A menudo se obvia la importancia de la fase defensiva en contexto FCB. Parece lógico en un equipo que acumula un 70% de posesión que priorice la fase con balón: la posesión. Una de las máximas del primer Barça de Pep era realizar una presión agresiva tras pérdida con el objetivo de recuperar la pelota antes de que el rival pudiese penalizar los -enormes- riesgos que su sistema de ataque asumía. Esta presión lograba dos objetivos: que el rival no consiguiese hilar dos pases seguidos, sometiéndole a una presión psicológica brutal durante todo el partido -porque al final a los futbolistas lo que les gusta es tocar el balón- y minimizar el riesgo que el equipo asumía cuando tenía la pelota.

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Algún equipo que otro, de vez en cuando, demostraba la fortaleza mental necesaria para sufrir sin balón durante 80 minutos y maximizar sus oportunidades durante los 10 restantes. No fueron muchos, y no lo consiguieron de forma consistente. Ahí residía la magia del equipo de Pep: no existía una forma ideal de defenderlo.

Viajemos ahora a la temporada de Martino. El equipo ya no presionaba con intensidad y ya no presionaba bien. Una parte retroalimentaba la otra: los jugadores veían que no recuperaban la bola, que el rival hilaba pases, y perdían esa intensidad inicial. Dejaron de creer en la presión. Y como no creían en la presión, ya no la realizaban correctamente. Martino llegó con la idea de recuperar la presión, pero pronto se topó con la realidad e hizo lo que hacen los sabios: se adaptó a lo que veía -y fue enormemente criticado por algunos, aquellos que se enrocan en sus ideas obviando la realidad-.

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Por supuesto existían otras causas subyacentes a la hora de juzgar esa pérdida de efectividad en la presión: la obsolescencia de Xavi, una menor calidad en la posesión, un alejamiento de los principios del juego de posición, la pérdida de hambre competitiva, la ausencia de vídeo VHS en la casa de Martino… Y los apostóles del causa-efectismo proclamaban que revertiendo la causa del problema -de la cual ellos estaban completamente seguros- se revertiría también la situación. Seguro que algún lector versado en física puede explicar mejor que yo las fallas de dicho razonamiento.

Partiendo pues de esta base, procedemos a explicar las consecuencias de esa presión inefectiva y las posibles soluciones -partiendo de la situación actual- para atacar el problema.

La consecuencia más evidente es que el equipo se alargaba cual acordeón. Los de arriba presionaban y los de atrás reculaban, con Busquets de muelle manteniendo al equipo unido. Si los de arriba corren hacia delante, y los de abajo corren hacia atrás, los problemas aparecen en el medio. Los equipos rivales empezaron a encontrar facilidades para sacar el balón jugado -justo lo que la presión trata de evitar- gracias en parte al propio intento de presión. Busquets se encontraba solo para gestionar una cantidad ingente de metros, y tomaba la decisión que le había servido en el anterior ecosistema: presionar hacia delante. Esto permitía recuperar arriba en ocasiones, pero menos que antes, e incurriendo en más riesgos, dado que los defensas ya no corrían hacia delante -compensando a Busquets- si no que corrían hacia atrás -agrandando el espacio a su espalda y costados-. Quizá una gestión más tradicional de la posición hubiese minimizado los riesgos en la transición defensiva, pero el problema era estructural y no individual.

Ante esa situación, y el mayor número de pases filtrados hacia delante por parte del equipo rival, los defensas se encontraban expuestos en un mayor número de ocasiones, y lo que es peor, expuestos en inferioridad numérica y posicional. Para agravar la situación, dos interiores habituados a correr hacia delante -Xavi e Iniesta- perdían sistemáticamente la batalla en transición defensiva con sus oponentes, teniendo el equipo rival no solo ventaja en la jugada inicial si no también en la segunda jugada -en los jugadores llegando desde atrás para ganar rechaces-.

Martino hizo lo que cualquiera con un poco de juicio -y con bastates pelotas- hubiese hecho en su situación: abandonar la idea de la presión intensa tras pérdida, preocuparse de minimizar los riesgos en la transición defensiva -corriendo hacia atrás en lugar de hacia delante- y pasar más tiempo sin balón, pero con el balón más lejos de su portería. Esto además le permitía aprovechar las bondades de jugadores como Cesc, Alexis o Pedro para beneficiarse de los espacios y correr las transiciones. Por no hablar de Messi. A un duelo de golpes, el FCB salía casi siempre vencedor, incluso en el Bernabéu.

Pero a pesar de todo, es difícil luchar contra los hábitos. Y los jugadores del FC Barcelona llevaban muchos años interiorizando que se defiende hacia delante. Martino tuvo que negociar la presencia de un segundo interior al lado de Busquets -normalmente Cesc- para que el equipo, aún continuando largo, estuviese menos expuesto en la zona medular.

Ya basta de hablar del ayer, vamos a hablar del presente. Una de las primeras premisas -a la que luego le buscaremos las vueltas- es que el equipo debe ser compacto, ir junto en una u otra dirección y minimizar los espacios entre líneas. Dificultar al rival que le ataque por dentro. ¿Ser agresivo o esperar? Lo ideal sería un poco de ambas, dependiendo de la situación. Si espera, regala la parte menos peligrosa del campo, pero tiene menos pelota -su mejor arma-. Si sale, regala la espalda de la defensa -o los espacios interiores si el equipo se estira-, pero puede recuperar antes la pelota -su mejor arma-.

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Una presión efectiva es intensa y coordinada. Se ataca directamente al poseedor del balón mientras se tapan simultáneamente sus líneas de pase. Se le ahoga y se le obliga a que se quite el balón de encima o, mejor aún, a que lo pierda. Esa coordinación implica un compromiso de los once jugadores, siendo solidarios con el esfuerzo del compañero y acompañándole en su acción. Si solo uno de ellos se desentiende, el ejercicio colectivo pierde coordinación y se vuelve inefectivo y peligroso.

En este contexto es importante la confianza de los defensas, para no recular -algo que hacen instintivamente cuando se sienten amenazados- y evitar que el equipo se parta. También es necesario asentar la posesión en campo rival para que el equipo se junte alrededor de la pelota y si la pierde parta de una situación más ventajosa a la hora de recuperarla. Y por último, también es importante la organización defensiva, los automatismos, ya sea para presionar o para mantener cada uno su posición -y es que cada uno debe tener una posición dentro del esquema defensivo, aunque sea como punto de partida-.

Vamos a desarrollar este último punto. Si el equipo dispone de una organización defensiva básica, cada jugador sabe dónde debe ubicarse al perder la pelota. Esto reduce la exigencia mental a la hora de tomar decisiones en cada situación -y el ámbito defensivo no es precisamente donde los jugadores blaugranas toman mejores decisiones-. Un posible escenario tras pérdida sería una presión agresiva en la zona de balón buscando una recuperación inmediata y, si no se produce, un retorno hacia la organización defensiva base, desde donde esperar hasta que aparezca la oportunidad de realizar otra presión corta e intensa para recuperar el balón o forzar el error del rival -patrón que siguió Alemania durante el mundial con gran resultado-.

Pero, y si dudamos también de esa primera premisa, ¿y si creemos que un equipo con Neymar-Messi-Suarez puede maximizar la relación beneficio-riesgo partiendo al equipo y descolgando a los tres de arriba tras esa primera presión intensa? Las reglas están ahí hasta que alguien decide romperlas y reescribir la historia. Un Cruyff. Un Pep. O cualquier otro visionario que no contó con la suerte necesaria para hacer historia.