“Siempre me he sentido atraído, en la vida como en mis películas, por las cosas que se repiten. No sé por qué, no trato de explicarlo. En ‘El ángel exterminador’ hay, por lo menos, una decena de repeticiones. Se ve, por ejemplo, a dos hombres que son presentados el uno al otro y que se estrechan la mano, diciendo: “Encantado”. Un instante después, vuelven a encontrarse y se presentan de nuevo el uno al otro como si no se conociesen. Una tercera vez, por fin, se saludan calurosamente como dos viejos amigos.”

En la inolvidable obra maestra de Luis Buñuel, un grupo de burgueses se ve encerrado en la habitación donde celebran una fiesta. Aparentemente nada les impide salir, pero la situación desemboca en una acumulación de encuentros y desencuentros que a medida que pasa el tiempo se convierte en una convivencia salvaje y carente de toda racionalidad. Cuando el sustento se va terminando, el comportamiento humano torna en salvaje. En desgarradora analogía, el FC Barcelona se encuentra en una habitación sin salida, sin aparente razón lógica, con el ansia de mantener viva la esencia de lo que un día fue la base de su éxito. El alimento de su felicidad, del buen juego y de la admiración mundial se termina y ni se ha hecho nada, ni parece que se hará nada por abordarlo. Habremos tocado fondo este miércoles, con una Copa como lubricante o con una derrota como énfasis del desastre. De una manera u otra, no hemos sabido levantarnos de nuestro éxito.

A veces ganar te convierte en víctima de tu propia felicidad. Siempre he intentado mostrarme prudente con la excelencia de juego y felicidad que se instaló en el Barça, más o menos, de Rijkaard hacia acá. Principalmente porque creo a ojos cerrados en el carácter cíclico del fútbol. Nunca ganas y no dejas de ganar. Siempre ganas y después vuelves a perder. Si además de ganar, gustas y provocas orgasmos literarios sobre tu obra, la satisfacción y la autoestima se convierte en indecente autoelogio. El aficionado del Barça, se le disculpa claro, se ha convertido en un burgués encerrado en su propia excelencia, incapaz de entender una bajada de nivel y una muestra social de debilidad futbolística. Como el adolescente que se avergüenza cuando su padre cuenta que mamá le arropa cada noche antes de dormir. Así se siente el aficionado cuando el equipo cuenta que ya no juega como antes, que el ciclo de brillantez extrema ya pasó.

Pinto, Alves, Adriano, Mascherano, Piqué, Sergio, Xavi, Iniesta, Pedro, Messi, Villa. Hasta 10 hombres podrían repetir en el XI titular de Gerardo Martino respecto a la final que en 2011 jugaron los mismos equipos en el mismo escenario. Visto así, poco ha cambiado, algunos retoques nominales y algunas ausencias consentidas. Pero la realidad nos coloca en un plano bien distinto, el contexto de juego y la estabilidad futbolística del Barça bien poco se parecen a entonces. Algunos intentamos comprender, y respetar, el trabajo de un entrenador que llegó en julio como circunstancia a una desgraciada enfermedad. Gerardo Martino llegó al Barcelona y al bajarse del avión, se le colocó el monigote de inocente sin ni siquiera permitirle colocarse su polo verde y ponerse a entrenar. La nostalgia de un pasado mejor, la nostalgia de resistirse a perder la vitola de burgués para permitir que un simple trabajador, valiente, ponga su empeño en intentar que a nadie se le olvide lo bien que jugamos al fútbol.

Perdido el rigor táctico, inhabilitado el sistema de juego posicional, desarbolados gran parte de los automatismos de salida y control del tempo, con jugadores que serán clave en un futuro cercano asimilando el carácter asociativo, aprendiendo a jugar al fútbol, por inadecuado que parezca decir algo así de un talento como Neymar. El Barça se ha convertido en un buen equipo de fútbol, ya no excelso y brillante, con excelentes futbolistas, muchos de ellos los mejores del mundo en su posición, alguno el mejor del mundo en su profesión. El Barça ha pasado de ser el depredador silencioso, aquel que te devoraba y casi le dabas las gracias por dejarte disfrutar de su delicada violencia futbolística, a un buen equipo que compite los partidos y siempre tiene opciones de ganar. Hemos adquirido una personalidad que hemos venido viendo mucho tiempo en nuestro rival en Valencia, jerarquía competitiva. Un equipo que se reactiva ante una situación de grandeza, de necesidad, un contexto de exigencia por encima de la media. Esta temporada se ha ganado 2 veces a Real Madrid y Manchester City, dos plantillas superiores y dos equipos diseñados para comenzar un ciclo de éxito inmediato. Te esperamos Barça, tu último suspiro.