Benvinguts. Esto es San Mamés, ¿qué les parece? El Athletic engalana su casa y se viste de largo para recibir la visita de un ilustre invitado. Los restos de varias fumarolas azul cobalto y granate intenso dibujan el vuelo del camino de Santiago que lleva a las puertas de la nueva Catedral, y anuncian la inminente llegada de la peregrinación del Barça. Fanfarrias, castillos humanos, sardanas de triunfo, posadas llenas y posaderos felices a lo largo de un angosto y bello sendero que poco a poco va anunciando que el viajero se aproxima a la guarida del león. Humedad en el ambiente, la tarde a media luz, el libro hace presente la selva donde, a fauces, reina el Athletic Club.

Athletic y Barcelona son dos viejos conocidos de toda la vida. Nacieron casi al mismo tiempo al mundo y comparten casi tantas cosas como las tierras que representan poniendo una pelota en el centro de un campo de césped. Se han visto tantas veces que creen conocerse de verdad, más que a un amigo de toda la vida o a un enemigo a muerte. Al menos, el Athletic tiene esa convicción. Tiene al FC Barcelona por un huésped distinguido, que llama cada año a la puerta con toda la solemnidad y los más valiosos regalos, pero que una vez deja atrás el felpudo está acostumbrado a recostarse en el sofá, poner los pies sobre la mesa y, si uno se despista, servirse a sí mismo una copa del más añejo coñac en el estante más privado de la bodega.

Barcelona y Athletic eligieron ser y sentir antes que parecer y trabajar, y llevan 115 años construyendo su propio relato, que nace en el fútbol pero desemboca mucho más allá. Y en este relato diferente también eligieron ser distintos: vosotros, más que un club; nosotros, una familia. Vosotros camináis mirando a Europa y silbando una brisa mediterránea; nosotros sólo sentimos avanzar mirando nuestro ombligo y conteniendo a nuestra espalda una galerna. Recordaba siempre Jorge Valdano un poema de Mario Benedetti en el que, padeciendo él de claustrofobia y ella de agorafobia, hacen el amor en el umbral. El mismo en el que os recibimos, con vértigo ante vuestra universalidad, y en el que nos encontráis, sintiendo asfixia ante nuestra preciada jaula con barrotes de cristal.

En el campo, el encuentro se presenta en términos diferentes a los que podrían indicarse al principio de la temporada. El Barça sin Messi es un Barça con asterisco al que la compleja tarea de Gerardo Martino trata de proveer de nuevos signos de puntuación. Analizar con la mirada vuelta hacia el pasado es lugar común de borrones y cuenta nueva porque uno no ve los renglones torcidos sobre los que escribe. Total, que metáforas aparte, visita Bilbao un Barcelona algo renovado y sin sus dos futbolistas más decisivos en el marcador, pero que plantea un reto competitivo de dimensiones mayúsculas para el Athletic de Ernesto Valverde.

El nombre y primer apellido del entrenador no están utilizados como recurso literario redundante en el punto anterior. Cunde la sensación de que el Athletic ha logrado mejores resultados de los que corresponderían a su juego y ha sumado más puntos de los que amerita (disculparán con esta palabra la última concesión a la nostalgia de un Loco que nos dejó marcados a muchos). La cuestión es que Valverde está intentando cambiar el estilo futbolístico del equipo desde un ritmo más atemperado, un control del partido a través de la posesión y la asociación desde la base, y el juego más cercano a un sistema de posición que se ha intentado en el Athletic en años. Sosiego y ortodoxia podrían ser los dos términos que mejor acompañaron al Txingurri al encarar su retorno a Bilbao, olvidando fuera del campo las divisiones internas y las danzas de malditos en torno a ídolos caídos, y dentro del mismo la mecanización de movimientos y desmarques y la persecución como primer mandamiento de la ley de las doce tablas a seguir cuando se pierde la pelota.

Ocurre que tanto el sosiego como la ortodoxia hay que vestirlos de rojo y blanco cuando del Athletic se trata, en toda la extensión figurada de la frase, pues no son dos sustantivos que encajen sin dificultad en la historia de la epopeya del club. Quien ha pintado sus fronteras donde ya nadie siquiera las imagina sabe que el mundo nunca es suficiente para rendirse, que el movimiento es vida, y que la vida es sentir, marchar, venir y volver, no confiar en el futuro si el presente no se agita, no confiar en el pasado salvo para agitar el presente. El Athletic aprendió en los momentos de dificultad que vivir no consiste en matar gigantes como el Barcelona que se acerca con todo su boato y toda su grandeza, sino en ser digno de uno mismo incluso cuando se siente demasiado pequeño. No se muere dignamente, se vive, dijimos una vez. Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto, así que no hagamos de esto una leyenda.

Todo para tratar de explicar por qué el equipo no asimila la elaboración pausada y el control de las emociones que traía el entrenador en su libreto. Se fichó a Beñat (brillante pelotero al que desechó Caparrós y no quiso recuperar Bielsa, y que demuestra que estar en el Athletic no consiste solamente en jugar bien a la pelota) y la literatura estival adivinaba su posible conexión con Ander Herrera y Muniain, la clave de sol del tiempo nuevo. Hoy, en la última semana de noviembre, los tres han jugado un papel secundario, en el mejor de los casos, en los logros cosechados por el equipo.

Un conjunto que sólo desde el ritmo, la intensidad y la pelota ha sabido ser competitivo. Llevar el balón a los costados lo antes posible, generar la oportunidad de enviarla al área o a la frontal y tratar de acabar la jugada como objetivo irrenunciable, para camuflar el desconcierto que aún reina en transición defensiva y el defecto endémico del Athletic corriendo hacia atrás. El 4-2-3-1 más académico que libertario, la conexión Iraola-Susaeta en derecha (que refuerza De Marcos con sus diagonales abnegadas cuando está en el campo y no improvisa como lateral), el cambio de orientación de Iturraspe, la conducción en ruptura y acompañamiento de Mikel Rico o de ese delicioso inconsciente que es Aymeric Laporte, el apoyo de espaldas de Aduriz, que da continuidad y se vuelve a marchar para rellenar el área a tiempo, o el centro imprevisible de Ibai.

El Athletic sólo nos ha gustado cuando ha jugado con tanto atropello y tan poca pausa como se ha redactado el párrafo anterior. Pero este Barcelona ha clavado su asterisco en el corazón a los rivales que tenían mucha prisa. Bueno, en realidad, se lo ha clavado prácticamente a todos, así que no nos queda otro remedio que movernos para sentirnos al menos vivos, en el peor de los casos, dignos de la inferioridad que da el tamaño por encima del espíritu. Como dijo Alejandro Dolina, el carácter inevitable de la derrota sólo desalienta a los cobardes.

Con gallardía abrimos puertas, se asoman al “Botxito” las huestes azul y grana allende las montañas. Preparemos mantelería y la mejor vajilla que encontréis. Se enciende la luz de un nuevo tiempo en el que no queremos que nada cambie. Generales y soldados, sacerdotes y ministros y hasta el último edecán los muros han levantado, un nuevo templo, un cuerpo reencarnado, mantiene viva el alma sobre las ruinas de la vieja Catedral.

Benvinguts. Esto es San Mamés, ¿qué les parece?