XAVI Y GERARD CONTRA LA TERCERA FÓRMULA

Desde que Leo Messi comenzó a simplificar la vida culé con su pase curvado a la ruptura en izquierda, esta temporada solo cuatro equipos han logrado, por méritos propios, cortocircuitar el talento individual del Barça. El caso más claro, la primera parte del Real Madrid en el Camp Nou, tiene interés pero no resulta llamativo: que un equipo como el Madrid someta al Barça, o viceversa, rara vez será noticia. Los tres equipos restantes son el Málaga, el Villarreal y el Celta, que han mostrado tres formas de imponerse a la sonrojante trivialización de la complejidad que implica Leo Messi. El Málaga de Javi Gracia, que triunfa en el Camp Nou, lo hace desde una organización defensiva soberbia que se concentra en proteger la recepción del lateral derecho, esto es, impedir que Neymar o Alba rompan en velocidad. La confianza y el estado de forma celestial del Málaga en aquel momento hizo el resto, y el Barça cayó superado por una ejecución defensiva digna de estudio. El Villarreal de Marcelino se apoyó en una defensa similar a la planteada por el Málaga, pero su principal argumento fue el dominio de las transiciones. Bruno, Trigueros, Vietto, Moreno y compañía son jugadores que transitan a una velocidad tan endiablada que el Barça, sencillamente, no puede desactivar. Cierto, plantear un partido al duelo de golpes siempre favorecerá al equipo culé, pero el desnivel económico se convirtió en igualdad gracias a la mezcla de precisión y vértigo del equipo de Marcelino.

Las dos fórmulas, la del Málaga y la del Villarreal, consiguen “ignorar” el talento culé gracias a virtudes colectivas tan acentuadas que constituyen un modelo de juego que el Barça actual no puede impedir. Lo del Celta de Vigo ha sido diferente. Lo primero que tenemos que destacar es que el Barça, tras unos minutos de tanteo, logra desplegar un juego asociativo bastante convincente. Poco a poco el impulso inicial de los locales se va apagando merced a cadenas de pases meritorias y amenazantes, en las que vimos una buena versión de Alves, Iniesta y Rafinha. Tras pérdida, el Celta encontraba siempre solo a Nolito en banda, sin que nadie ayudase a Dani Alves. Ese duelo, favorable a los vigueses, no era suficiente para impedir el dominio culé, pero había retos por todo el campo. Krohn-Dehli conducía en horizontal sin que nadie pudiese quitársela, y esperaba el momento justo para desordenar al Barça. Orellana, por su parte, comenzaba a medir a Mathieu y Adriano, sin desbordarles -todavía- pero avisando de sus intenciones. El Barça aún seguía pasándose el balón pero, hacia el minuto quince, la velocidad de circulación había menguado notablemente. El interrogante estaba dibujado sobre el césped de Balaídos como la marca del hierro candente en la piel avejentada de una gorda vaca gallega: ¿sería la organización colectiva del Barça lo suficientemente refinada como para resistir los constantes duelos individuales que proponía el Celta por todo el campo?

O mejor dicho… ¿cuánto podría durar una organización colectiva que no presenta ningún mecanismo reconocible de salida de balón frente a una presión avanzada feroz y una capacidad de desborde digna de un grande de Europa? Esa era la pregunta. Y la respuesta tuvo como símbolo el sangriento festival de Nolito.

Y es que hay algo grotesco, casi gore, en la salida de balón del Barça. No es que no esté trabajada. Que no lo está. No es que no genere ventajas. Que no las genera. Es que se intenta ejecutar como si fuera el acto reflejo de un muerto viviente bloqueado en la acción que estaba realizando justo antes de ser infectado. Imaginen a un oficinista zombi que sigue sellando impresos mecánicamente hasta que se le pudre el brazo y se le cae al suelo, pero que sigue haciendo el gesto de sellar impresos con lo que le queda de hombro. Eso es la salida de balón culé, la rutina de un cadáver que no sabe qué otra cosa podría hacer. Por lo general, esto no es demasiado importante, porque Piqué en la línea Maginot y Messi al mando de los Panzer suelen ser suficientes para disuadir las alegrías del rival. Sin embargo, a medida que el Barça se daba cuenta de que no tenía ningún plan para superar líneas, el Celta de Vigo iba ganando duelos individuales, tanto en defensa como en ataque. Especialmente a través de Nolito, que protagonizó acciones de tremenda belleza estética, el Barça se fue deshilachando hasta quedar a merced del Celta. Durante casi media hora nos encontramos ante un monólogo del Celta que no se tradujo en goles porque el Barça aún pudo exhibir tres diques, a saber:

Gerard Piqué. Inconmensurable, en su eterna batalla solitaria, rodeado de jugadores que ven el mundo a 78 rpm mientras que su cerebro ya va por la versión 4.0. Casi nunca fue contra Nolito, lo cuál no deja de ser un rasgo de inteligencia, y se multiplicó apagando fuegos, tanto por aire como por tierra. Creo que todos podemos estar de acuerdo en algo: sin Gerard, el Barça tendría muy difícil competir por los títulos.

