A Unai Emery la tortilla de patatas le sale buena, pero le falta un punto de sal. El cuadro le queda bien colgado, aunque un poco torcido. La ropa le sienta bien, pero un poco holgada. Como sus equipos, que casi siempre funcionan pero nunca terminan de redondear, compiten, pero nunca rompen a ganar, resultan interesantes, pero no llenan del todo. O eso es lo que conocemos de él hasta la fecha. Entrenador que despierta encendidas pasiones, cuenta con un firme reducto de admiradores, gran cantidad de detractores, genera sospechas en tantos otros y deja indiferentes a muy pocos.

Decía Napoleón que si la perfección no fuera una quimera no interesaría tanto, y lo cierto es que en Unai Emery también hay mucho de estratega insaciable. El entrenador vasco es un ganador sin grandes victorias, un obseso de la competitividad que siempre concede un resbalón. Persigue con tal ahínco el pragmatismo implacable, la receta de todos los triunfos, que a menudo socava por el camino sus propios logros, deshecha senderos que beneficiarían sus propuestas y no halla sus mejores aliados en los que lucen un talento más rotundo, sino en aquellos que, como él, acopian llamativas cualidades junto al estigma de los imperfectos. Sus futbolistas favoritos siempre fueron los malditos: Los que tienen más piernas que cabeza, más técnica que talento, más carácter que medida, y sobre todo aquellos que no gustan a los demás. Trabaja con ellos como muy pocos, sacando un rendimiento inaudito a unos, descubriendo a veces futbolistas de gran nivel en otros.

Los Tino Costa, Kondogbia, Rami, Soldado, Feghouli y Rakitic siempre agradecerán pasar por las manos de un entrenador que construye equipos a su imagen y semejanza. Incompletos, sí, y a veces fallidos. Pero también combativos, astutos y ambiciosos. Buenos, por lo general, y siempre interesantes si uno se atreve a transitar por la oscura mente de su creador, un maestro del balón parado que se apunta no pocos tantos con la pelota en juego. Hábil escultor de materiales impuros, Unai Emery construye grandes ventajas tácticas sobre premisas peculiares. Diseña goles sin chutar entre palos, domina encuentros con un juego directo que es un erial, intimida a los adversarios con presiones insostenibles, crece desde mediocentros permeables y maquina dobles laterales antológicos cuya enorme incidencia mantiene una extraña relación con lo simple del mecanismo. Con armas como estas su Valencia siempre fue un adversario incómodo para el Barça, mucho más de lo que fue capaz de serlo el de Juan Antonio Pizzi hace pocos días, pero el de Unai Emery jamás hubiera protagonizado una segunda parte como la que lideró Parejo en el Camp Nou.

Hoy el entrenador vasco está resucitando al Sevilla y el control sigue siendo la gran asignatura pendiente de sus proyectos. Sus equipos generan ventajas desde propuestas variadas, se reponen de sus tropiezos y compiten en escenarios diferentes, pero una vez conseguido lo más difícil pocas veces mantienen bajo control el terreno conquistado. Proclive al repliegue inmediato con marcador favorable, Unai Emery ansía rubricar a la contra los triunfos de su retorcida pizarra y quizá por ello el Barça es el gigante que afronta con más confianza. El equipo catalán toma gustoso el control que se le sirve en bandeja y flaquea en terrenos en los que se mueve como pez en el agua este genio imperfecto que, sito en un sombrío despacho de Nervión, maquina cada día cien derrotas azulgranas.