Hace cierto tiempo traté en esta misma casa la génesis de algo que en aquél momento parecía tener bastante menos vuelo del que mostró a posteriori. El capullo del Espanyol de Javier Aguirre, recién llegado por entonces al feudo periquito tras la tormentosa despedida de Mauricio Pochettino, se antojaba ese momento como un soplo de aire fresco, como un volantazo estilístico que arropaba un vestuario necesitado de seguridad. Un cambio oportuno restringido a un momento concreto, una ocurrencia útil en el corto plazo de la que no se esperaba gran continuidad.

Nada más lejos de la realidad. Tras cumplir los objetivos de sus primeros meses el proyecto de Javier Aguirre no ha dejado de crecer, siempre apegado a la misma idea que lo vio nacer. Por el camino los cambios en la plantilla han sido coherentes con el plan general y el equipo ha hecho suya una propuesta para la cual ha ido mostrando más virtudes de las que se intuían al principio. El Espanyol es hoy uno de los equipos más serios de la Liga, con un juego reconocible y eficaz, sin tachas demasiado evidentes, competitivo ante distintos escenarios y lo suficiente rotundo en sus puntos fuertes como para exigir la debida atención de cualquier rival. La mariposa del mexicano ya hace tiempo que ha salido de su capullo y sigue mostrando el mismo rostro que en el momento de emerger: dientes apretados y el fuego de la convicción en su mirada.

Hombre claro y ameno en sus declaraciones, Javier Aguirre reconoció sin remilgos, en las primeras jornadas del campeonato, que el Atlético de Madrid era el espejo en el que se miraba su equipo. Sobra precisar que el mexicano maneja una plantilla inferior a la del argentino, y sobre todo que cuesta encontrar demasiadas similitudes en el perfil de sus hombres clave respectivos, pero es cierto que ambos proyectos manejan ideas maestras parecidas. La solidez atrás es innegociable en ambos casos, pero los dos equipos prefieren defender hacia adelante. Como el Atlético, el Espanyol se reconoce en un trabajo sin balón muy agresivo en campo rival, robando arriba para atacar fácil, pero si la prudencia impone el repliegue el conjunto blanquiazul no se hace de rogar. Encerrado atrás el Espanyol no es un fortín, pero a menudo lo parece. Coherentes con el fútbol de Víctor Sánchez, el hombre clave en la zona ancha, los centrocampistas periquitos no encuentran sus mejores virtudes en la defensa de su propio campo y eso genera más espacios de los debidos, un defecto que compensan con creces mediante un gran compromiso defensivo y la seguridad que encuentran a su espalda, donde Colotto y Héctor Moreno forman una pareja muy difícil de superar en su propia área y Kiko Casilla se cuenta entre los mejores de un campeonato que no anda corto de porteros decisivos.

Organizado habitualmente en 4-1-4-1, el Espanyol de Javier Aguirre alcanza su forma más reconocible con la disposición de Víctor Sánchez y otro interior presionante (Stuani, Álex o Abraham) entre Sergio García y David López (baja crucial, de confirmarse). Con el paso de las semanas, no obstante, la fórmula se mostró poco flexible ante rivales que ya se tomaban muy en serio su adaptación a las virtudes periquitas, por lo que el entrenador mexicano lleva bastantes jornadas manejando alternativas que aportan matices distintos al equipo. Navegando entre el 4-2-3-1 y el 4-4-2 según quién juegue arriba, las variantes blanquiazules descartan a un interior para ofrecer al nueve un socio más cercano, ya sea para asaltar la fortaleza de rivales que conceden pocos espacios o, lo más probable en un derbi, para acortar el trayecto hasta la portería rival.

Con Pizzi por detrás de Sergio García el Espanyol gana recursos con balón, juego de cara y un recorte interior que bate rivales, así como una estructura más espesa en mediocampo si se le pide incorporarse a la zona ancha en fase defensiva. Con Jhon Córdoba, en cambio, la doble punta es más evidente. El colombiano encaja bien con el nueve barcelonés, garantizando a la pareja un grado de autonomía superior al que ya asegura por si mismo el brillante exdelantero azulgrana, la gran amenaza periquita en cualquier escenario posible. Con Jhon Córdoba fijando rivales, bajando balones y activando los costados Sergio García vive algo más cómodo y conserva energías para su cometido favorito: inventar ocasiones de gol contra viento y marea. A Sergio García sólo lo somete su propio peluquero.