Sergio Busquets. Su partido fue engañoso. En buena parte del primer período, el Celta se vio tan superior que intentó aventuras individuales por todo el campo, incluyendo la zona media. En esta situación, con los centrocampistas celtiñas verticalizando en cuanto veían un hueco, vimos durante unos minutos al pulpo de Badía, ese recuperador salvaje que tiene imán para cada balón que cae al alcance de sus tentáculos. En cuanto Krohn-Dehli y Augusto empezaron a pausar el juego antes de buscar a Nolito, Busquets perdió presencia.

Leo Messi. El argentino fue la verdadera tabla de salvación en la primera parte. Leo se inventó una posición que podríamos definir como un falso 9… en el medio campo. Recibiendo de espaldas entre el doble pivote, el argentino logró dividir al Celta girándose tras recepción a velocidad de vértigo y creando dudas que afectaron, especialmente, a un notable Fontàs. No sé si alguna vez habíamos visto a un delantero pivotear por detrás de sus interiores para desactivar el dominio rival, pero Messi lo hizo, denotando al mismo tiempo que su talento llega más allá de Orión, y que la salida de balón culé necesita recursos absurdos para fingirse competitiva.

Estos tres jugadores, cada uno a su manera, no lograron impedir que la primera parte se convirtiera en una exhibición del avispero regateador celeste, pero son, junto a Bravo, casi la única explicación de que el Barça no llegase abajo en el marcador al descanso. En la segunda parte el panorama cambia un poco, y creo que el primer factor que comienza a decantar el encuentro del lado culé es Neymar. Hay que decir que el partido del brasileño ha sido muy deficiente, especialmente porque casi nunca se habilitó para recibir en ventaja. Los diez primeros minutos de la segunda parte fueron el único tramo en que Neymar mezcla desmarque con apoyo… y fueron suficientes para descoser al Celta. El partido sigue basándose en duelos individuales y el gol puede caer en cualquier portería, pero la amenaza de Neymar sobre Mallo basta para que ambos conjuntos se partan en dos mitades. El Celta aún lleva las de ganar, porque Nolito siempre recibe en ventaja contra Alves, y Leo Messi recibe entre tres, pero el Barça ya no se siente dominado. En el ida y vuelta todo es posible con Piqué y los tres de arriba. Imagino que en este contexto Luis Enrique pensaría algo así como “¡ojalá tuviera un jugador capaz de saltar al campo e interrumpir las transiciones! ¡Ojalá existiera un jugador que, sin organización colectiva y sin rutinas de creación de ventajas, fuera capaz de darnos veinte minutos de posesión segura! Si ese jugador existiera, el Celta seguiría partido, pero nosotros nos agruparíamos, y la ventaja sería nuestra.

Un momento. Ese jugador existe. Y es de los nuestros

Y salió Xavi. No nos embarremos con debates sobre la nostalgia y el pasado. Pensemos en lo que tenemos ahora. El Barça dispone de un cambio que, durante más o menos media hora, puede llenar de sentido al sistema más imperfecto del mundo. Un cambio que empuja a Messi hacia el área rival, que permite a Piqué dar un paso adelante, y que activa a Busquets y a Iniesta. Xavi, en definitiva, saltó a Balaídos y dio por terminada la fase de las transiciones. No se inauguró un período de dominio posicional, pero el Celta estaba algo más cansado que el Barça, y la moneda de los duelos individuales comenzó a caer de canto. Incluso de cruz. Krohn-Dehli aún podía marear a Busquets -lo de la primera parte había sido un espejismo circunstancial-, pero Orellana se apagó por completo. Solo Nolito lograba crear peligro con asiduidad, y un solo hombre no va a conseguir tumbar a una defensa en la que esté Piqué. Poco a poco, el campo se inclinó hacia Sergio Álvarez y en una jugada a balón parado el Barça le puso gol a las sensaciones.

¿Victoria inmerecida? Según casi cualquier parámetro que pudiéramos manejar, sí. El Celta fue mejor durante más tiempo, y logró que su discurso se impusiera al del rival. Pero a estas alturas no vamos a descubrir que Luis Enrique se la juega a tres factores: el balón parado, Piqué y el talento individual. Hoy, en uno de estos partidos que deciden ligas, vimos la combinación de los tres factores en su máxima expresión, pero las focos tienen que recaer sobre Xavi. Su impacto ha tenido algo de psicológico, sin duda, y, aún así, no podemos dejar de admirar que un hombre de treinta y cinco años apague los fuegos que estaban consumiendo al Barça más imperfecto y fascinante de los últimos tiempos. Es probable que su físico no le permita jugar de titular en un equipo que necesita capacidad aeróbica para sobrevivir a su propio plan suicida, pero el talento, como la vida en Parque Jurásico, se abre camino.