Corría el año 2004 cuando el Barça jugaba entonces la Copa de la UEFA, Rijkaard apenas estaba dando con la tecla del que luego sería el mejor equipo de Europa y la competición continental era la oportunidad para volver a catar metal en la ciudad condal.

Nos tocó jugar en el trágico 11 de marzo de 2004 en Glasgow contra el Celtic. En realidad a nosotros el partido no nos importaba, estábamos ilusionándonos con la casi remontada en la liga y tras el 11M en la capital quien les escribe no tenía ganas de fútbol, era momento para otras cuestiones.

En materia futbolística, pero, Ronaldinho era la sonrisa, era el motivo por el que los culés volvíamos a sonreír, aunque a su alrededor había demasiada cara triste, demacrada y sin alma para el barcelonista. Y jugábamos unos octavos de final de la UEFA contra el Celtic. Y volvimos a perder fuera de casa en Europa, acabamos con 9 jugadores sobre el césped (agradecimientos a Motta y Saviola) y el Celtic, que no fue superior en ningún momento del encuentro, la coló Alan Thompson tras dejada de Larsson (haciendo del Larsson que apenas vimos aquí) en el área y con ese 1-0 nos enviaron a Barcelona.

Y ahí, sin Saviola, con Kluivert desaparecido en combate por seguramente alguna de sus lesiones de último año, Rijkaard jugó en la vuelta con Luis Enrique de 9, Ronaldinho y Luis García. Delantera de sueño y no de ensueño, con Gerard López de mediocentro y Gabri y Xavi en los interiores.

David Marshall, entonces el portero suplente del Celtic de Martin O’Neill, apareció como héroe de los suyos y evitó que su equipo encajara un gol. El Barça mereció más, le dio un baño a su rival y únicamente el portero británico evitó una remontada que, quien les escribe, necesitaba para soñar.

Ese mismo año el Valencia ganó la Liga, Rijkaard encontró la tecla con Davids en la Liga (no podría jugar en la entonces copa de la UEFA) y terminamos todos con una incipiente sonrisa de, esta vez sí, había algo sobre lo que reconstruir un equipo. Al fin manteníamos entrenador, teníamos una estrella de verdad mientras Saviola desaparecería de nuestras vidas y se confirmaron las buenas sensaciones.

En esa época Cocu jugaba de central o lateral, Oleguer era nuestro defensa de parches, Puyol ya era indiscutible, Valdés empezaba a meter broncas a sus compañeros y Reiziger dejaba su último buen año en una trayectoria globalmente infravalorada por ser holandés. No tan lejos a la situación actual, con Mascherano de central y Adriano parcheando. La diferencia, eso sí, es que los jugadores de ahora son mucho mejores que los de entonces. La limpieza se planteó ese año para la temporada 2003-2004.
Y ese Celtic con el que no marcamos, a Marshall lo convertimos literalmente en internacional ese día, era el del prometedor técnico Martin O’Neill que ya llevó a su equipo a la final de la UEFA del año anterior contra el Oporto de Mourinho.

10 años después, y tras algunos encuentros más, el panorama en can Barça es muy distinto al de entonces. Ahora de estrellas vamos servidos, entonces Ronaldinho era el único foco sobre el que construir un equipo.
8 años después de aquella eliminatoria, las diferencias sobre el papel entre Celtic y Barça eran más bien siderales. Sin embargo, en el primer partido entre ambos de la fase de grupos, el conjunto de Tito sudó la gota gorda para superar a un equipo cerradísimo en el que brilló un hasta entonces portero inglés más bien desconocido en el plano continental: Fraser Forster. Jordi Alba al final del partido acabaría remontando el encuentro pero los escoceses, dirigidos por una leyenda y antiguo capitán de los Bhoys como Neil Lennon, se conjuraron para intentar la hazaña en Celtic Park.

