Que tu primer artículo en una web comience en forma de admisión es peregrino y hasta temerario, pero esto es Rondo Blaugrana y aquí hemos venido a jugar: ter Stegen es mi portero. Lo es aquí y ahora, enfatizando en el matiz temporal, que confiere forma y motivo a estas líneas.

El alemán, no sé si por las facciones agradables de su rostro o sus hechuras de modelo de Hugo Boss, goza de un halo irresistible que induce a la devoción y a la idolatría. Partiendo de esa base subjetiva podemos aportar motivos más cercanos a lo futbolístico; por ejemplo, que es imponente en el juego aéreo, elástico como el chicle para volar a las escuadras y felino resolviendo ejecuciones a las esquinas; o que su juego de pies evoca el de cualquier volante de 1,60 made in Masía, a veces incluso al de su predecesor Valdés.

Sin embargo, el argumento más arraigado entre los partidarios del alemán tiene mucho de falso y capcioso: el DNI. Se aduce como causa más sólida la adentrada edad de Claudio Bravo, casi una década superior a la de su homólogo teutón, pretendiendo anteponer el futuro al presente en un club, el Barça, que solo bebe de la inmediatez. La realidad esconde un pretexto que aspira justificar la predilección: no es aplicable el largo plazo en la ecuación de la portería, por la singularidad de la posición (no permite rotaciones) y el riesgo que en ella entraña cualquier decisión, puesto que tampoco se acepta enmienda alguna ante el riesgo de zaherir la moral del guardapalos de turno; un cambio súbito de criterio bajo los palos entraña una personalización insoportable.

Bravo tiene 33 años, lo que significa que, si nada se tuerce, podría disfrutar en un estado óptimo de forma hasta llegado el 2020 –vive Buffon-. Hablamos de cuatro temporadas, un espacio temporal inmenso. Ter Stegen se tendría que conformar con la “pedrea” (si por pedrea entendemos jugar Copa y Champions con el Barcelona, 22 partidos si se alcanza la final en ambos torneos) hasta casi los 30, con la losa de Neuer obstruyéndole también el paso en la selección de su país.

Ante el riesgo de que emigre uno de los dos, la tesitura no admite dobleces y Luis Enrique habrá de deshacer la madeja resolviendo entre chileno o alemán. Porque es público y notorio, o eso afirma la prensa en su conjunto, que la ambición de los dos porteros de jugarlo todo impide mantener la convivencia tal y como la conocíamos los dos últimos años.

Es improcedente hablar de Bravo como un futbolista en el ocaso igual que referirse a ter Stegen como un portero de futuro cuando ya ha constatado reiteradas veces que su presente es de empaque. Otra cosa es que el punto más álgido del alemán, como indica la lógica de un tipo que no alcanza los 25 años, esté aún por llegar. Ter Stegen no está por evolucionar; si acaso por perfeccionar.

Que no decidan las canas, amén.