Luis Enrique no dejó lugar a dudas en su primera rueda de prensa como entrenador del Barça. Inmediatamente después de los pertinentes agradecimientos, espetó: «es un día en el que empezamos a construir un nuevo Barça«. Para insistir seguidamente: «un nuevo Barça que recoja todos los intereses y que consiga todos los resultados que buscamos«. Llevaba apenas un minuto hablando y ya había utilizado en dos ocasiones la expresión nuevo Barça. Lo tiene claro, habrá ruptura, será distinto. No la hubo con Tito Vilanova ni con Gerardo Martino, aunque ambos, seguramente menos radicales en las decisiones y seguro más comedidos en el discurso, avanzaron en esa dirección.

Tanto el uno como el otro, intentaron apartarse de la línea continua y proponer una reconstrucción desde el cambio, pero los dos se encontraron con un mismo problema que es oportuno señalar hoy por si vuelve a aparecer. Como Guardiola antes de irse, Vilanova y Martino localizaron el origen que hacía rechinar al mecanismo: ya no se podía atacar igual. Se juega en función de los hombres que tienes, y cuando estos cambian, ni que sea por el paso de los años, debe cambiar lo que a través de ellos se desarrolla. El mejor Barça de Guardiola se había levantado a partir del control total, de posesiones muy largas y riesgo mínimo de perder el balón, sin que eso implicara en ningún momento renunciar a generar ocasiones de peligro con cierta frecuencia. El plan, combinado con los jugadores, hacía la mezcla perfecta.

Hasta que algunas de las piezas básicas de ese plan se impuso menos, al mismo tiempo que los rivales adecuaban sus defensas, y la idea se resintió. El Barça de las últimas tres temporadas, en muchas ocasiones, ha tenido que elegir entre controlar o golpear, cuando antes eran compatibles ambas, a causa de que la transición defensiva ha sido alarmantemente vulnerable. Quizá porque si ataque y defensa van de la mano, cuando modificas el plan de ataque debes cambiar también el de contención, el caso es que tanto Vilanova como Martino, cuando intentaron que el equipo atacara distinto, más abierto y más vertical, se encontraron el mismo problema: entraban, expuestos, al intercambio de golpes. Usando el mismo volumen de posesión para atacar más veces, jugando más rápido y asumiendo que la pérdida es algo natural, el Barça arriba pegaba duro, pero atrás el golpe del adversario era casi igual de letal.

Finalmente tocó reandar lo andado y primar el colchón defensivo que da tener siempre el balón por encima de amenazar al guardameta rival. La transición defensiva del Barça estos años, no ha hecho viable la evolución del equipo a partir de una forma de atacar que, dentro del mismo modelo de siempre, seguramente era más adecuada a la realidad de los futbolistas que tiene la plantilla. Ahora llega Luis Enrique, y a diferencia de sus antecesores, tendrá piezas nuevas. El primer paso será lograr que el equipo vuelva a atacar bien porque es en eso que se sustenta el resto, al menos en un club como el catalán. Pero a partir de este qué, habrá que ver el cómo, y si el resto de cómos que a él van vinculados encajan. Cuando se empieza de nuevo es más fácil. ¿Cómo abrir la boca bajo la lluvia sin que se te llene de agua? Quizá Luis Enrique responda que soplando.