“No faltó nunca a un entrenamiento, era el que mejor entrenaba, el que más corría, el que más goles metía y el que más disfrutaba jugando” Ismael Fernández

El domingo se estrenó, oficialmente, el Barça de Luis Enrique. Las primeras impresiones desbordan optimismo, ilusión y euforia. Todo un poco desmedido, es pronto para conclusiones definitivas y perspectivas demasiado amplias. Pero es cierto que los matices técnicos que deja el debut son muy buenos en cuanto a sensaciones perdidas u olvidadas momentáneamente. El año pasado, y el anterior, nos cansamos de repetir el gran problema del equipo: la transición defensiva. Este primer Barça ofreció un dominio del contexto general partiendo de una seguridad defensiva notable. Quizá, vista la pretemporada, todos teníamos más fijada la mirada en cómo distribuiría las piezas arriba, quién sustituiría a Neymar y cómo reaccionarían los “nuevos” interiores. O en Sergio, que se pasó la pretemporada sufriendo en la salida entre centrales.

Ismael Fernández fue ojeador del Real Madrid en el norte -Diego López y Luis Enrique son dos de sus trabajos para la casa blanca- y entrenador de la Braña durante más de una década. La Braña fue le equipo donde Luis Enrique se posó tras ser descartado por el Sporting en edad infantil y desde el que volvió a pisar Mareo unos años después para no dejar ya de triunfar en el fútbol. La trayectoria de Luis, como futbolista primero y como entrenador después, está marcada por su carácter, por una fuerte carga de espíritu y reflejo de su actitud sobre el campo en todo lo que hacía fuera. Trabajo, trabajo y trabajo. “Será mejor entrenador que futbolista” sostiene Ismael.

La frase que abre este escrito, bien podría servir de ejemplo o de motivación para todo el sistema formativo de cualquier escuela de fútbol. Compromiso, trabajo, esfuerzo, éxito y diversión. Todo recogido en una descripción del hoy entrenador del Barça. La base del mayor éxito de este equipo ha sido todo esto, amparados bajo el manto del “pater” y absorbidos por la dulce melodía de su discurso. Guardiola engulló todo, se hizo dueño hasta del patio de butacas, nos hizo creer que su equipo era una máquina de atacar cuando era –sobre todo- una máquina de defender. Luis Enrique ha llegado decidiendo por todos, respetado hasta por el sombrío y melancólico entorno que una año atrás ya golpeaban a un magnánimo argentino cuando aun no había puesto los pies en la ciudad. El asturiano, como su equipo, han aterrizado con buen pie en el difícil reino de la exigencia desmedida. Y sino que se lo pregunten a Leo, que el domingo jugó bien, como siempre, y da la sensación como de haber vuelto a nacer.