DC, la gran editorial americana de cómics, sentó hace muchos años las bases del multiverso en el mundo del cómic; creó universos paralelos que albergaban distintas versiones de un mismo superhéroe y abrió un abanico tremendo de posibilidades de lo más extravagantes. Así, en el reinicio de la editorial con los Nuevos 52, Thomas Wayne -el padre de Bruce Wayne- adopta el papel de Batman tras la muerte de su hijo y los padres adoptivos de Superman todavía viven, por poner un par de ejemplos.

Haciendo un pequeño ejercicio de imaginación podemos trasladar esa macedonia de fantasía al mundo del fútbol y pensar qué pasaría en un mundo alternativo, en una Tierra en la que las cosas hubieran pasado de forma ligeramente distinta. Imaginemos a un Barça aclamado por su fútbol contragolpeador, con contras demoledoras y una defensa rocosa, siendo el terror de Europa a balón parado. O a Mourinho como adalid de la educación y el buen estar, terco y obsesionado con un estilo de juego combinativo.

Pero acerquemos algo más una parte de ese extraño mundo y hagamos una comparación con el Fútbol Club Barcelona actual y el de esa Tierra tan particular: mientras que aquí estamos ante un equipo que lleva varios años buscando una nueva identidad, tratando de despegarse sin éxito de una borrachera de títulos que cada vez se ve más lejana, en esta Tierra-2 -vamos a llamar así a este mundo paralelo-, aunque los éxitos sí sucedieron de la misma forma, la manera de afrontar los años post-Pep cambiaron.

Con una gran junta y un director deportivo decente, se hizo una remodelación intensiva durante esos años y se adaptó el equipo a las necesidades de un Tata Martino que venía de ganar la Copa Libertadores con Newell’s. Claro está, el equipo también se adaptó a las necesidades de un Leo Messi que, desde su nueva posición como enganche, seguía siendo la peor pesadilla de un defensa. Comandados por un Valdés pletórico, un Piqué que abrazó el budismo y un Bartra con pelo desaliñado y barba frondosa, la defensa es un muro. En los laterales, Douglas Pereira, referencia mundial, ocupa el sector derecho con un Abidal que, a pesar de su edad, es el mejor lateral izquierdo del momento.

Y los cambios no acaban aquí. Tras la marcha de Xavi e Iniesta, el centro del campo cambió completamente. Mascherano ocupa el mediocentro con su estilo elegante y su gran toque de balón. Le acompaña Rakitic, con su brillante calva y su agresividad al corte. Arriba , en la línea de mediapuntas y acompañando a Messi, un corpulento Neymar se asienta en el sector izquierdo mientras que Rafinha, con su fantasmagórico color de piel, siembra el caos con sus regates por la derecha, como si fuera un fantasma indetectable. En punta, Luis Suárez, que acaba de recibir por tercer año consecutivo el premio al Fair Play de la FIFA, se desliza por el campo como una bailarina y combina como un centrocampista más a la vez que no duda en reventar las redes cuando tiene ocasión.

A pesar de lo bien que suena este Barça de Tierra-2, el de nuestro mundo, el Barça que todos conocemos, puede llegar a ser algo estimulante. Solo hay que arriesgar, apostar por algo distinto y pasar página. Esto no tiene por qué ser necesariamente cambiar el estilo de juego, pero sí ser consecuente con la disposición de la plantilla y tratar de alcanzar un mínimo de coherencia. Puede que así vuelva esa diversión y competitividad que muchos reclaman. Y sobre todo, porque pelear Ligas en una realidad alternativa contra Getafe y Espanyol no tiene tanto glamour.