Si a estas alturas de temporada queremos describir el plan teórico del Barça de Lucho en cuatro líneas creo que casi todos coincidiríamos. Llevar la posesión del balón a campo contrario, ritmo bajo en el inicio de la jugada buscando la aceleración y desequilibrio de Leo o Neymar por bandas, y si aparecen espacios se avanza más vertical y directo, no se le hacen ascos. Tras pérdida de balón presión agresiva al poseedor y ayudas laterales en la transición defensiva. Y como último sumando, el balón parado. Esta es la propuesta con todos los matices tácticos que queramos añadir y las aportaciones individuales según qué jugador sea de la partida. Y con ella, Luis Enrique va hasta las últimas consecuencias. Porque Lucho es rígido en la propuesta de su sistema de juego aunque luego en la práctica el equipo se convierta en un ser mutante dentro del mismo partido.

Esa metamorfosis en el terreno de juego ha llevado a transitar desde una proximidad al juego de posición en la primera parte del Bernabéu a un equipo que solventa partidos a la contra, pasando por tramos de inferioridad manifiesta y otros de dominio dictatorial. ¿A qué se debe entonces esta incoherencia entre una propuesta rígida del mister y una puesta en acción tan variable?

Mi respuesta es la siguiente: a este Barça son los rivales quienes marcan los límites y condicionantes de su juego. Muchos diréis, pues como a todos, ¿no? Posiblemente, pero tengo la sensación de que en este caso es mucho más marcado que en cualquier otro equipo. Cualquier rival que exija de tres maneras concretas a los azulgranas les complica la existencia. Y para explicar esto unos ejemplos cercanos en el tiempo, todos partidos post Anoeta.

La primera manera es mediante un repliegue en dos líneas intenso, pasividad defensiva hacia el balón -lo que sería flotar al rival- y concesión de los carriles laterales. Planteamientos como los de Villarreal o Málaga son muestras de esta apuesta. En ellos el Barça se instalaba en campo rival de una manera sencilla, pero se veía exigido en la circulación y la movilidad de sus piezas. Y cuando tu centro del campo ya no es lo que era -velocidad de balón- las ventajas no aparecen. Además, los espacios que se conceden a espaldas de los laterales y mediocentro son rampas de lanzamiento para la contra rival. En este escenario nos encontramos un Barça espeso, dependiente al 100% de la acción individual y el estado de gracia de sus jugadores franquicia o el balón parado.

La segunda, representada perfectamente por Sevilla, Valencia o Celta, es la presión y despliegue físico ante la salida de balón culé. Carente de mecanismos visibles desde fuera, la intención sigue siendo avanzar con el balón, asumiendo riesgos en los pases y buscando en contadas ocasiones el pase vertical, que tampoco genera réditos. Se producen pérdidas en zonas peligrosas, con el equipo ancho y largo y el rival llega con espacios y sin marca alguna. El contrario asume ante esta situación dos grandes riesgos. El primero es el espacio entre su línea defensiva y el centro del campo, zona que los nucleares -Leo, Ney y Suárez- no están sabiendo aprovechar. El segundo es el desgaste físico al que se ven sometidos continuamente durante minutos y minutos. Al final, acaba pasando factura y facilita la reconquista culé del mando del encuentro.

La tercera es quizá la más cogida con pinzas y no porque no haya sucedido sino debido a que duró apenas 35 minutos. Y sí, como os podéis imaginar, es el sometimiento que realizó el Madrid en el Camp Nou a través del balón.

Estas son, hasta ahora, las maneras de dañar -a nivel de control y juego- al FC Barcelona. Si el rival no exige en alguna de estas tres vías lo habitual es ver un buen Barça que aumentará de nivel según la activación y acierto técnico de los jugadores. Y en ningún momento hemos hablado de resultados, porque en eso los blaugranas han salido airosos en casi todas las situaciones planteadas anteriormente, sea por calidad individual, competitividad o que el fútbol es fútbol que diría el bueno de Vujadin.

En resumen, haga lo que haga el rival, el Barça quiere hacer siempre lo mismo. Pero querer no es poder y en ocasiones se ve imposibilitado. Así que veremos qué propuesta rival reciben los de Luis Enrique en los próximos -ojalá sean 10- partidos y si la mezcla de empecinamiento y maleabilidad sigue dando tan buen resultado en el marcador.