UN PORTERO PARA LA CASA

En mi calle hay un edificio con portero. No es un barrio de alta categoría, de hecho es más bien lo contrario, y la finca en cuestión es del montón. Desconozco qué extraña correlación de sucesos ha alargado hasta el día de hoy la presencia de este añejo oficio a un par de esquinas de mi casa, despojado de todo contexto coherente, desafiante ante el cariz de unos tiempos que reclaman otras cosas. Pasan los años y su continuidad contradice la fría lógica de nuestra época con la misma tenacidad que el portero más importante de la historia del Barça insiste en cambiar de aires tras finalizar el contrato vigente.

Resistente ante cualquier comparación, el pico de rendimiento de Víctor Valdés se ha prolongado en el tiempo y ha sido crucial en el desarrollo de los mejores resultados de la historia del club. En el futuro el guardameta de Gavà encabezará el club de los Ramallets, Platko, Sadurní, Zubizarreta y compañía, y quizá por ello se contaba que su carrera azulgrana se prolongara hasta el retiro o, por lo menos, hasta un declive pronunciado de sus capacidades que hoy no intuímos a la vuelta de la esquina. Y no será el caso: quiere irse y lo ha dejado muy claro. Al descubrirse tales intenciones parecía clara una salida este mismo verano. Hubiera dejado millones en la caja del club que se podrían haber invertido en su sutituto. Pero con el paso de las semanas se impuso una prudencia que parece atinada: Víctor Valdés seguirá bajo los palos una temporada más.

El portero de mi calle siempre está ahí. De día, desde tan temprano que uno, madrugador, nunca ha pasado por ahí delante sin hallar al hombre en su puesto. Y de noche, hasta muy tarde. Con su vieja radio en la mano. Escuchando la actualidad deportiva a todas horas, con un mostacho ochentero acentuando la escasez de pelo en la coronilla y un extraño uniforme cuyo diseño encajaría mejor en un cuerpo policial que ante el portal. Porque al portero de mi calle, como al del Barça, no le entusiasma quedarse dentro de su rectángulo y se mueve como pez en el agua en el trocito de calle que gobierna.

Se ha tendido a exagerar la especificidad que el fútbol del Barça impone a algunos de sus especialistas. Al guardameta culé no se le exigen cosas demasiado raras, sino destacar en cualidades que se cuentan entre la ortodoxia de un buen guardameta: ocurre que Víctor Valdés ha sido el portero ideal interpretando estas necesidades y eso deja el listón muy alto. La portería del Barça requiere solvencia asociativa, hay que gestionar balones en la circulación y eso no exige sólo técnica sino también timing y lectura de la jugada, como la que se necesita para gestionar los espacios de una defensa muy adelantada que reclama a menudo la salida del portero para ahorrar disgustos. Y parar, y pesar en el balón parado, y aportar seguridad, como todas las porterías. Salvo que la del Barça pesa más que la mayoría y muy pocos tienen el aplomo de Víctor Valdés para sostenerla.

Hace un par de semanas estuve un buen rato de pie en la esquina del portero, aguardando una cita impuntual que al final no se presentó. No fue un rato desperdiciado. En una de sus características salidas sobre el avance del contrario, el portero de mi calle cruzó el paso de peatones para interceptar un camarero del restaurante de enfrente, que necesitaba fumarse un cigarrillo. Por el tono de la charla estaba claro que no era la primera vez que abordaban el tema: “Cortuá, chaval. Ése es el que hay que fichar”. Por respuesta el camarero arqueó la ceja torciendo los labios antes de iniciar la réplica: “¿Y con Pinto…?”.

Pinto llegó como suplente de un titular inamovible, condición siempre sospechosa en un vestuario profesional que adquiere más sentido tratando sobre el peculiar oficio del portero. Desde entonces el gaditano ha desempeñado este papel conquistando en gran medida el favor del entorno. Su rendimiento ha sido positivo, aunque pese a su evidente mejoría técnica su lectura del juego nunca se ha asentado y uno no puede evitar la sensación que la foto acusadora le ha esquivado más por azar que por calidad. Si el futuro no pasa por los que están ni por los jóvenes debe pasar por otro, y en este punto cabe preguntarse antes por el cuándo que por el quién: ser portero del Barça no es tan raro como difícil, y por eso cuesta tanto acertar. Quizá el club, el fichaje y el futuro del equipo agradecerían un año de aclimatación para el futuro heredero del uno.