Ha volado casi medio año desde que la Real Sociedad presentara el nuevo carné de identidad en el Camp Nou. La derrota por 4-0 en la que también es casa de Eusebio Sacristán fue el primer gran exponente de la idea rupturista que el técnico vallisoletano quiso establecer en Donosti desde el primer día. Presión agresiva, salidas limpias, la figura del portero como parte intrínseca del juego asociativo, circulaciones largas, buscar el robo rápido tras pérdida, primar el juego en corto sobre el largo…

Y lo cierto es que en su primera etapa como técnico realista la convicción llegó a retumbar con fuerza. La Real llevaba mucho tiempo sin condicionar la estructura de los rivales, y aunque en materia de puntos el equipo no se sentía recompensado, el juego fluía; parecía acorde a la platilla. La única barrera, la más importante dadas las circunstancias de su posición en la tabla, fue que no pudo derribar la puerta resultadista. Villarreal, Deportivo, Rayo Vallecano… incluso el Real Madrid en el Bernabéu salvaron la derrota siendo inferior al equipo txuri-urdin.

Semanas después la agonía por el déficit de puntos, la mirada del descenso y el 5-1 en Gijón romperían con todo. Fue a partir de entonces cuando Sacristán acudió al kit de supervivencia. Y lo que en un principio parecía una estrategia camaleónica (dos semanas después de la debacle ante el Sporting la Real le endosó 5 goles al Espanyol a través de un repliegue intensivo y rozando el 30% de posesión) terminó siendo parte del plan semanal. Es decir, la Real se dejó llevar por los resultados que la competición le estaba otorgando e interrumpió el plan inicial. Desde entonces el equipo donostiarra, aunque con una clara intencionalidad de ser más descarados en casa, es un equipo cauto (en Anoeta las jugadas ya no comienzan desde atrás, por ejemplo). Se podría decir que hasta es preso de su indecisión. Porque si bien en San Mamés encontraron premio gracias a la solidaridad en los apoyos (siendo siempre Illarramendi la cara del equipo), frente a Granada (3-0), Levante (1-1) y Málaga (1-1) solamente los detalles individuales pudieron salvar los tres puntos en el duelo ante el equipo nazarí.

La frescura en el juego posicional de las primeras semanas se ha perdido (la irrupción de Mikel Oyarzabal, y la reciente vuelta de David Zurutuza, han sido un golpe de alivio en este sentido) y por si no fuera suficiente, el número y la calidad de los robos –todos consecuencia de una gran presión- han perdido fuerza a medida que la líneas han sufrido constantes desajustes. Es más, tal descoordinación posicional por momentos también ha sido la vía de escape del rival para ganar puntos (Celta, Levante, Málaga, Las Palmas…). Así las cosas Eusebio cerró marzo con un balance de tres derrotas, un empate y un vacío en la dirección considerable.

A la vuelta de la Semana Santa esperaba el Sánchez Pizjuán, tierra de lobos. Así que Sacristán hizo cuentas y miró en los bolsillos, donde guardaba las facturas de San Mamés y Cornellá, territorio de sus mejores experiencias desde que entrena en Primera. Y con matices diferentes, pero vinculados al sufrir del repliegue, el domingo pasado la Real incendió el castillo sevillista gracias al gen competitivo que curiosamente siempre muestra cuando nadie lo espera. En ningún sitio lo saben mejor que en Can Barça, que desde los tiempos de Frank Rijkaard no han vuelto de Donosti con buena cara.

Saber a qué jugara la Real el sábado es tan indescifrable como su propuesta (las bajas de Yuri, fundamental para ganar altura, y Markel posiblemente pesarán en el guión del partido). Estar con 38 puntos en zona de nadie y jugando ante su grada invita a pensar que Eusebio trama repetir lo de la ida. De hacerlo, es probable que su voluntad termine peleándose con una idea que no se aplica –bien- en San Sebastián desde que la necesidad de sobrevivir se comió al deseo de divertir.