Desde que el capitán del Barça anunció que decidía continuar en el equipo se instaló la duda de cómo encajaría, -y lo más importante, condicionaría- el naciente proyecto de Luis Enrique. Los más optimistas pensaban que se acabaría imponiendo, haciendo jugar mucho mejor a su equipo, mientras que los más pesimistas razonaban que fagocitaría todo al ritmo de su toque. Sea como fuere, las dos posturas tan dispares entre sí convergían en un punto en común: de un modo u otro el 6 tendría mucho protagonismo. Y así fue durante gran parte de la temporada, durante el lapso que ocupó las dos visitas –y derrotas- al Bernabéu y Anoeta. Antes y después, la nada.

Centrándonos en el después, su situación para con el proyecto aún es más comprometida. En plena racha del mejor fútbol del Barça en 3 años –racha cada vez más difuminada, dicho sea de paso-, su figura aún ha menguado más. No por su nivel en sí, que posiblemente le siga dando para al menos entrar en el debate sobre si es el mejor interior del plantel, sino por su casamiento con la idea de juego. Xavi, digamos, es contracultural con el fútbol que ha aupado a los de Lucho a la disputa por todos los títulos. Pensamiento, tan generalizado como asentado, que debe ser rebatido desde el partido de hoy en los Cármenes.

Hernández no ha pesado nada hoy en el partido, por lo que podemos decir que en clave interiores del Barça 2015 ha aceptado su rol a la perfección. Ha entrado en la dinámica de juego sin alterarla, sin llevarla al xavisistema. Se ha puesto ante sí mismo, contra sí mismo, y se ha despojado de todo lo que es para poder competir por un puesto y ayudar al equipo. Desde hoy, confirmando lo que ya vimos en Bilbao, los culés lo tienen claro: no habrá marcha atrás en el plan de juego, ni habrá esa tabla de salvación para algunos, condena para otros, que era el de Terrasa.

Pensemos que Xavi, con esta evolución, está haciendo un doloroso ejercicio de renuncia: renuncia a todo lo que antes demostró dominar y que le supuso su reconocimiento: a su posición en el campo, a su estilo de juego, y a su ascendencia sobre los otros jugadores en el campo. Frente a esto se mostró despreocupado de la ordenación de sus compañeros, de mejorar la jugada, de activar zonas del campo. Se subió a la ola propuesta por su míster –hoy de poco recorrido-, y se dejó llevar. Y esto es destacable porque el de toda la vida, el de hace 5 años y el de hace un mes, habría cambiado hoy el partido.

Un partido donde a los azulgrana le faltó precisamente eso, centro del campo. La estructura, si alguna vez la hubo como tal, brilló por su ausencia. Con Mascherano entre los centrales y los interiores cerca de los delanteros, quedó la zona ancha del campo como un latifundio a explotar y que ambos equipos decidieron dejar en barbecho. Además, para subsanar esto, ni Messi, ni Neymar –claves de bóveda del proyecto-, mostraron la hiperactividad de otras ocasiones. El precario sistema sostenido por la aportación de los cracks desapareció completamente sin ellos. El resultado fue un encuentro de perfil muy bajo, mal jugado.

La excusa, que siempre hay una, es sencilla. Tras el Etihad y antes del Madrigal era el típico encuentro que el equipo grande no quiere jugar. Y posiblemente más si vienes del pinchazo en cuanto a ilusión que supuso la derrota contra el Málaga. Además, el campo estaba en unas condiciones que no dejaban fluir el juego, y que llevó a que ni tan siquiera se intentase. La consigna siempre fue clara: la pelota debía tocar poco el piso, pues por aire llegaría antes. Cambios de orientación y balones en profundidad –regalo de Abel Resino y su sempiterna defensa adelantada sin presión acompañada-, fueron una constante, reforzados con la orden de que los tres de arriba no debían retornar nunca. Y en esas Luis Suárez es el rey. El uruguayo culminó su semana grande siendo decisivo en tres jugadas que lo definen. En su catálogo mostró su determinación en la acción del primer gol; su olfato en el segundo; y que su ansiedad es cosa del pasado en el tercero.

Con esto se llevó el Barça tres puntos de esos que cuestan mucho y se saborean poco. Por el camino, se ha reafirmado lo que ya sospechábamos: este es el equipo de los delanteros. Son muy buenos, siempre aparecen, y hacen pasar por estructura algo que no es como tal. Tampoco pasa nada: en el fútbol hay muchos caminos para llegar al éxito y la táctica es uno de ellos, quizá el más potente, pero no es el único. Por ello, Xavi, como hasta ahora lo conocíamos, ya no tiene sentido y solo encontrará un hueco enfrentándose a sí mismo. Humprey Bogart ya no quiere escuchar más el piano.