conocer la alineación del Barça lamenté mucho ver a Alexis en el banquillo, pero quedé sin palabras al ver a Thiago en la grada. ¿Cuál era la intención del cuerpo técnico? Quién más, quien menos, reconoce que Thiago es el mediocampista más capacitado del Barça para mover la pelota en la frontal del área frente a defensas cerradas. Se puede comprender la apuesta por Xavi, pero cuesta adivinar que nadie valorase la necesidad de un revulsivo capaz de resolver desde el uno contra uno. Si el palo de Niang hubiera ido dentro a lo mejor nos hubiéramos lamentado de no encontrar a Thiago en el banquillo. Por otra parte, la gestión humana es nefasta. Quizá Xavi aún pueda darnos buenos partidos en entornos concretos durante un par de años, pero el futuro pasa por Thiago, y hoy se le ha mandado un mensaje que quizá, solo quizá, el chaval esté dispuesto a considerar.

Los once cabrones de siempre

En esencia, el once del Barça nos hablaba de una apuesta muy clara por dos conceptos: la agitación intelectual y la grandeza. Si comenzamos por el último, lo primero que salta a la vista es que Roura y Tito repitieron el once que ganó la Champions contra el Manchester, con la salvedad obligada de Alba por Abidal. A día de hoy Alexises más que Villa y Pedro, por su intensidad, por la profundidad de sus desmarques y por la atención desmesurada que precisa. Pero el Barça salió con delanteros que tienen memoria reciente de goles en noches grandes. Por las mismas, Xavi e Iniesta de interiores reforzaban la idea de la madurez victoriosa, pilares de un equipo dispuesto a asumir la responsabilidad sin quedar marcados por una eventual derrota. Quizá eso explique que Cesc y Alexis hayan sido protegidos. Desde varios puntos de vista su aportación tenía mucho sentido; desde la memoria de las grandes noches culé, era el momento de que cerrasen el círculo quienes lo habían iniciado. Para bien o para mal.

La agitación intelectual es la clave táctica del partido. Nada demasiado exigente, pero muchos pequeños fuegos. Parece que Tito-Roura han querido poner a prueba la capacidad del Milan para defender varios posibles frentes de actividad, con resultado de fracaso total de los italianos. Como no podía ser de otro modo, digámoslo sin miedo. El Milan ha defendido mal porque ha atacado regular, pero tampoco defiende bien en el Calcio. Era impensable que los de Allegripudieran hacer frente a un Barça creciente sin lograr descansar, bien con el dominio espacial, bien con fases de posesión de calidad. Cada chispa que prendía el Barça amenazaba con iniciar un incendio en la pradera rossonera.

De entre los diversos frentes de agitación ofensiva del Barça es más llamativo ha sido Dani Alves, que ejerció una influencia posicional tremenda en la primera parte. Se hinchó a recibir pases en largo, estirando al Milan constantemente, pero casi nunca buscó encarar, y tampoco abusó de la asociación con Messi. Hoy la cosa iba de recibir y centrar; si bien el centro de Dani Alves no es diferencial, siempre complica la vida porque llega demasiado bajo para despejar cómodamente de cabeza. Y ya no está Thiago Silva para convertir cualquier balón en plastilina. La consigna parecía clara: con Villa entre centrales no se podía regalar la línea de fondo al Barça, así que al Milan se le obliga, con un gesto sencillo, a estirarse y bascular para impedir un centro cómodo. Alves no es Beckham, pero tampoco se le puede permitir que piense demasiado.

Aunque Dani Alves requirió mucha atención, el partido de Messi fue un poquito insultante. No hacia el Milan, que en el minuto cinco ya tenía noticias del naufragio de Ambrosini, sino insultante hacia los aficionados que sufrieron en las derrotas frente al Madrid. Perdónenme si sugiero que algo ha tenido que ver la pura voluntad de Leo por imponerse. Ha mordido tras pérdida, ha respetado la base de la jugada, ha caído a derecha cuando hacía falta, ha sido extremadamente generoso cerca del área y ha buscado el gol del modo más sencillo posible. No quiero decir que Messi hubiera caído en la desidia últimamente, pero quizá sí en ciertos comportamientos rutinarios, relacionados, justo es decirlo, con la incapacidad de Xavi para girar sistemas defensivos cerrados.
En cualquier caso, Messi se ha exhibido. No estoy muy seguro de que la presencia de Villa haya tenido demasiado que ver, aunque el ordenamiento táctico del Barça ha privilegiado que Messi mirase a los ojos de Mexes y no a los de Ambrosini. Creo que la clave para comprender la recuperación de Messi tiene que ver con el funcionamiento del colectivo; durante mucho tiempo todos vimos que el equipo le daba muy poco con lo que trabajar hasta que, finalmente, dejó de hacer magia y comenzó a comportarse de manera errática. Hoy el colectivo le ha dado mucho a Messi, y este se lo ha devuelto todo.

