A veces la realidad se comporta de una manera tan extremadamente previsible que parece inapropiado discutir el devenir de las cosas: si un equipo que no ha marcado ningún gol se enfrenta a un equipo que no ha encajado ninguno, ¿acaso no es razonable que el resultado refleje tal diferencia? El Barça se ha impuesto cero a cinco al Levante, firmando el quinto partido solvente de la era Luis Enrique, y acumulando otro encuentro en que el portero apenas tiene que intervenir. La puerta sigue a cero, el medio campo sabe qué hacer con el balón –y con los espacios- y los atacantes marcan goles. A vista de águila todo son noticias positivas para el Barça, y lo sucedido en el Ciudad de Levante no hace sino constatar la insuficiencia del juego ofensivo de los valencianos y el sólido desempeño colectivo de los catalanes. Lo dicho, la lógica se impuso y el Barça sigue líder, confirmando una sensación genérica de avance lento pero seguro.

Sin embargo, durante buena parte del primer tiempo, la realidad se mostró un tanto perezosa y la diferencia entre los dos equipos no pasó del ámbito de la teoría. Empezaré por comentar alguna impresión acerca del partido de los de Mendilibar. Es cierto que al Levante le falta ese gran delantero autosuficiente que en tiempos de Jim o Caparrós agitaban en solitario todo el frente del ataque. También hay que tener en cuenta que el equipo che salta al campo con varias bajas sensibles, entre ellas algunos de sus jugadores más intensos. Y pese a estas bajas, y pese a que los locales no jugaron un buen partido, en la primera parte produjeron lo suficiente para haber batido a Bravo. El Levante formó un 4-3-3 bastante flexible –a menudo un 4-3-2-1- marcado por la posición de los hombres más avanzados, Barral y Morales, que se situaron descaradamente a la espalda de los interiores culés. Esta medida favoreció que viéramos un tipo de contragolpe un tanto diferente al que suele sufrir el Barça –es decir, el dibujado por un delantero que saca al central hacia banda mientras un segunda punta ataca el espacio-, de manera que Barral y Morales aguantaban el balón hasta que algún compañero les doblaba por banda. Con Alves y Alba proyectados como extremos, el Levante sacó mucho rédito de cada pérdida culé, especialmente gracias a las inteligentes subidas de Toño, el lateral izquierdo. De no ser por el compromiso defensivo de Rakitic, el Barça habría tenido que remontar un marcador adverso… aunque confieso que no creo que el resultado hubiera sido muy diferente.

Decía que el 4-3-3 del Levante fue bastante flexible, sobre todo durante el primer cuarto de hora. Cuando el Barça aposentaba la circulación del balón, no fue infrecuente que el Levante formase en un 4-4-2 relativamente corto y apretado. Sin embargo, la actitud del Levante fue un tanto dubitativa; aunque su disposición táctica parecía sugerir una presión avanzada, el equipo tendía a hundirse, especialmente en el centro de la defensa. Leo Messi, que tardó bastante en engancharse al partido, sacó ventaja de esta disposición errática del Levante, y amenazó con diagonales hacia Jordi Alba y Neymar que el Levante no podía contrarrestar. Desde luego la conexión entre Messi, Alba y Neymar no fue casual. El Barça repitió una y otra vez un movimiento que se va convirtiendo en rutina: el delantero que juega por derecha retrasa su posición para acumular marcas en torno a Messi, Rakitic y Alves. Mientras, Neymar se coloca entre centrales, e Iniesta avanza en funciones de mediapunta, atrayendo ambos a la defensa hacia zonas interiores. Esta basculación del Barça hacia la derecha obliga al rival a tomar una difícil decisión: o bien el lateral derecho salta hacia Iniesta, asumiendo el riesgo de que Jordi Alba rompa en profundidad, o acepta que Messi reciba de cara con Neymar e Iniesta instalados en la frontal. Interesante dilema.

