Hace unos años, antes de que nuevos descubrimientos arqueológicos complicasen las siempre trémulas hipótesis de la paleoantropología, se afirmaba que los neandertales habían muerto de éxito. Se argumentaba que los Sapiens neandertalis se habían adaptado tan eficazmente a las glaciaciones del Pleistoceno que, hiper-especializados, fueron incapaces de hacer frente a la competencia del Sapiens Sapiens, más ágil y mejor equipado. Es una posición teórica que aún resulta legítimo sostener, aunque hoy sabemos que la historia podría ser mucho más complicada. En todo caso, el concepto de “morir de éxito”, importado directamente de la etología, triunfó como paradigma explicativo porque, entre otras cosas, cada vez que una cultura impone su hegemonía está sentando las bases de su propia especialización, adocenamiento y, tarde o temprano, estrepitosa caída. Algo así le ha ocurrido a la Premier League, un torneo que hace no tanto dominaba el mundo y que ahora se encuentra sin representantes en cuartos de final. El fútbol inglés ha salido a Europa a jugar como juega en Inglaterra, y los cada vez más refinados sistemas tácticos continentales han desnudado su indolente laxitud defensiva. Pero no nos llamemos a engaño con lo que ha ocurrido hoy en el Camp Nou. Es cierto que el Manchester City es uno de los más claros exponentes de la inadecuación del fútbol inglés a la máxima competición y, probablemente, el equipo menos capacitado para aguantarle un doble round al Barça. Con esto y con todo, lo que ha hecho Leo Messi con el City no es propio de la elite, y los chicos de Pellegrini son élite. Lo que ha hecho Leo con el campeón de la Premier no es propio de la Champions. No es propio, ni siquiera, del fútbol. Señoras y señores… bienvenidos al fin de la historia.

FC Barcelona v FC Spartak Moscow - UEFA Champions League

A partir de aquí, os aseguro que tengo que obligarme a seguir escribiendo, porque hubo más cosas, claro, pero todas terminan por llevarnos al mismo sitio. Comencemos, por seguir un orden, con el ataque posicional del City, que era el equipo obligado a remontar. Su plan ofensivo, aunque consistente con la tradición del Pellegrini británico -blando, débil e inconstante-, consistía en activar dos piezas clave: Silva y Kun Agüero. Al jugar con un solo delantero el mediapunta canario pudo fluir con más naturalidad y amenazar la zona de tres cuartos blaugrana, mientras que el Kun logró situarse con cierta frecuencia a espaldas de Jordi Alba, pobremente auxiliado por Iniesta. El plan, sin embargo, no se completaba con un dispositivo de creación de ventajas: los laterales, Milner, Touré y Nasri se agolpaban sobre sus dos talentos ofensivos para intentar sobrecargar, sin mayor criterio, el sistema defensivo del Barça. Así, Nasri, Sagna y Agüero lograron alguna combinación de mérito en izquierda, mientras que Kolarov, la pieza a la que el Barça no podía defender, se topaba con un notable Alves. La activación de los visitantes era superior a la mostrada en el Etihad, y durante los minutos iniciales pareció que el City podría ofrecer un espectáculo de mayor calidad competitiva. Sin embargo, la contrapartida de un sistema basado en la acumulación azarosa de piezas implicaba un peaje que los de Manchester no podían pagar: los defensores tenían que interpretar constantemente los movimientos de los delanteros del Barça y afrontar duelos individuales. Pronto descubrimos que el cheque de Pellegrini no tenía fondos, y la tensión de enfrentarse en solitario a Neymar, Suárez y Messi en plenitud desquició a los defensores del City, que se cargaron de tarjetas.