¿Qué es lo que le ha dado el Barça a Messi? Un contexto basado en crear superioridades, la vieja receta culé, agruparse en torno al balón para moverlo hasta que haya grietas. Iniesta y Xavi son tanto causa como consecuencia, pero su comportamiento suele reflejar el trabajo del conjunto. Quizá no hayamos terminado de salir del bajón de juego del último mes, pero hemos vuelto a ver flotar a Xavi entre la mediapunta y la base, sin abusar de la horizontalidad. Hemos visto a Iniesta de interior ofensivo, ejerciendo de catalizador y no de chico para todo. En la segunda parte aparece Jordi Alba atacar sin apenas medir el timing, abusando de físico, abusando de todos. Roberto Carlos redivivo. Y el partido de Pedro, sin ser ni mucho menos notable, ha tenido bastante que ver con la sinergia del medio campo.

Dani Alves, Villa, Pedro, Xavi, Iniesta, Jordi Alba…, tanto talento desatado al servicio de Messi implicaba un peaje. Hoy el Barça ha convivido con el acero frío lamiendo su espalda, con la certeza de que sus tobillos colgaban al borde del vacío. La sensación nos resulta conocida. Y bastante reciente.

La memoria del abismo

El Barça ya no puede ganar los partidos destruyendo a los rivales con la mirada. Eso se quedó en 2011. Como los dioses de Mundodisco, la ficción del poder absoluto solo funciona mientras alguien crea en ella. Ante la certeza de la rebelión de las masas, Tito Vilanova decidió en 2012 desnudar las transiciones para fabricar verticalidad allí donde la horizontalidad se había vuelto aburrida y previsible. Tras su recaída en el cáncer, sea por casualidad o no, la posesión se convirtió cada vez más en rutina sin profundidad, con el agravante de que la transición defensiva parecía más endeble que nunca. Se intentó solucionar regresando a la posesión de seguridad, lo que incidió en adormecer el ansia de gol del Barça. Catástrofe.

Hoy hemos regresado a la casilla de salida de la era de Tito, si nos olvidamos de aquellos jugueteos iniciales con el doble pivote. Hemos regresado a la espalda descubierta, a las puertas franqueadas y a la invitación al intercambio de golpes. Quizá el contexto emocional del partido no aceptaba ningún otro planteamiento, pero la sensación ha sido ambigua. Se resume, quizá, en una frase: Bojan y Robinho 2013 han estado a punto de meter al Milan en cuartos de final. Robinho ha sabido castigar en 10 minutos el filón que quedaba a la espalda de Xavi, y los huecos han aparecido. Decenas de metros sin cubrir a partir del minuto 80 que no costaron un gol gracias a la velocidad de reacción de Jordi Alba. El brasileño será siempre grandísimo, aunque la jugada de la última falta le delata: está en el equipo en que debe, independientemente de que no haya diez jugadores en el mundo tan talentosos como él.

Solo Robinho ha sido capaz de explotar un par de veces la debilidad de la transición defensiva del Barça, aquella por la que Mascherano figuró en el once inicial, amén de su capacidad para conectar en largo con Dani Alves. Toca entonces, para rematar el artículo, destacar el desempeño de los dos grandes triunfadores de la noche, Messi aparte. Busquets y Mascherano, cuyo baile con el vacío explica el partido mucho más de lo que puede hacerlo el toque de seda de Iniesta.

Comencemos por Busquets. La presión del Barça ha sido efectiva por coraje e insistencia, pero no por la calidad de la pérdida. Estamos mejor que hace un mes y peor que hace tres. Sin embargo, durante los primeros diez minutos del partido Sergio Busquets sostuvo la presión por sí sólo, encimando a los medios rivales sin permitir que ni uno solo se girase con comodidad. Un auténtico one man army. Como en las películas malas en las que el héroe se mete en una habitación y las paredes comienzan a estrecharse hasta aplastarle, así se tuvo que sentir el Milan con Sergio Busquets en el cogote. Un muro con pinchos que mantuvo en pie al medio campo del Barça pese a sus muchas debilidades. Para cuando el Milan quiso respirar, ya era tarde: Xavi e Iniesta se habían instalado en la frontal. Desde ahí, se sucedieron robos de balón que tienen que ver con Mascherano, Iniesta, Jordi Alba… pero la altura en la que se lograron, y el hecho de que implicasen goles, no puede explicarse sin el despliegue de Busquets.

Y terminemos por Mascherano, gloria eterna. Una de mis debilidades, quizá el jugador que me gustaría que heredase los galones del capitán. Un hombre infravalorado, al que se le exige más de lo razonable. Hoy, entre Busquets y Mascherano liquidaron al Milan. Sé que debería hablar del salto en que mide mal y provoca la ocasión de Niang, pero, la verdad, me apetece bien poco; fue la excepción que confirmó la regla. Las anticipaciones de Masche destruyeron casi todas las opciones ofensivas del Milan, su salida en largo fue oxígeno y su verticalidad en el pase corto rompió líneas de presión con mucha facilidad. De hecho, cuando Puyol entró en lugar del argentino el Barça se aculó sin que nadie se atreviera a salir a la presión. Mascherano completó, desde mi punto de vista, el mejor partido desde que está en el Barça. Tras un año difícil queda claro que cuando hagan falta hombres Mascherano siempre dará un paso al frente.