Rafa Márquez como mediocentro, con Xavi y Gabri de interiores en el 4-3-3 más sintomático del club. Pocos podían imaginar que el interior izquierdo sería, años más tarde, el principal argumento contextual de un fútbol inquisitivo durante más de un lustro. Dos Copas de Europa, dos Eurocopas de Naciones y una Copa del Mundo, por si surgen dudas durante la lectura. Luis Enrique Martínez, futbolista de 33 años, como delantero centro. ¿Os suena? Tres pinceladas de enorme atractivo para recordar un amistoso que servía de inauguración de Do Dragao, con Jose Mourinho en el banquillo visitante y Baía de portero. Un montón de detalles que hacen de atrezzo a un acontecimiento que merece la pena recordar cada noviembre: el debut de Leo Messi con el primer equipo del Barcelona. Debutaron otros dos chavales con Leo, Oriol Riera y Jordi Gómez, de los que el argentino era el más joven (16). Se produjo el minuto 75, por Fernando Navarro y lo resume Messi con la austeridad habitual, “se dio y lo pude disfrutar”.

Messi es el mejor futbolista del mundo. Y lo es, principalmente, por lo inexplicable de su estado natural cuando juega al fútbol. “El arte es algo excepcional y no hay unos métodos”, leí hace poco en una entrevista al pintor Antonio López. Messi es el carácter natural del fútbol, la personificación del talento sin mecanización. Su imprevisibilidad ha hecho que convirtamos en rutina lo excepcional, que pongamos como mínimo exigible la delicada belleza de un regate, de una carrera de 25 metros con víctimas, la sutileza de un gol imposible de repetir e imposible de imaginar. Messi es lo excepcional y es el método.

Messi y el Barça necesitan una reconciliación. Escribía hace unos días Jaume Nuñez sobre La Soledad de Leo hoy, “cincuenta metros y cuatro obligaciones por el carril central”. No parece ningún disparate decir que Leo es un equipo entero, que se carga las alforjas con todo un sistema de juego donde falta un plan preciso al que se le exige un plan precioso. Tras once años, quizá se encuentra con su mayor problema. Sin haberse puesto otra camiseta, habiéndose besado el escudo en momentos majestuosos, argumentando cada día su amor por jugar en el Barça, quizá le toca a su equipo ayudar al diez. Con Pep, aquel 2 de mayo en el Bernabéu, nació la figura de un Leo casi insultante para su rival. Se moldeó la figura de un conquistador, ataviado por un ejercito casi puro entonces, e invadido por la soledad hoy día. Once años donde “pasamos de ser muy buenos a inútiles”.