Todos conocemos al Rayo Vallecano de Paco Jémez. Y sabíamos perfectamente qué partido jugaría. Lo vimos el año pasado por dos veces, lo que vimos durante el encuentro no nos sorprendió demasiado. El equipo con el presupuesto más modesto de la categoría es, también, el más ofensivo de todos. Acumula muchos jugadores por delante del balón, siempre intenta salir jugando desde atrás, teniendo la pelota y atacando, atacando y atacando. Y cuando no la tienen, hay que presionar lo más arriba posible para recuperarla lo más pronto posible. No hay otra manera, defiende Jémez. Y el Rayo lo sabe. Y el Barça, también.

Por eso Víctor Valdés prácticamente nunca quiso sacar en corto. Siempre lo hizo en largo, buscando a Neymar, o en su defecto a Pedro. No tuvo ningún resultado destacable. Todo balón colgado desde la portería fue para el Rayo. Los centrales, como Víctor siempre sacaba en largo, nunca se abrían ni apenas intentaban- o podían, según se mire- sacar el balón jugado desde atrás. La presión arriba del Rayo quizás no invitaba a ello, pero es resaltable que el Barça no intentara salir por abajo ni una sola vez.

En los últimos dos años, cuando el Barcelona se enfrentaba ante equipos que presionan muy arriba y se intentaba salir desde atrás, el equipo perdía muchos balones en zonas de máximo riesgo. Los rivales se aprovechaban y generaban muchas ocasiones de peligro. El año pasado, Tito optó por mandar el balón largo cuando el equipo no pudiera sacar el balón jugado desde atrás; las posesiones eran muy cortas y duraban poco, pero al menos no se sufrían pérdidas en zonas comprometidas. Ganó 0-5. En este curso, Martino optó por un planteamiento similar. Con el peor porcentaje de posesión de los últimos seis años, el Barça ganó 0-4 y logró su objetivo principal: conseguir los tres puntos.

No obstante, en este contexto los centrocampistas son los jugadores más perjudicados. Como la pelota se saca en largo buscando a los delanteros, ésta se pierde con mucha más frecuencia, y los centrocampistas apenas tienen la oportunidad de participar en la jugada. Pasan de ser actores secundarios, cuando antes eran los protagonistas indiscutibles. Se pasan todo el partido corriendo a por el balón, intentando recuperarlo, pero la presión del bloque es nimia y lo único que pueden hacer es flotar al rival para no ser superados mientras que, cuando se recupera la pelota, deben ser lo suficientemente rápidos como para alimentar los desmarques a la espalda de los delanteros.

Éstos, por su parte, deben aprovechar que Valdés saca en largo descolgar balones y los centrocampistas que vienen de cara aparezcan desde la segunda línea, pero ni Messi, ni Neymar, ni Pedro se dedican a esto. Los delanteros tienen que buscarse la vida y hacer las jugadas por su cuenta, pero con los espacios que deja a su espalda el Rayo de Jémez, siempre tendrán la oportunidad de generar varias ocasiones claras de gol.

Con el primero de Pedro el Barça se puso por delante en una primera parte extremadamente complicada. La magnífica jugada individual de Messi y el penalti parado por Valdés sostuvieron al equipo en el primer tiempo, y el inmediato gol un minuto después de la reanudación decantaron la balanza a favor de los azulgrana. La inercia quiso que el Barcelona marcara dos goles más, en un ejercicio competitivo encomiable, pero poco agradecido en el juego.

Martino ya demostró ante el Ajax que no le asusta tomar decisiones arriesgadas. Si el equipo no presiona bien, repliega. Es un hombre de fútbol, que viene de una cultura distinta a aportar nuevas cosas en un club que tiene una manera de sentir este deporte muy peculiar. Lo que vimos ayer algunos lo verán como un ejercicio de pragmatismo necesario, otros creerán que renunciar al balón como medio para expresar su juego es una renuncia a su personalidad innegociable. Yo no soy quién como para juzgar eso, pero lo que sí es cierto es que el debate está servido. La semana pasada, en la crónica del Sevilla, dije que estábamos en septiembre. Seguimos en septiembre. Paciencia.