Delitos y faltas: Prohibido volver a fallar

Acusando todavía la resaca de unos Oscars en los que Birdman -Alejandro González Iñárritu, 2014- fue la gran triunfadora, esta previa queda también obligada a recordar el desastroso paso de Michael “Caparrós” Keaton por el Granada. Hablábamos en el partido de ida del valor de la Alhambra de Joaquín Caparrós, un equipo de apariencia nada lujosa pero con mimbres sólidos y construido para perdurar en base a la mentalidad táctica del entrenador utrerano, que finalmente poco o nada resistió y acabó mostrando su infinita debilidad en aquel inapelable 6-0 del Camp Nou.

Resultado que simboliza el recuerdo que dejó Caparrós en Granada, el de un entrenador incapaz de reaccionar ni de aplicar sus ¿anticuados? métodos de trabajo a un club que confiaba ciegamente en él para asentarse la categoría y crecer a corto plazo, pero de cuyo fracaso todavía se siguen pagando las consecuencias, tanto las clasificatorias, en descenso y a cuatro puntos de la salvación, pero sobre todo anímicas en un vestuario que ha llegado a encadenar 16 partidos sin ganar en Liga.

La llegada de Tommy “Abel” Jones al banquillo y la chispa que aportaron a los extremos jugadores resolutivos como Robert Ibañez o Lass Bangoura, cedidos por el Valencia y el Rayo respectivamente, parecían ser suficiente estímulo para cambiar de rumbo, como ya lograra no sin sufrimiento el ex-guardameta reemplazando a Fabri en la temporada 2011-2012. Pero la realidad es bien distinta, el Granada sigue pagando los delitos de una débil planificación de plantilla y una tardía reacción a la serie de malos resultados, pero lo que le está rematando la jugada son las faltas, esas bajadas de concentración, fallos y ausencias de jugadores por lesión o sanción, a las que añadir las disparatadas expulsiones de Álvarez Izquierdo en el partido frente al Elche, que a la postre costaron la victoria, y que impiden al equipo encadenar una serie de resultados positivos con los que cimentar un once sólido y mirar a las últimas jornadas con moral, que no matemáticas, para lograr la permanencia.

En ese sentido, el partido frente al Barça se presenta con el prohibido perder como lema, en especial tras sufrir ambos dos derrotas dolorosas e inesperadas. El conjunto de Luis Enrique planea irregular pero reacciona como un campeón, como pudimos ver en la magistral primera mitad frente al City, más aún tras el bloqueo mental y futbolístico sufrido ante un rocoso Málaga, agradable sorpresa de la temporada. Traspiés que damos por seguro la asociación Messi, Neymar & Co. tratará de evitar se repita de nuevo.

Y no estará Brahimi, en las filas del Oporto y goleador en la victoria granadina la pasada temporada, que condenaba a un Barça que no quiere dejar escapar la Liga tan pronto, como tampoco estará Ighalo, autor de goles históricos puestos ahora al servicio del ascenso a la Premier del Watford, y que pese a todo, como un aficionado más, ofrece su apoyo en la distancia gracias a twitter. Sin esa gracia goleadora y con la mentalidad por los suelos, a falta de catorce jornadas nunca cuatro puntos parecieron tan inalcanzables, el Granada se aferra sin creerlo a la gesta, la de volver a batir al Barça y soñar con otra temporada en primera. Esperanza que quizá no se merezcan, pero que en palabras de Woody Allen, quizá sirva de experiencia para que generaciones futuras del club lleguen a entenderlo mejor, en esta u otra división, de aquí a las próximas trece jornadas.

A lo largo de nuestras vidas nos enfrentamos a decisiones terribles, elecciones morales, algunas a gran escala. La mayoría de estas decisiones son sobre cosas pequeñas, pero las decisiones que tomamos nos definen como personas, de hecho, somos la suma total de todas nuestras decisiones. Los hechos ocurren de forma impredecible, de forma injusta, la felicidad humana no parece haber sido incluida en el diseño de la creación, sólo nosotros con nuestra capacidad para amar podemos dar sentido a un universo indiferente. Y aún así, la mayor parte de los seres humanos parecen seguir intentándolo, e incluso encuentran la felicidad en las cosas sencillas, como la familia, su trabajo, y la esperanza de que las generaciones futuras lleguen a entenderlo mejor.

(Delitos y faltas, Woody Allen, 1986)