La teoría del caos fue descubierta por accidente -como suele ocurrir- por Edward Lorenz mientras introducía datos y realizaba simulaciones de sus modelos de predicción meteorológicos. Implica que ligeras alteraciones en los valores iniciales de un sistema complejo -interdependiente- producen resultados dispares con el paso del tiempo debido a sus propiedades exponenciales. Se la conoce popularmente como «el efecto mariposa».

Pero esta explicación es un poco tramposa. La metereología es un campo de estudio donde el conocimiento del sistema complejo que la configura es muy avanzado y sigue un patrón determinista. Y aún así, las previsiones a más de tres días son puro azar. Imaginaos lo que pasa en otros campos como la economía -interaccionan diariamente millones de seres vivos- donde las predicciones fallan como una escopeta de feria.

Alguno se estará preguntando qué tiene esto que ver con el fútbol. Pequeñas alteraciones en los valores iniciales producen resultados dispares en una secuencia temporal. La colocación de partida, el sistema, es importante en lo que pasará treinta segundos después, cuando la jugada evoluciona y todo está más desordenado. Pequeñas alteraciones -fallos de concentración, malas interpretaciones- que produzcan un posicionamiento incorrecto son el origen de un gol en contra, o de un robo que produzca un gol a favor.

Por supuesto, el fútbol es dinámico, pocas veces está parado. Pero ese sistema sirve de guía para que los jugadores tenga un mapa mental de su posición en el terreno. Nos basta observar un mapa de calor para ver que las intervenciones de estos se concentran en parcelas muy concretas del campo. Pero hablamos de pequeñas alteraciones, de diferencias apenas imperceptibles. La capacidad de interpretación del jugador, su toma de decisiones, y su capacidad para ejecutarlas correctamente. Y todo esto en un espacio de tiempo mínimo. Lo que suele marcar las diferencias entre categorías es la reducción de tiempo para interpretar, decidir y ejecutar. Y en el fútbol de élite, generalmente, el tiempo escasea.

Tenemos entonces un sistema, un punto de partida, y unos jugadores con diferentes capacidades técnico-tácticas, o sea, interpretar-decidir-ejecutar; y un sentido común que nos indica que es más fácil adaptar lo primero a los segundos que a la inversa.

HIPÓTESIS DE CRECIMIENTO

Todo hacía imaginar, en pretemporada, que la evolución del equipo se dividiría en dos. Una primera parte menos ambiciosa, más rígida, basada en la seguridad defensiva, evitando el descontrol -pausando el juego- y tratando de llegar al área rival con pocos pases. Ahí brilló la conexión Busquets-Messi y se consiguieron numerosos goles tras recuperación. Hasta el Bernabéu. Hasta Suárez.

A partir de ahí comenzaba otro periplo. Probaturas tácticas, acoplamiento de las tres estrellas, adecuamiento del resto del equipo. En esas estamos. El equipo crece, aunque solo sea a base de aprender lo que no funciona.

Y eso es lo que hemos visto. Lucho trató de que la primera parte se pareciese en estructura a la idea que tenía para la segunda. Extremos por dentro, interiores por fuera, zona central para Messi. El gran cambio ha sido Suárez. Permite subir varios escalones competitivos al conjunto, pero su encaje requiere tiempo y paciencia.

LO QUE NOS ESPERA

La debilidad defensiva de la línea de tres es patente. Busquets y los interiores no consiguen abarcar todo ese espacio. No pueden. Están a todo. Subidas de los laterales, presión a los MC rivales y su propia zona. Reincidimos en lo comentado meses atrás. Los de arriba no ayudan y los de atrás tampoco. Nadie niega que Piqué es el mejor defensor del conjunto y entonces, ¿por qué no juega? Porque siempre recula, alargando el espacio entre líneas y exponiendo al resto del equipo.

Mis compañeros han tratado estos días el colapso de Busquets, la indefinición de Rakitic. No es un problema de nombres sino de estructura. Ningún equipo de élite defiende con tres en el medio. Los extremos recuperan, al menos uno, y forman una línea más compacta. Aquí no y no se sostiene. Descartada la opción de Pedro para sumar la línea de cuatro, el encaje se intuye complicado. Suárez tiende a finalizar en posición de nueve y Messi no realiza tareas defensivas. ¿Neymar? Podría funcionar en determinados partidos. Con el brasileño descolgándose en una línea de cuatro, habría dos jugadores por dentro -Busquets & Iniesta- y el otro interior se desplazaría a la banda -Rakitic-.

En el día a día no se intuye solución inmediata. El equipo vivirá de su pegada arriba, de los espacios y las transiciones cuando estas aparezcan, y confiarán en aprovechar su mayor calidad en las áreas. Jugará peor -lo siento, Otsuka- pero será más competitivo. Busquets seguirá funcionando hacia delante, Rakitic continuará como acomodador y los centrales tendrán que anticipar y guardar la espalda al mismo tiempo. A cambio, Neymar se mezclará con Messi y Suárez, y el equipo encontrará más vías para aprovechar su 70% de posesión, cifra inamovible dado que pocos rivales le discuten el balón.

Otra vez en la dicotomía de partidos grandes y partidos pequeños. Los primeros proporcionan las noches de gloria, los segundos ganan los campeonatos. Se puede apostar a ambos, a transformarse según la ocasión, pero se corre el riesgo de quedarse a medias. Y en la élite, eso es la muerte.