Estar acompañado y sentirse solo, esa sensación que hemos vivido muchas veces en nuestras vidas. En el mundo del fútbol siempre se suele relacionar con el portero, el jugador más aislado de la dinámica de juego de un equipo -cada vez menos-. También se liga a la figura del entrenador, sito en pie en su área técnica, cavilando, buscando soluciones, buscando respuestas e incluso preguntas. Dos elementos, uno fuera del campo y otro alejado de sus compañeros que deben aprender a convivir con ella y a ser utilizados como recurso visual por el realizador televisivo de turno.

El pasado sábado, quien les escribe solo pudo ver los primeros 30 minutos de partido en Almería y quedé aterrado por la soledad que debió sentir un jugador azulgrana. Sí, estoy hablando de Leo Messi. La pulga siempre comienza los partidos de la misma manera, manteniendo su posición de pizarra, la de 9-falso9-mediapunta. Con el paso de los minutos y sin haber recibido balón alguno -lo usual- se desplaza a la zona del interior derecho para activarse. Si en ese espacio tampoco logra recepciones ventajosas, el siguiente paso es aparecer en la zona de creación para participar e intentar crear ventajas. Este proceso se repite cada encuentro en el tramo inicial del mismo y lamentablemente acaba siendo una seña de identidad del equipo. Leo se debe buscar la vida.

Pero estábamos hablando del partido del fin de semana pasado, donde la soledad del 10 rozó casi el absurdo. Con el partido avanzado era el argento el que debía acercarse a Busquets, ser el primer pase. Desde ahí debía organizar, distribuir o batir la primera línea defensiva local. A continuación, sin pausa ni descanso, conquistar la zona del balcón del área, juntando a los almerienses y generando espacios en ambas bandas. Y claro, ahí no queda la cosa, porque raudo y veloz debía ocupar el área y ser el encargado de rematar el centro o buscar el rechace de portero o defensas. Cincuenta metros y cuatro obligaciones por el carril central, algo inhumano que posiblemente repercute en su nivel de acierto y finura de cara al gol.

Leo debe asumir riesgos en todas las zonas del campo pues es el factor desequilibrante del equipo, pero para más inri, tampoco contó con la ayuda de sus compañeros en situaciones donde el rival logra arrebatarle el balón. Valga de ejemplo el gol de Thievy: Messi conduce de derecha a izquierda, encimado por tres rivales. Frena e intenta encontrar una línea de pase cuando 6 compañeros suyos están por delante del balón. A ninguno se le ocurre retrasar su posición 10 metros y habilitar una línea de pase. Todos esperan su genialidad, que desborde a los tres. A su espalda Busquets -como si no fuera con él la jugada- y los dos centrales tampoco deciden aparecer por los costados como tabla de salvación. Pérdida de Leo y contra veloz de libro. En los 8 segundos que está el balón en su poder ningún jugador culé acude al rescate. Messi contra el mundo.

A Lionel no se le están ofrenciendo las mejores condiciones para explotar su juego, más allá de lesiones pasadas, bajas formas, cambios en su físico, supuestas reservas para el Mundial y otras milongas. Aún así, su nivel actual es altísimo, capaz de asumir todas sus obligaciones colectivas y continuar siendo diferencial. Si a tu jugador franquicia no le arropas no puedes esperar que cada partido se saque de la manga el gol, la asistencia y la jugada ganadora porque además de eso debe ser el primer pase, el que organiza y el que hace avanzar posicionalmente al equipo. Como dije esa misma tarde por Twitter “Yo soy Messi y pido el cambio. No se merece esto”.