Tus “hijos” y vástagos que creaste nos quedamos solos, educados y orientados por ti, pero solos. Nos enseñaste, nos educaste y nos alegraste durante décadas. En Barcelona bien lo sabemos los que crecimos contigo de entrenador. Creíamos que la victoria era el lógico devenir de la vida, que la derrota era accidental, que la diversión como el camino a seguir era lo razonable y que el fútbol era alegría y sonrisas. Ahora sabemos que nos mentiste, que nos embaucaste –la derrota existe-, y te lo agradecemos eternamente. Fuimos felices.

Nuestros antepasados veían por la tele, los más afortunados en color, como los de siempre estaban acostumbrados a ganar. Aquí, de vez en cuando levantaban nuestros abuelos una copa de cava por algún trofeo menor o por victorias residuales, hasta que reconvertiste el páramo en una especie de paraíso en el que el mediocentro abría a los extremos y los defensas eran a la vez delanteros.

Mucho se va a escribir sobre tu obra, tu legado, tus brillantes propuestas y tus insensatas y acertadas reflexiones. Como padre no siempre acertaste –en su día ya se escribió y habló ampliamente sobre estos episodios- pero contigo emprendimos un camino que comenzó en tu Holanda natal y que, ahora, debemos mantener. El reto es no olvidarte, que tu enseñanza perdure y sepamos transmitir a nuestros hijos lo que tú, Hendrik Johanes Cruijff, nos ofreciste.

Descansa en paz, Johan.

T’estimo.