Desde que el Barça empató en Sevilla el temor a que otro resultado que no fuera la victoria torciera el liderato culé estaba en el aire; marcados en rojo había varios encuentros como la visita del Valencia al Camp Nou o el algo lejano partido ante el Atlético en el Calderón. Entre esos dos partidos andaba otro que había que tomar con mucha precaución, como era el derbi entre Espanyol y Barça. Acabó siendo la menor de las preocupaciones.

Pero pongámonos en situación: el Barça salía con el once de gala salvo Rafinha por Rakitic. El Espanyol por su parte con todo. Un Espanyol que desde el inicio intentó desconectar los pases de la defensa culé con el centro del campo a base de una presión poco efectiva y en la que no parecían creer mucho. El Barça lo tenía clarísimo desde el inicio: empezó a tocar sin prisa y a desordenar a un Espanyol que acumulaba a mucha gente atrás y que no quería correr el riesgo de perder la posición con un intento de robo.

Pasada la calma inicial de los primeros minutos el Barça empezó a ordenarse y vimos varios detalles iniciales que iban a marcar el encuentro: un rápido cambio de posiciones entre Rafinha e Iniesta -que comenzaron por izquierda y derecha respectivamente- acabó de asentar al equipo y la maquinaria empezó a carburar. El Barça se plantó en campo rival de forma casi permanente durante más de 30 minutos gracias a un Andrés Iniesta que está mostrando su mejor versión en el momento decisivo, pero curiosamente no a base de regatear y rajar defensas con su conducción, si no a paladas de organizar y mover el balón.

Gracias a la actuación del 8, Rafinha ganó más peso en el juego y ayudó a oxigenar el ataque con alguna que otra diagonal y Busquets disfrutó anticipando y cortando balones en campo rival, donde sabemos que es el número uno. Es un hecho sorprendente ya que está siendo en abril cuando el Barça le ha empezado a dar peso a los interiores, confirmándose esta sensación en esta jornada. Pero el partido de Andrés no quedó ahí, si no que también ayudó a que la delantera pudiera demoler a la defensa periquita.

Una defensa que no supo amarrar a un Luis Suárez que se comió -no necesariamente de forma literal- a su contraparte en cada acción, ganando balones con esos movimientos de pivote tan suyos, y que cubrió perfectamente los apoyos interiores tanto de Neymar como de Leo Messi, ambos claves del partido. Primero Neymar, que abandonando esa posición de extremo y flotando en una permanente diagonal hizo mucho daño a los blanquiazules tanto con remates como con apoyos.

La guinda evidentemente fue Leo, que una vez más jugó centrado pero algo escorado a la derecha, donde puede seguir haciendo esos pases diagonales que ganan campeonatos y marcar goles casi por inercia, pero sumando una calma y un conocimiento del juego que lo hacen más completo que nunca. Lo cierto es que la aparición de Suárez le ha liberado de la presión con la que anteriores temporadas ha tenido que lidiar prácticamente él solo en ataque y ahora, cuando se decide todo, se nota más que nunca. Ya no tiene que ser el héroe y marcar para que el Barça pueda ganar. Sigue siendo igual de bueno pero ahora juega con la tranquilidad del que sabe que no está solo para decidir un partido.

Así, entre pase y pase, llegó un descanso que los locales estaban deseando que llegara y un Barça que seguía disfrutando de los minutos. Cayeron dos pero pudo haber sido alguno más. Ya en la segunda parte, el partido cambió algo: el Espanyol ahora sí presionaba bien arriba, pero el Barça seguía cómodo, defendiendo algo más atrás -nada que no pudieran solucionar un Piqué de nuevo excelente y Mascherano- y con oportunidades para matar el partido a la contra debido a los espacios que esa presión perica dejaba a sus espaldas.

De hecho esa comodidad fue mayor cuando el Barça se quedó con 10 debido a la expulsión de Jordi Alba, y solo la falta de puntería culé evitó que el partido no tuviera más historia. El equipo basculó algo más hacia la izquierda y Messi y Alves se encargaron en la banda opuesta de multiplicarse para ocupar esa posición vacía que había en el campo, gracias a esa facilidad que tienen para combinar y dar fluidez al juego. A partir de ahí hubo algún acercamiento del Espanyol en el tramo final pero por más que insistió Sergio González no encontró la llave del partido, ya que Luis Enrique se encargó de ir cerrando poco a poco puertas -primero con Mathieu y más tarde con Rakitic y Xavi-.

La faceta de la segunda parte era la que nos quedaba por ver en un Barça que ya había esperanzado con buenos tramos de fútbol pero que luego sufría para mantener el control, algo lógico cuando tu centro del campo no está hecho para ello. Esta vez, y gracias a un Iniesta excelente y a los apoyos de distintos jugadores -Messi, Alves, incluso Neymar- el centro del campo ha tenido presencia, y por lo tanto ese control ha podido ejercerse de forma más que notable. Luis Enrique ya ha enseñado la mano con la que va a afrontar mayo. Ahora solo falta que sea la ganadora.