Comienza la temporada I d.X. -después de Xavi- la primera sin el 6 de Terrasa, aunque no tan sin él. Xavi Hernández forma parte de ese exclusivo elenco de personas cuya influencia en un lugar, en una institución, en un club o en un equipo, transciende lo presencial. Aunque ya no es parte de la plantilla del Barça, las plantillas del Barça, esta y las sucesivas, seguirán teniendo mucho de Xavi.

Con esto no quiero introducir el tan manido debate de si hay que intentar buscar un jugador lo más parecido a Xavi para realizar su función. Simplemente que la idea xavista general de entender este deporte, los mecanismos y las dinámicas de juego que se consolidaron desde la evolución de su protagonismo hasta su culminación como piedra angular de un estilo, no tienen por qué desaparecer. Resumiendo: no juega Xavi, pero cada futbolista lo hará, consciente, o inconscientemente, con algo inculcado por él.

Tuve la suerte de coincidir con Xavi en las categorías inferiores del Barça, aunque él era dos años más joven y, entrenamientos aparte, nunca compartimos equipo. En mi primer año yo era cadete y él todavía infantil. En ese equipo, y me atrevo a decir que ya en el conjunto del fútbol base, destacaban tres jugadores que a la larga tuvieron diferente fortuna pero de cuyas trayectorias posteriores todo buen culé, y todo futbolero en general, tendrá nociones: Mario Rosas, quizá el mejor jugador que yo he visto en categorías inferiores y que con 13 años inventaba cosas que la mayoría de futbolistas maduros no llegan a imaginar; Jofre Mateu, quien a día de hoy sigue siendo el jugador más joven en haber marcado en partido oficial con la camiseta blaugrana, el más desequilibrante por aquel entonces; y Xavi.

Los tres se caracterizaban por ser futbolistas menudos para su edad y por jugar con un entusiasmo y una intensidad muy por encima de la de los demás. Xavi, sin embargo, llamaba la atención por algo en lo que no solemos fijarnos en los futbolistas de tan corta edad, porque sería poco natural esperar tal cosa de un crío que acaba de inaugurar la adolescencia: siempre tomaba la decisión correcta. Era irritantemente circunspecto en su fútbol; a esas edades -es más, hasta que tienes ciertas nociones tácticas que se suelen adquirir al filo de la profesionalidad- el futbolista, sobre todo el que tiene calidad, busca instintivamente la portería contraria, el último pase o la asistencia llamativa aunque no sea determinante. Y más si juegas en una categoría en la que los rivales, con obvias carencias, te lo facilitan. Xavi jugaba como si fuera consciente de que estaba entrenando ya para jugar en el primer equipo. Es como si pensara “podría dar ese pase de 20 metros para que mi compañero se quede solo ante el portero pero no lo voy a dar, porque en Primera División ese pase no va a ser posible. Así que hago lo que habrá que hacer dentro de 7 años en el Camp Nou, que es retrasar el balón, asegurar la posesión y volver a empezar”.

Destacaba por no querer destacar, en una época en la que Johan Cruyff ya había institucionalizado el “toque, toque, toque y volvemos a empezar”, con alineaciones innegociables de tipos de jugador como Milla -efímero él- o, principalmente, Guardiola. Pero no era esta una filosofía tan socialmente aceptada como para que un mocoso de 13 años la ejerciera con esa religiosidad. Es más, estoy seguro de que Xavi es más ofensivo como profesional que como infantil o cadete, categorías en las que apenas le recuerdo pisando el área o metiendo un gol.

Sé que la fidelidad de Xavi a un estilo, en definitiva fidelidad a uno mismo, sonaría a simple poesía romántica si no hubieran llegado las Champions, el Sextete, recitales como el del 2-6 del Bernabéu o asistencias teledirigidas en momentos clave -como aquel que permitió al mejor jugador del mundo, que no llega al 1.70, sentenciar con la cabeza una final contra el United-. Posiblemente la constancia de Xavi quizá se hubiera malinterpretado como contumacia, como capricho, y periodistas que auguraban que el Barça no ganaría nada importante mientras él fuera la referencia -lástima no haber grabado aquellas palabras, en El larguero, recuerdo- estarían hoy sacando pecho.

Yo, aunque no se hubieran conseguido todos esos título, seguiría considerando especial este equipo. Lo hubiese admirado y le estaría agradecido por dejarme disfrutar de la forma de ver el fútbol a través del crío de 13 años que se empecinaba en jugar como había que jugar en aquel césped artificial de los anexos del Miniestadi como si fuera el Camp Nou.

En esta temporada I d.X. hay argumentos de sobra para ilusionarse con ese mediocampo donde se fragua la peculiaridad del Barça respecto a cualquier otro equipo del mundo. Esperaremos de Iniesta que siga apareciendo, cual duendecillo albino, para desatascar al equipo con soluciones imposibles. De Rakitic su trabajo sordo y constante salpicado de acciones estelares así como de Rafinha que acabe de explotar en Can Barça y muestre toda esa calidad que ha goteado pero sin salir a chorro. De Arda su aire fresco y dinamismo. De Messi, si no es posible que esté a tope, que su rendimiento no baje del 60%, que con eso ya le sobra para seguir siendo el mejor. De Busquets que continúe siendo Busquets,  y etcétera. Esperaremos de cada uno lo mejor, y en lo mejor de cada uno lo que ha de quedar de Xavi, que no es tanto jugar al fútbol como él lo hace sino pensarlo como él lo piensa.