En apenas diez minutos el Barça desarboló toda resistencia del City, y lo hizo a lo grande a partir de sus tres atacantes que, en esta ocasión, se encontraron con el inesperado concurso de los interiores. Neymar estuvo inmenso durante el primer tiempo, apoyándose en Iniesta y Suárez para destrozar entre líneas al perezoso equipo inglés. Hay que destacar que a Iniesta se le ve bastante ágil y fino en lo técnico, recuperando esa voluntad de agrupar rivales para cambiar el juego hacia zonas más desahogadas. Su primer tiempo fue bastante positivo. Aún así, no puede uno menos que lamentar que el altísimo ritmo de juego del Barça resulte tan contradictorio para con sus capacidades. Ese “pero” no se lo podemos poner a Ivan Rakitic, que ha jugado, desde mi punto de vista, su mejor partido con el Barça. El croata se ha convertido en el más aplicado guardián de Messi, tan concentrado en compensar los movimientos del diez que se pasa el partido buscándole con la mirada. Hubo, al respecto, una jugada muy reveladora hacia el minuto 10 de la primera parte. Mientras Alba, Neymar, Iniesta y Mascherano eliminaban rivales asociándose, Messi se movía por el campo en busca de la posición más dañina para el rival. A cada movimiento de Leo correspondía Rakitic con el contrario: en el plazo de un solo minuto Leo pasó por el interior diestro, la mediapunta, el mediocentro y el interior zurdo, y Rakitic se colocó, respectivamente, entre central y lateral, de extremo bien abierto, de interior y de mediapunta. La ocupación del espacio fue óptima gracias al espectacular partido sin balón de Rakitic, una de las noticias más agradables del encuentro.

Y en algún momento a partir del minuto 15 el huracán se desató, llevándose por delante al City, a la lógica y al sentido común. Leo Messi comienza a eliminar rivales en todas las alturas del campo y a filtrar pases a la banda izquierda; uno, tras otro, uno tras otro. Todos perfectos, todos determinantes. Solo la falta de precisión de Neymar, Luis Suárez y Jordi Alba impidió que el Manchester City se llevase una goleada, aunque la noche de Joe Hart fue, qué duda cabe, gloriosa. Hubo una jugada, en el minuto 30 de la primera parte, en la que Messi pareció enloquecer: se pasó no menos de un minuto eliminando rivales en derecha, por el centro, en izquierda, combinando con todo el mundo, acelerando, girándose… El diez, bien secundado -¡por fin podemos decirlo!- por todo el equipo, logró recuperar sensaciones de absoluto dominio. Y hay que darle crédito a este Barça, porque esto es la Champions League y el mundo ha visto al campeón de la Premier hincar la rodilla frente a un conjunto que, al menos por una noche, supo aglutinar talento y disciplina táctica en una síntesis sostenible.

Eso no quiere decir que el Barça haya dejado atrás su fragilidad defensiva, ni mucho menos. La defensa de las transiciones en la segunda parte fue extremadamente desordenada, y yo creo que algo tuvo que ver con la entrada de Jesús Navas. Jesús, que en el orden cósmico del fútbol es una deidad menor, jamás perderá su condición de certeza positiva: recibe, se va y levanta la cabeza. Es un jugador simple que propone retos sencillos en los que casi siempre logra hacer un poco de sangre al equipo rival. Jordi Alba, además, hizo un partido horrendo en la marca, y fue superado con claridad en cada duelo. Por esa pequeña herida comenzó a filtrarse Touré Yayá, uno de esos físicos desproporcionados contra cuyas conducciones el Barça no tiene respuesta. Afortunadamente, Piqué y Mathieu sobresalieron en la defensa del área y Mascherano impidió que Silva y Milner sacasen partido en derecha del desequilibrio en izquierda. No es que al Barça le incomodase la situación, porque el City abrió líneas y los tres de arriba generaron tres goles por cada gol producido por los ingleses. El intercambio de golpes era ventajoso y el Barça no sufrió en demasía. En este contexto de ida y vuelta Iniesta se apagó casi por completo, invisible sin balón, pero es justo apuntar que su concurso en la segunda parte no fue del todo estéril. En torno al minuto 70 Andrés se situó en el mediocentro, reclamando a Jordi Alba a su izquierda y a Neymar entre líneas, situación que favoreció alguna cadena de pases con la que el equipo logró tranquilizar la imprecisa furia del City. En todo caso, el Barça no estaba interesado en comprar la calma que Iniesta le quería vender, y, hasta el final, el choque se convirtió en un ida y vuelta de cuyo resultado solo Hart se atrevió a dudar.

Y esto no son más que cosas que pasan, pequeños relatos de un partido que no tuvo más Historia que la de Messi. Como decía Proust, una hora es algo más que una hora, es un vaso de perfume, y en las tapas de un libro podemos encontrarnos las últimas luces del estío. Y yo os deseo, orgulloso de hacerlo desde Rondo Blaugrana, que vuestras horas sean más que horas, y que disfrutéis de los rayos de sol en cada partido de Leo, porque el fútbol nos ha reservado el privilegio de contemplar el mayor espectáculo deportivo de todos los tiempos. Sed felices, amigos y amigas, porque algo tan grande no volveremos a verlo.