Soplaban vientos de revolución. La gente se levantaba pidiendo un nuevo modo de hacer las cosas, cansados del imperante egoísmo de la oligarquía dirigente; las mujeres reclamaban la posición social que les correspondía; tres cuartas partes del mundo se libraban del yugo opresor del otro cuarto; y la juventud se alzaba como nunca antes lo había hecho. Europa ardía al ritmo de los estudiantes, desde París hasta Praga, conscientes de su protagonismo histórico del que ya nunca más se separarían. Como la nueva clase social que eran, tenían toda una simbología que los cubría y los uniformaba: los pantalones vaqueros, el sexo («cuando hago la revolución me entran ganas de hacer el amor») y la cultura pop apostada en unos ídolos símbolos de juventud perenne y plenitud vital. James Dean fue el primero de una larga lista donde entraban protagonistas de todas las disciplinas: Janis Joplin, Brian Jones, Bob Marley, Jimmy Hendrix… y por supuesto, él.

Hendrik Johannes Cruijff pronto se convirtió ya no en el mejor jugador del globo, sino en el más mediático, más valorado y más idolatrado. Su figura espigada, encerraba al jugador completo, perfecto, total a aquél que englobaba los dos tipos: a unos le entra el juego por la cabeza y le sale por los pies, a otros les entra por los pies y le sale por la cabeza, él él de los dos modos. Técnico, inteligente, pensador e innovador coronó un majestuoso Ajax, tricampeón de Europa, gracias a su fútbol eléctrico, regateador y engañador. Su cambio de ritmo, no se acompañaba con simples regates por ingeniosos que fuesen -siempre mostró el juego que aprendió en la calle-, sino también con amagues de todo tipo. Johan era el especialista del engaño, algo que mostraría más adelante como entrenador.

Mientras todo esto ocurría en Europa, en Barcelona y en el Barcelona la situación no era nada prometedora. En toda la década de los 60 el club no levantó ningún campeonato liguero. Depresivo aún por la inexplicable derrota de Berna, la marcha de todos los ídolos de aquel equipo -Suárez, Samitier, Kocsis, y sobre todo Kubala- no fueron reemplazados con otros de nivel. La solución a esto, ya es conocida por todos: Montal fue a por el mejor jugador del mundo y la oportunidad cristalizó en agosto: Johan era blaugrana y la esperanza de que hiciese aquí lo que hizo Di Stefano en la capital era el objetivo.

El lector en este punto ya sabe lo que pasó. En 5 años con el holandés el club ganó una Liga, la primera temporada, una copa en la última y el fastuoso 0-5 del Bernabéu, más simbólico e importante que muchos trofeos. Sin duda, el bagaje fue escaso en cuanto a metal, pero el club recuperó una autoestima que parecía perdida. La Liga, hoy sabría a poco, pero en aquella época al Barça le costaba más ganar la competición nacional que hoy en día la Champions League. 14 años de espera para conseguirla, y otros 11 para repetirla dan buena fe de ello.

Esa magnitud no se puede extrapolar y llevar a hoy en día, por eso, situándola en su época vemos lo fundamental que fue. Si a eso le sumamos el mencionado 0-5, victoria futbolera, política y cultural, entendemos su rápido calado en la afición. El mito no había triunfado como se esperaba, es cierto, problemas extradeportivos varios, incluso con entrenadores, jalonaron una etapa que se quedó en un sí pero no. Se había plantado la semilla, pero aún faltaría para germinar. El holandés fue uno más, como Kubala, Maradona y otros gigantes, que no terminaron de ganar todo lo que se esperaba. El motivo, es muy sencillo: a Johan, como a todos aquellos, les faltaba un Cuyff en el banquillo.

Como no podía ser de otra manera, fue él mismo el que puso remedio a eso. Lo que no pudo hacer de corto y con el 9 a la espalda, lo hizo con su inconfundible gabardina y el chupachups en la boca. Reactualizó el fútbol a partir de lo más puro, primigenio, primitivo y primario del mismo: el juego y la pelota. Partiendo de ella, de tenerla tú y no el contrario, consiguió todos los hitos conocidos en su etapa en el club. Con 3-4-3 o 4-3-3 con extremos abiertos para que el cuero pasee por el campo alejándose cada vez más del contrario, y con una serie de jugadores a los que él ponía según sus características, no su posición, lo logró todo. La sublimación de la sencillez, o el enaltecimiento de la dificultad, ahí queda la valoración de cada uno.

Se ha ido el hombre que se inventó dos clubes. Una figura tan inconmensurable e inabarcable como la suya no podría acotarse a uno solo. Gigante como jugador en el Ajax, leyenda como constructor en el Barça, es lo justo. No solo eso, sino que sus ramificaciones en las selecciones de esos clubes, y en todos los entrenadores que continúan su legado, habiendo jugado con él o no, así lo atestiguan. Flaco, holandés volador, profeta del gol, maestro, e incluso Dios son los apelativos que le acompañarán para siempre. Pero por encima de todo ello, él ha sido el Padre. Nuestro Padre. Gracias por todo Johan, y buen viaje.