Los católicos no forman parte de la primera burguesía europea a nivel futbolístico. Están claramente diezmados por una liga local donde escasea la competitividad y en la que incluso su máximo rival, el Rangers, se vio obligado a refundarse y empezar prácticamente de cero. Pero tienen una de las mejores y singulares aficiones. La liturgia que acompaña cada partido del Celtic en casa merece ver la Champions en directo temporada tras temporada. Que antes del himno de la Orejona suene y llegue a todo el continente el You’ll never walk alone es algo mágico y especial. Piel de gallina. A ese mismo escenario tan característico y distintivo va a volver el Barça el martes. Y lo hará con ganas de sacarse una pequeña espina que le clavaron el último 7 de noviembre.

Los de Lennon plantaron un auténtico cerrojo futbolístico imposibilitando todos los pasillos interiores y regalando las bandas, nulamente aprovechadas por el Barça que caía una y otra vez en las redes locales. Atacando como un embudo y sin capacidad de filtrar un buen último pase. Pero el juego del equipo, a medida que pasaron los minutos, se fue entonando y adquiriendo mayor fluidez, hasta inclinar el campo de una manera como pocas veces se ha visto en la Champions fuera de casa. Pese a ello y en dos jugadas muy puntuales, el Celtic logró colocarse con 2-0 en el marcador. Para un equipo que había rematado solo 3 veces a puerta era un premio más que jugoso. Frente a los 7 de los blaugrana (23 en total). Parecía algo que no podía estar sucediendo. El gol de Messi en el 90 dio algo de esperanzas pero apenas quedaba tiempo.

El gran artífice de ese triunfo que parte de la prensa británica describió como “histórica” fue sin duda Fraser Forster. A sus 2 m de altura demostró tal agilidad, rapidez en reflejos y seguridad bajo los palos que le hizo gran merecedor del apodo al día siguiente de «The Great Wall»/ “La Gran Muralla”. Tapó toda la portería en una actuación memorable, convirtiéndose en la pesadilla de cualquier atacante del Barça. 8 años después de la actuación de Marshall, un portero con aún un bagaje discreto pero al que se le presuponía mayor calidad y potencial, se convirtió en el símbolo del orgullo de un conjunto que allá por 1967 se había convertido en el primero equipo británico en conquistar la Copa de Europa. Un Celtic que ese mismo año había logrado otros 4 títulos más (Liga, Copa, Copa de la Liga y Copa de Glasgow). Y Forster, que había comenzado su carrera en el Newcastle pero sin llegar a debutar, cedido en clubes de menor entidad como el Stockport County, Bristol Rovers o el Norwich City, se erigió en el protagonista indiscutible de la jornada. Sus actuaciones no solo frente al Barça sino en toda la fase de grupos hicieron que Hodgson se fijara en él para completar convocatorias con la selección inglesa. Premio y reconocimiento merecido a uno de los mejores guardametas de la última edición de la Champions.

El martes se vuelven a reencontrar Forster y el Barça. En un escenario idílico que valora el esfuerzo y sacrificio de unos jugadores de una calidad muy inferior a los que tendrán enfrente pero que empujarán uno a uno junto al alma de leyendas bhoys como Jimmy Johnstone –uno de los mejores jugadores del mundo en su momento-, Billy McNeill, Bobby Lennox, Kenny Dalglish, Henrik Larsson… Para formar una auténtica muralla como la que representó la temporada pasada Fraser Forster.

Porque la realidad es que el Celtic y el fútbol escocés ya no son aquellos que maravillaron al mundo en los 60 y 70; que ya no hay jugadores escoceses como Johnstone que salen a hombros del Bernabéu el día en que homenajean a Di Stéfano; que parece poco probable que nuestros ojos vean nuevamente a un equipo escocés levantar un título europeo; que es difícil que Escocia vuelva a corto plazo a jugar una Eurocopa o Mundial; pero no es menos cierto que son uno de los conjuntos que más fácilmente llegan a los corazones de los futboleros de todo el mundo. Y los propios aficionados del Celtic lo saben y están orgullosos de mostrar al mundo sus orígenes católicos e irlandeses. De enseñar y difundir la obra de Brother Walfrid, fundador del equipo en noviembre de 1887. Los jugadores del Celtic saben de sobras que nunca caminarán solos. Ni en Escocia ni por el resto de Europa.