«¡PERO SI ESO LO PODÍA HACER YO!»

A los quince años, Pep Agut quería ser pintor. Al final se convirtió en artista, que como él dice, es algo bien distinto. Tampoco es lo mismo jugar a fútbol que ser futbolista. A fútbol hemos jugado prácticamente todos. O quizá sea más acertado decir que hemos jugado al balón.

De ahí, que cuando juegan los que saben, nos cueste tanto apartar los ojos del esférico tesoro que los veintidós jugadores parecen anhelar. El jugador técnico, el que es capaz del control imposible, de impactar el balón con cualquier superficie del pie, de poner un pase medido a cuarenta metros, de meterla por la escuadra de tiro libre o de conducir sin perderla entre cinco rivales. Ese nos tiene ganados. Porque nosotros, que hemos jugado al balón, sabemos lo difícil que es eso. Todos hemos dibujado alguna vez.

No en vano, los más grandes se han edificado desde ahí, por dominar el cuero de un modo distinto al resto. En ese resto, sin embargo, muy probablemente quepan matices. Incluso seguir a los elegidos cuando el balón no vive en sus botas, resulta de lo más interesante. Recordaba el maestro Bielsa que durante los partidos, la mayoría del tiempo el futbolista no tiene el balón, pero que, evidentemente, eso no implica que no deba cumplir con un considerable número de tareas en esos momentos de invisibilidad. Ciertamente, de los noventa minutos que dura un partido, ¿cuanto tiempo tiene el balón en su poder un jugador? unos más y otros menos, pero, proporcionalmente, todos poco.

El futbolista no se limita a buscar la mejor posición para recibir el balón y una vez lograda esperar que le llegue. Mientras la tiene el compañero, sigue jugando. Y antes. Y después. Seguramente, la diferencia entre jugar al balón y ser futbolista esté en esa noción colectiva. No del 1+1+1 y así hasta llegar a 11. Sino del 11, y en el mejor de los casos el 22. Indisoluble. Como unidad.

En cada jugada intervienen veintidós hombres, y todos, unos más y otros menos, según lo que hacen o dejan de hacer, la definen. El que recibe y pasa, y el que remata a la red. Y el que abandona su posición para que el compañero reciba en ventaja, el que fija alejado a un defensor, el que con un desmarque amenaza o el que junta a tres. El que orienta la salida sin ni siquiera acercarse al esférico… Que el balón no nos secuestre la mirada. Nos estaremos perdiendo mucho.