Declaró hace tiempo Sergio García que leer, lo que es leer, ni los libros de la escuela. He aquí una demostración más de que la lectura vocacional no es un requisito fundamental -tampoco un inconveniente, ojo con eso, pues hay ejemplos para todos los gustos- para convertirse en la gran estrella de un equipo de Primera División. Cuanto menos, la lectura sobre papel: los Auerbach, Follet y Murakami; porque lo que es sobre el césped el delantero de Bon Pastor lee mucho, bien y, como pueden testificar incontables rivales desde hace tanto tiempo, con muy mala leche.

El exazulgrana, capitán del Espanyol en el más amplio sentido de la palabra, sigue siendo la gran amenaza para cualquier adversario que visite o reciba al cuadro periquito. La situación no es nueva, pues viene reproduciéndose desde hace unos cuantos años, pero este curso cabe reseñar la mayor soledad de un punta que, si bien está más que habituado al aislamiento del nueve que lidera a un equipo desde la inferioridad, viene echando de menos un colectivo más firme a su espalda. Y no es para menos: con la marcha de Javier Aguirre los de Cornellà-El Prat perdieron también su fútbol más competitivo de los últimos tiempos sin haber dado, a día de hoy, con una alternativa convincente. Lo cierto es que Sergio González, la gran apuesta hogareña para suplir al mexicano, no termina de dar con la tecla pese a que los resultados del equipo, dentro de lo que cabe, no son ningún desastre.

El entrenador de L’Hospitalet, antiguo centrocampista estrella del equipo blanquiazul, apostó a su llegada al banquillo periquito por un fútbol que él mismo habría apreciado vestido de corto: abierto, de mucho balón y ritmo pausado. Es decir: a grandes rasgos, todo lo contrario a lo que venía practicando el equipo barcelonés las dos temporadas precedentes. Al margen del contraste que suponía la apuesta, por si misma ninguna barbaridad, en los primeros partidos de la temporada el equipo se mostró muy poco eficaz en este discurso. Más allá de las intenciones comentadas, identificables en los onces del entrenador y la voluntad que se intuía en las acciones recurrentes de sus hombres, el equipo no terminaba de concretar ningún mecanismo que legitimara la idea y tampoco las nuevas incorporaciones -Cañas, Caicedo, Salva Sevilla y Montañés, las más destacadas- parecían aportar ningún valor decisivo al respecto. En la práctica, el Espanyol sufría para salir desde atrás y conservar el balón, no sacaba réditos ofensivos de sus posesiones y, perdido ya el esférico, se descubría abierto en canal ante la transición del rival. La situación no podía durar.

El Espanyol de las últimas jornadas es un equipo distinto: bastante insulso, pero mejor que en el arranque de temporada. Tras insistir algunas semanas en su idea original Sergio González cambió onces, dibujos e intenciones sin dar con ningún plan consolidado pero sí con algunas constantes que se han demostrado positivas: a falta de brillo en la creación, su equipo concede menos porque ha ganado realismo con balón y, sobre todo, se muestra más compacto e intenso sin él. Sigue sin estar clara la altura a la que pretenden defender los periquitos, el sistema varía con frecuencia y algunas piezas del once distan mucho de estar consolidadas. Pero ahora, cuando Sergio García pierde la pelota, sabe que sus compañeros han tomado precauciones. Excelente noticia para un delantero al que estaban pesando demasiado no ya los años, que poco a poco limitan su autosuficiencia, sino la ausencia de cualquier estructura en la que apoyar su fútbol.

Poco a poco el vestuario periquito, que acredita grandes ejercicios competitivos en un pasado muy reciente, se va reencontrando consigo mismo: en el medio Cañas y Víctor Sánchez casan mejor de lo esperado para una dupla, a priori, tan redundante en su juego revoltoso, Stuani viene compensando el pobre rendimiento de Caicedo y Sergio García puede afirmar que ha encontrado un socio inesperado al fondo a la derecha: el joven Lucas Vázquez es un extremo intenso y desequilibrante que convierte recepciones inocentes en jugadas de ataque. Una bendición para un equipo al que le cuesta tanto ofrecer una buena lectura a su sufrido capitán.