EL PARTIDO QUE NADIE QUERÍA JUGAR

No llega este Granada-Barça en el momento idóneo de la temporada para ninguno de los dos equipos. A simple vista, parece de esa clase de encuentros que molestan, que estorban en el calendario, para el que las piernas deben responder cuando la cabeza está en otros menesteres. Pero hay que tener cuidado, ni mucho menos se predispone al trámite, no nos engañemos, hay demasiado en juego como para relajarse. El Granada C.F. de Lucas Alcaraz, cuya revitalizadora llegada al final de la temporada pasada ha terminado definitivamente por estancarse, ya sea presa de la limitada rotación de la que dispone o de la escasa capacidad de reacción que ha inculcado a su equipo sobre el césped, sigue sufriendo de una sequía goleadora que repercute negativamente en el resto de aspectos del juego. La sensacional campaña que están cuajando El Arabi o Fran Rico contrasta con la irregularidad de jugadores vitales como Brahimi o Piti, no en vano, de la combinación entre los cuatro frente al exceso de individualismo depende el éxito de su fútbol en las últimas jornadas.

Del F.C. Barcelona poco podemos decir que no se haya dicho ya después de la eliminación en Champions. Con la Copa del Rey en el horizonte, este fin de semana la liga más que una solución parece otro problema, pero un problema muy caro que no pueden permitirse dejar escapar. Las numerosas bajas en el centro de la defensa y la posibilidad en el horizonte de importantes rotaciones pensando en la final del miércoles, hacen de este partido un arma de doble filo. La más evidente, debe tratarse de una oportunidad para resarcirse y demostrar (especialmente a ellos mismos) que la voracidad ganadora no la han perdido. Pero al mismo tiempo, no deberíamos olvidar que en sus dos visitas a Los Cármenes tan sólo se llevaron la victoria por la mínima, salir al terreno de juego supone volver a exponer sus debilidades y dudas en el momento menos preciso, si es que lo hubiera para un conjunto (mal)acostumbrado al nivel de exigencia del histórico Barcelona de Guardiola.

Enfrente otro rival herido, un Granada que llega tras constatar su inmadurez en el terreno de juego, incapaz de confirmar su permanencia con antelación ni de consolidarse en primera, consciente de que su salvación probablemente esté a tan sólo dos victorias, dos victorias que a estas alturas de competición parecen una docena, no siendo el Barça precisamente la más factible de ellas. En el tercer año consecutivo en la máxima categoría, las inapelables derrotas contra el Levante en casa y el Málaga fuera, han despertado los fantasmas de un descenso que nunca se había alejado del todo de las oficinas de Recogidas. Por eso, quizá el nombre que más suena en los últimos días es el de Odion Ighalo, otro fantasma, una leyenda reciente del Granada con tantos destellos como sombras. La temporada aciaga del nigeriano no parece óbice en el aficionado para soñar con verle salir del banquillo y anotar otro más de aquellos goles por los que siempre será recordado. Tanto él como la afición lo necesitamos, conscientes de que la realidad del conjunto rojiblanco no acompaña y

Hablando de recuerdos, en un ataque innecesario de nostalgia, con la idea de vincularme emocionalmente con el partido de este sábado, quiero traer a colación uno de ellos, la primera vez que lloré viendo un partido del Granada. Fue con trece años, durante aquella fatídica eliminatoria de ascenso del 2000, que finalizó con lo sueños rotos de toda una afición frente al Murcia de Aguilar. 25-J, no hay granadino al que se le olvide. Pero mis primeras lágrimas vinieron semanas antes. En el partido contra el Burgos en casa, un penalti señalado en contra le quitaba a mi yo de trece años las esperanzas de ver al Granada ascender. A continuación el Granada remontó y  terminó ganando 2-1. No subió, claro, lo que también me costó un disgusto. Y como todos sabemos, posteriormente acabó bajando a tercera por impagos, permaneció allí varios años, ascenso frustrado otro 25-J incluido, para finalmente subir de categoría gracias al impulso de Paco Sanz. Un ritmo de ascensos que con la llegada de Quique Pina alcanzó una realidad que aquel niño no podría llegar ni imaginar. Creer en poder ganarle al Barça es una de ellas, mejor oportunidad, no por ello menos compleja, difícil encontrar. El sábado no lloraré, seguro que no llorará nadie, pase lo que pase en el partido que nadie quería jugar, pero -no lo olvidemos- más que nunca ambos necesitan ganar.