La culpa no es de Mathieu

Aunque ya nos conocemos, permitidme que haga las presentaciones.

A mi izquierda, Jérémy Mathieu, un francés de metro noventa que se mueve por el campo como si estuviera hecho de alambres y sus piernas fueran más largas de la cuenta. Cuando Mathieu corre a toda velocidad parece un emú enloquecido al borde del desastre, y uno sospecha que saltará en mil pedazos al primer quiebro del delantero. Pero es un espejismo. Mathieu no solo aguanta de pie, sino que rara vez es superado. La primera certeza en torno al espigado pelirrojo es la extrema coordinación de sus movimientos, tanto en carrera como en estático. Esa coordinación se traduce en una virtud diferencial, a saber, su notable destreza en la suerte del tackling. No se trata de un corrector al uso de los que, como Carles Puyol o Javier Mascherano, siegan el campo durante varios metros para cruzarse en el camino del delantero. Se trata de un perfil novedoso en el Barça, y en su técnica defensiva inciden tres condicionantes que nos servirán para contextualizar su tipología y medir su presumible aportación.

En primer lugar, ya se ha dicho, Jeremy Mathieu es patilargo, y lo aprovecha a fondo. Aunque sus primeros pasos no son demasiado rápidos su velocidad de crucero sí es notable, y suele bastarle con alargar la pierna para interrumpir el avance rival. En segundo lugar, Mathieu es lateral de formación, algo que se nota en su lenguaje corporal. Acostumbrado a medirse con extremos que le encaran lanzados en carrera, el francés tiende a aceptar el desafío y a colocarse en paralelo, hombro contra hombro, con el oponente. Por último, yo destacaría que no estamos ante un central cuevero, uno de los males que suelen aquejar a los defensores reconvertidos. A pesar de que el Valencia de Pizzi se aculaba atrás y recurría al juego directo, Mathieu prefería avanzar antes que protegerse. No en vano estamos ante un jugador que fue pieza clave para Emery en sus fallidas –pero apasionantes- estrategias contra el Barça de Pep. Unai colocaba a Mathieu de interior, por delante de Jordi Alba, castigando así las subidas de Dani Alves y la espalda de Xavi.

Pero muy poco tenemos que decir del aspecto ofensivo, puesto que Jérémy Mathieu viene como central. Ni siquiera deberíamos extendernos mucho en sus dotes para la salida de balón, porque el año en que se ha afianzado en el centro de la defensa coincide con la apuesta de Pizzi por el juego directo. Digamos que Mathieu insinúa buenas maneras en el primer pase, pero aún es pronto para saber cómo se integrará en el sistema de posesión culé. Lo que ya sospechamos es que Mathieu viene a cubrir el rol de Eric Abidal y en ese sentido creo, sinceramente, que no había mejor jugador en el mercado. Un hombre veterano que puede rendir a satisfacción en el centro y lateral de una defensa de cuatro, y a la izquierda en una defensa de tres, potente en el juego aéreo y dispuesto, suponemos, a aceptar el rol de suplente, debería ser un fichaje celebrado por la afición. Y sin embargo, solo trescientos seguidores recibieron al pobre Mathieu, con cánticos que exteriorizaban el malestar reinante. ¿Sorprendente?

No tanto. Terminemos ya con las presentaciones. A mi izquierda estaba Mathieu. A mi derecha, el Fútbol Club Barcelona.

Es difícil establecer la cadena de responsabilidades en un fichaje, para bien y para mal, pero hay un hombre en el club que acumula muchos ceros en su cuenta por hacerse cargo, así que no queda otra que referirnos a Andoni Zubizarreta. ¿Es cierto que, cómo afirma Zubizarreta, a Vilanova solo le servía Thiago Silva y el Tata decidió apostar por Carles Puyol? Lo dudo, pero eso no le eximiría de responsabilidad en la confección de la plantilla. Va en el sueldo. Y la realidad es que el Barça, que ha invertido cerca de doscientos millones en dos delanteros, declinó dedicarlos al anhelado Thiago Silva, apostó por alargar la carrera de Puyol, insistió en desnaturalizar a Mascherano y gastó muchos millones en nombre de la supuesta capacidad de Song para adaptarse a una posición en la que casi nunca había jugado. Deberíamos añadir que Mathieu tiene 31 años, que se ha pagado por él precio de promesa y que, al parecer, hubo la oportunidad de ficharle mucho más barato. ¿No es de ley que el aficionado desconfíe y recuerde episodios como el de Villa que, traspasado por tres millones, celebró una liga en el Camp Nou, y lo compare con los dieciocho millones que Morata reportó al eterno rival? Estoy seguro de que si la planificación del Barça no hubiera sido tan desastrosa en los últimos años, el aficionado aceptaría de buen grado a Mathieu, un fichaje de indiscutible solvencia y completamente adecuado a las necesidades del equipo. Desgraciadamente, las cosas son como son, y el simpático pelirrojo habrá de afrontar una presión ambiental tan injusta como gravosa. Solo queda confiar en la madurez del Camp Nou. Si el chico no responde, el fútbol dictará sentencia, pero que no se olvide que la culpa del ambiente que todo lo emponzoña en los últimos tiempos, desde luego, no la tiene Mathieu.