Recuerdo a menudo un pasaje que cuentan Juan Mateo y Jorge Valdano en un libro que leí hace tiempo. Un amigo del escritor Eduardo Galeano ofrecía una charla en una universidad de Estados Unidos. En el coloquio posterior, uno de los alumnos le preguntó para qué servía la utopía y el orador lo explicó con una metáfora: «La utopía es como el horizonte. Uno se acerca diez metros y él se aleja diez metros; avanzamos cien metros y él se aleja otros cien metros; volvemos a caminar mil metros y el horizonte siempre está a la misma distancia«. Otro alumno, con la practicidad de los estadounidenses, dijo: «Pero entonces la utopía no sirve para nada«. Y el amigo de Galeano cerró la metáfora: «¿Cómo no? Sirve para caminar«.

El Athletic se encuentra con el horizonte más habitual de sus leyendas más recientes. Cuanto más cerca se ha sentido de la utopía, más se había aproximado al Barça, que se alejaba de inmediato. La Supercopa de agosto tuvo el aroma inolvidable e incompleto de los amores de verano. Para varias generaciones de leones fue el primer beso, la primera noche en un cine al aire libre cogidos de la mano. Nunca olvidaremos aquel paseo ni aquel carrusel de emociones. Tampoco aquella carta perfumada en una hoja azul de cuaderno que estuvimos oliendo cada anochecer durante dos semanas. Nada parecido a la utopía. En enero, descolorida y con el perfume agotado, espera su suerte en un cajón bajo las piezas de Scalextric y las pegatinas de Bollycao.

Van a ser seis duelos con el Barcelona esta temporada, y nos esperan tres en los próximos diez días. A riesgo de perder la perspectiva, el domingo hay en juego tres puntos de Liga. Al Athletic le conviene desdramatizar y aparcar por una vez la trascendencia. Le convendría también repetir el sorteo de Copa aunque los más audaces de la manada ya nos han convencido de que todo tiene una ventaja: este año tendremos rival nuevo en la final. Que se entienda nuestra fanfarronería, por favor: si no movemos el horizonte no convencemos a todos de que caminamos.

La visita al Camp Nou le llega al Athletic en mal momento. Las bajas de Raúl García, lesionado en la rodilla, y de Aduriz, que cumplirá sanción, dejan a Valverde sin sistema ofensivo. Txingurri había logrado descifrar el enigma de la segunda línea a partir del fichaje de Raúl y el crecimiento de Iñaki Williams. El cuarteto lo cierra un inspirado Markel Susaeta arrancando a pierna cambiada y lo legitiman la escuadra de Laporte, el cartabón de Beñat y el tirachinas de Óscar de Marcos.

Sin Aritz ni Raúl, el equipo no sólo pierde a sus dos futbolistas más contrastados, sino que queda obligado a definir nuevas premisas en todas las fases del juego. Puede blindarse por dentro con Mikel Rico y dibujar un 4-1-4-1, confiar el enganche al recuperado Iker Muniain o replicar roles en la medida de lo posible y alinear tras el punta a Javier Eraso, adelantando probablemente a Williams como referencia. Todas las opciones requieren nuevas premisas. Todas suponen bajar escalones de nivel competitivo.

Ante la tentación de perder la ilusión con el partido del domingo, el león debe recuperar la inocencia. Durante demasiado tiempo, el Athletic fue un pelmazo entrañable al que todos adoraban, vestido de forma impecable cada mañana para ver la vida pasar desde un banco con vistas a la nostalgia. Elegante, erguido y con las piernas bien juntas, contaba relatos apasionantes a todo el que aparentaba escuchar, cantando sus memorias y ofreciendo un bombón a quien se sentaba a su lado esperando su autobús.

Visitar al Barça es alzar la mirada y sentir los días más tristes de nuestra juventud, las ilusiones rotas y las cicatrices del alma. Pero también es abrir los ojos y recordar las noches inolvidables en las que rozamos el maldito horizonte con la punta de las garras. Metas que nunca alcanzamos, caminos de perdición, sueños rotos en bulevares de noches excesivas y resacas escasas. Visitar al Barça es volver la vista y ser conscientes de lo que hemos vivido, de las alegrías y los fracasos, para girarte otra vez y comprobar que te queda mucho camino por hacer, muchos relatos que envolver, mucha vida por vivir. Porque nuestra mamá decía que se puede saber mucho de las personas por los zapatos que usan.