NEYMAR, 10 PRIMEROS MESES (I)

La leche con Cola-Cao y galletas de dinosaurio (sí, no era de Nesquik), Los Caballeros del Zodiaco, Son Goku, Oliver y Benji, las veces que mi madre veía Dirty Dancing y Ghost en VHS (la cifra alcanza la centena, créanme), los entrenos entre semana y los partidos en fin de semana, los veranos en el camping acariciando el Maresme primero y luego l’Empordà, las primeras guiris (Alemania es un país superior)… y los jugadores brasileños en el Barça. Eso puede ser un resumen algo vago pero preciso de mi infancia.

Romario, Ronaldo, Rivaldo y ya entrado en la tan manida adolescencia, Ronaldinho. Hasta hoy, en pleno cuarto de siglo, Neymar. El último en llegar a can Barça de una estirpe que desde bien pequeño asocié a otra cultura futbolística. Al talento y la magia. Los brasileños me parecían diferentes, futbolistas de otra galaxia. Como una clase muy por encima de la nuestra. Por eso supongo que a la mínima quería que ganaran Mundiales o Copa América. Aunque luego, con el paso de los años, descubriese que como colectivo jugaban de manera más defensiva de lo que entonces concebía. Pero era imposible no amar a los jugadores brasileños. Como decía, los jugadores brasileños marcaron parte de mi infancia y lo que vendría después hasta estos días. Pero de los ya citados, uno de ellos es una excepción. Un matiz que en plena efervescencia mediática quizás pasa demasiado desapercibido. Cayendo en el ruido de cifras y líos institucionales más que su evidente talento.

A diferencia de Neymar, tanto Romario como Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho tuvieron antes de dar el salto al Barça un recorrido en otros equipos de Europa. El salto desde el otro lado del Atlántico no fue tan brusco como el que está experimentando el ex del Santos. Puede parecer un aspecto ínfimo pero no lo es. El fútbol brasileño poco tenía y tiene que ver con el europeo. Romario y Ronaldo ya se habían fogueado en Holanda con el PSV, Rivaldo en el Deportivo y Ronaldinho en el PSG antes de calzarse la elástica blaugrana. De ellos, solo Ronaldo (a punto de cumplir los 20) llegó a la Ciutat Comtal a una edad inferior a la del Menino da Vila -21-. Es cierto que el estatus adquirido por Neymar en Brasil alcanzaba ya dimensiones siderales pese a su juventud, títulos de gran calado incluidos como la Libertadores en 2011 (con 19 años) o 3 Campeonatos Paulistas seguidos (2010-2012). Su marcha a Europa se hacía inevitable y como muy tarde, hubiera sido seguramente tras el Mundial de Brasil. Pero al fin y al cabo, la canarinha, por la parte que le toca, disfrutará en el Mundial de uno sus mejores futbolistas con una temporada ya en Europa como bagaje. Que no es poco.

Pero Neymar aterrizó directamente en Barcelona. Siguió la estela de algunos de sus ilustres compatriotas que habían elegido la ciudad del Mediterráneo como segunda parada en el viejo continente. Compatriotas que habían levantado pasiones en el Camp Nou y sobre todo mucha ilusión. Muchísima. Otra característica que parece casi innata en los atacantes brasileños que llegaban al Barça. Quién mejor ejemplificó y reflejó este carácter fue sin dudas Ronaldinho sonrisa mediante.

Ya en Barcelona, el reto no sería sencillo: nuevo país, contexto, no solo en lo estrictamente futbolístico sino también cultural, compañeros… Neymar era el único nuevo inquilino en un equipo cuya estructura llevaba agrietándose desde la marcha de Pep. Estructura de la que apenas quedaban algunos pilares, ya desgastados pero con esa elegancia perenne de las construcciones históricas. Al fin y al cabo, el jugador brasileño suponía un ingrediente necesario en un ataque que había sido demasiado previsible la última temporada. Aunque seguramente no suficiente. Y mientras, la plantilla seguía teniendo déficit, pidiendo a gritos ciertos perfiles, no ya solo cuestión de reforzar posiciones -¿cuándo se fichará un central?-.