Aún así, tengo la sensación de que hubo más demérito en el Levante que virtudes en el Barça. La circulación del balón careció de velocidad –incluso de precisión-, y el juego interior, durante buena parte del primer tiempo, fue casi inexistente. En este contexto marcado por la lentitud del Barça y el acierto en la conducción de los delanteros del Levante, quien marcó las diferencias y, desde mi punto de vista, resolvió el partido, fue Neymar. El brasileño se mueve por muchos sitios, ofreciendo apoyo y desborde, y aportando soluciones en cada momento del juego. Si el rival deja huecos, es sencillamente imparable, y su mera inteligencia táctica nos permite recuperar al gran Jordi Alba, que, gracias a Neymar, se encuentra casi siempre con el lateral rival fuera de posición. Baste decir que no menos de cuatro jugadores del Levante estuvieron pendientes de una forma u otra de Neymar y que ninguno logró minimizarle. Esta omnipresencia del 11–más influyente por su inteligencia que por su regate- favorece a Leo Messi más de lo que podríamos resumir en un artículo. El brasileño va camino de convertirse en el principal factor del ataque culé, de manera que Messi puede “esconderse” un poco más, tanto posicional como psicológicamente. Además, frente al Levante el Barça consiguió que Messi recibiera de cara muy a menudo, en lo que quizá es la mejor noticia de la época Lucho: el rival tiene que elegir entre abrirse para cortocircuitar el pase atrás del lateral, o cerrarse, permitiendo que Messi y Neymar reciban con ventaja.

El Levante se quedó a medias, pero Messi tardó bastante en conectarse al juego de manera constante y Pedro, cuya aportación estructural no es inapreciable, no deja de ser un elemento que se está revelando insuficiente. Cuando Sandro entró al campo en sustitución de Neymar el Barça formó un clarísimo doble nueve situado entre laterales y centrales, y el recién ingresado demostró una formidable adecuación a este sistema que superó con mucho la aportación del 7. Los movimientos de Sandro son tan quirúrgicos y medidos como profundos y agresivos son los de Munir, y, enfrentado a dos chicos seleccionados precisamente por estas virtudes, Pedro corre el peligro de convertirse en un elemento ornamental en la plantilla. Va siendo hora de que recupere ese rol de agitador del que tanto se benefició la selección española. Tampoco fue bueno el partido de Mathieu, no tanto porque fracasara en su papel de central -creo que su desempeño táctico es notable- como por sus tremendos fallos técnicos. En una situación que comienza a recordar a la de Alexis Sánchez, los riesgos impropios y los despejes grotescos están oscureciendo la labor de un hombre que, por puros fundamentos, le facilita la vida a un correcto Mascherano.

Y tras la vergonzante expulsión de Vyntra se terminó el espectáculo competitivo. Aún vimos cosas, pero sin la fe de Barral y Morales, el Levante se desdibujó y su mediocre partido se convirtió en mera tortura. Haciendo balance, no puedo decir que el 0-5 fuera un resultado injusto, pero sí creo que podría resultar engañoso. Con once contra el once el Barça fue un equipo lento al que solo Neymar –y, como consecuencia, Jordi Alba- lograba imprimir chispa; por otra parte, con un despliegue que ni fue agresivo ni especialmente coordinado, el Levante generó suficiente peligro como para batir a Bravo por primera vez. ¿Fue insuficiente el partido del Barça? En absoluto. Emerge indemne de un campo complicado, adornado con ribetes de solvencia y algún jugador engrandecido, especialmente el esforzado y eficaz Ivan Rakitic, sin duda una de las estrellas de la Liga BBVA. Queda por comprobar si este Barça, tan dependiente del acierto de sus laterales y de la actividad interior de sus delanteros, consigue crear ventajas frente a sistemas defensivos más agresivos y cohesionados que el un Levante que, perdónenme lo aventurado del juicio, quizá esté poniendo el carro por delante de los bueyes.