Hacer un año mediocre y sumar una cuarentena de goles en otros tantos partidos sólo puede estar al alcance de alguien que está por encima del umbral de la crítica. Quien escribe esto no tiene valor siquiera para discutir cualquier cosa que decida o lleve a cabo Lionel Messi en un campo de fútbol.

Dicho todo, el año para el argentino ha sido complicado, muy complicado, desde los acuciantes problemas físicos provocados por las recuperaciones, que no eran tal, milagrosas en días desde la lesión que sufrió en París en la ida de cuartos de final de la Copa de Europa y las consiguientes recaídas Messi nunca pudo volver a un nivel de regularidad y estabilidad en el juego.

Para evitar que el Barcelona dependiera tanto del rendimiento de Messi para conseguir resultados Neymar apareció para ser el epicentro del equipo sin el argentino sobre el campo. Es peor, pero es un futbolista capacitado para coger las riendas de un equipo, tanto el del Barça como sobre todo el de su Brasil en este Mundial 2014. El Barça, sin Leo y con Neymar, consiguió resultados notables en uno de esos pocos meses en el que Cesc estaba y no desaparecía.

Todo el año en Barcelona, dado el desastroso tramo final de temporada y el aún peor nivel de juego colectivo, que tiene su mérito conseguir jugar tan mal con tanta calidad sobre el campo, se ha ido hablando de que Messi simplemente se estaba reservando, que los jugadores pensaban más en Brasil 2014 que en la temporada y el club que les paga. Esta reflexión tiene trampa y es realmente incierta. Los jugadores, sobre todo los de la élite absoluta, tenían entre ceja y ceja el acontecimiento que puede marcar sus carreras tanto para bien como para mal, pedirles que olviden el Mundial es como pedirle a un jugador de baloncesto que no piense en la NBA cuando tiene opciones serias de llegar y triunfar en América.

En el caso de Leo simplemente la exigencia, o crítica, era absolutamente injusta, pues probablemente el argentino nunca olvidara en todo el año que su año estaba en Brasil, y que no iba a permitir que nada ni nadie le quitara la posibilidad de estar en él, y su rendimiento fue tan criticable como el del resto de compañeros que cuajaron uno de los peores finales de temporada que uno recuerda, el propio de un, ya sí, fin de ciclo.

Brasil 2014 para Messi es la oportunidad, no “una” sino “La”, de superar el legado de Maradona. El resto de jugadores presentes en este evento se juegan la gloria, el orgullo de formar parte de un evento mayúsculo, para Leo eso es mucho más, es sencillamente el ganar para ser el mejor jugador de todos los tiempos o no pasar de ser un futbolista que “nunca hizo nada con su selección”. La gloria eterna, la mayor hazaña jamás perpetrada en la historia de este deporte, o el desastre absoluto. Para Leo esto no es un torneo normal, es un todo o nada que es imposible que no afectara a sus biorritmos emocionales y psíquicos durante todo el año.

Ahora está con Argentina en el intento para poder darle a su país su tercera estrella, el poder darle a los argentinos el honor y orgullo de hacer saltar la banca en el país vecino en una reedición de lo que hizo Maradona en México 86 y así poder decir, de verdad, “nunca hubo nadie mejor que yo”. Por ahora está aportando goles decisivos y un juego plano en una selección con escasas ideas colectivas. En las eliminatorias estará todo en juego, y ahí debe salir el mejor Leo para conseguir una de las mayores hazañas deportivas de este siglo.