Por lo general se aprecia antes la virtud ofensiva que la defensiva, el contacto con el cuero que el movimiento sin él. La relación con el balón, tan estética en los pies de los que mejor lo tratan, es el deleite más accesible para el espectador de un partido de fútbol, hasta el punto de condicionar de tal forma el lenguaje que usamos para describirlo que la “técnica” parece atender tan solo al manejo de la pelota. Pero este es un juego infinito que halla sus ventajas en los rincones más insospechados y la técnica, que en esencia identifica la habilidad para conseguir cualquier cosa y no entiende de paladares estéticos, dista mucho de limitarse al trato con el esférico.

El fútbol cuenta también con grandes artistas de la carga, el robo, el corte y el rechace. La intervención defensiva precisa es una virtud de enorme transcendència sobre el césped que exige una técnica depurada al alcance de un reducido gremio de virtuosos. Incluso el Barça, que mima como nadie la precisión en el trato con el balón, encuentra en la técnica defensiva de Sergio Busquets un baluarte fundamental para su juego. Ese juego que en París sufrió la gran precisión defensiva de los rivales, que si bien no la contaban de forma generalizada entre sus filas sí la lucían con generosidad en algunas piezas clave que Ancelotti supo administrar con inteligencia. Thiago Silva imperó en las puertas del área y Blaise Matuidi impuso su ley en el mediocampo, donde fue capaz de reducir la incidencia técnica de Andrés Iniesta a un nivel muy poco habitual.
La baja del francés es una mala noticia para el PSG. Ancelotti suplirá su ausencia con el regreso al once de Thiago Motta, un futbolista más curtido en estas lides que cumplirá una función similar y ofrecerá un posicionamiento más ordenado que Matuidi, todavía verde en lo táctico: alentado por el éxito de sus entradas, el francés ofreció en la ida espacios a su espalda que el Barça no supo aprovechar. Motta no concederá esos huecos, pero tampoco ofrecerá el despliegue elástico del francés ni su eficacia atacando el poseedor del balón. El Barça sufre gestionando los espacios de un ataque complejo y se refugia en su trato privilegiado de la pelota. Eso, sin Matuidi, siempre será algo más cómodo.