Una enigmática frase recibe al transeúnte que llega a la parada de tranvía de Espronceda, entre los distritos de Sant Martí y Clot de Barcelona. Unas enormes letras de color verde chillón, pintadas sobre un estridente fondo naranja, rezan: “Eso que es imaginario es una realidad”. De normal el viajero apenas advierte la presencia de estas misteriosas siete palabras; y si repara en ellas, lo más usual es que tenga demasiada prisa como para detenerse a considerarlas. Sin embargo, y a pesar de la dudosa elección cromática que hizo quien proyectó la estación (por lo demás bastante correcta, todo sea dicho), estas palabras encierran una verdad innegable: a las personas no sólo nos importan aquellas cosas que podemos ver o tocar.

De hecho, a veces nos importan incluso más precisamente aquellas que no podemos ni ver, ni tocar, ni oler, ni oír, ni percibir por ningún otro sentido.

Platón, referencia obligada de cualquier autor que se dé aires intelectuales (o intelectualoides) llegó incluso a considerar que todas estas cosas que no podemos ni ver, ni tocar, ni oler, ni… bueno, etcétera, existen en un mundo aparte del físico. El filósofo egineta desarrolló la teoría de que las cosas materiales no son más que la representación física, y por lo tanto imperfecta, de una serie de Ideas con mayúsculas, completas, impecables y perfectas.

La conciencia de esta perfección, y a la vez de su naturaleza inalcanzable, ha perseguido al ser humano desde entonces (y probablemente ya lo hacía antes; el asunto es que quien lo pensara previamente no tenía un Aristóteles que le pasara los apuntes a limpio). Cuando luchamos hasta el límite por acercanos a esas Ideas irrealizables es cuando damos lo mejor de nosotros mismos.

Por eso, y espero que el lector perdone el rodeo, había sido tan grande la conquista que el FC Barcelona había ido labrando lentamente desde la llegada de Cruyff y Michels en los setenta (y a pesar del parón de la década de los ochenta). La gran victoria no eran los resultados, que también, sino que el camino para conseguirlos coincidiese sistemáticamente con la lucha por acercarse lo máximo posible a una idea. Perdón: a una Idea. Cuanto más cerca se estaba de ésta, más cerca se estaba del triunfo, aunque solo fuese porque todos, del primero al último, habían dado todo lo que tenían por la causa.

Desandar un camino exitoso sin motivos sólidos no suele ser una buena elección. El Barcelona se encuentra en una encrucijada, un momento de indefinición en el que triunfo e ideas parecen estar enfrentados: y sería un grave error caer en esa dicotomía, por lo demás tan tramposa como irreal.

Un hombre calmado, nacido en Rosario hace 51 años, tiene en sus manos romper con este falso dilema. Puede que su plantilla sea algo más veterana de lo necesario (27 años de media , con algunos de los jugadores más importantes más allá de la treintena), que sus hombres no puedan (o no quieran) correr tanto como antes , o incluso que falten piezas debido a una campaña de fichajes veraniegos cuando menos discutible.

Puede que así sea. Puede ser incluso que no haya más solución que remar en el día a día y esperar mejores vientos, sin más.

Pero este hombre calmado seguro que es consciente de que la estrategia cortoplacista solo sirve a esto, al corto plazo, y que cuando llega la hora de la verdad, cuando los rivales son gigantes sin piedad, no hay excusas que valgan. Si a lo largo del último cuarto de siglo el Barcelona ha aprendido algo es que la mejor forma de triunfar es sobreponerse a las excusas: y la mejor forma de sobreponerse a las excusas es luchar hasta el límite de las fuerzas por acercarse a la idea de perfección.

El que escribe estas líneas está convencido de que, si finalmente Martino decide pelear por una idea, no le faltarán fieles aliados

PD: Si no crees estás muerto por Rafa León para martiperarnau.com