Hay momentos en la vida en los que una persona necesita cambiar radicalmente. Puede que lo que hayas estado haciendo hasta ese momento no estuviera del todo mal, incluso te reconfortara económica y profesionalmente, pero en el fondo sabes que te haría feliz hacer otra cosa. No ya solo otra cosa, sino lo totalmente opuesto a lo que has estado haciendo hasta ahora. Para un guaje del barrio de Pumarín (Gijón) que juega en el Real Madrid, no hay catarsis mejor que fichar por el Barça y debutar en Oviedo y marcando dos goles. Eso sólo lo puede hacer alguien con mucho carácter, eso lo hizo Luis Enrique Martínez el 1 de septiembre de 1996. Es decir, el nuevo Luis Enrique tiene 20 años recién cumplidos.

Los últimos meses de su anterior vida no fueron muy satisfactorios para Lucho. Jorge Valdano, entonces entrenador del Madrid, lo apartó del equipo junto a Míchel y Laudrup. Él acababa contrato esa temporada así que debía buscarse equipo. Su representante le llamó, le dijo que tenía varias ofertas de Inglaterra, una de la Lazio y una del Barça, y le recomendaba aceptar la del equipo romano puesto que era la más importante económicamente hablando. Pero Lucho ya había visto abiertas las puertas a cambiar de vida: “Me voy al Barça” le dijo a su representante, y acto seguido telefoneó a su hermano, acérrimo seguidor culé, que al descolgar escuchó a su hermano decir: “Ahora sí vamos a disfrutar‘». Valdano fue destituido tiempo después y Arsenio Iglesias le devolvió al equipo, pero Lucho ya había decidido su futuro. Había decidido ser él mismo, ser feliz.

Y llegó el 1 de septiembre de 1996. El calendario liguero no pudo haber sido más caprichoso y el Carlos Tartiere iba a ser el lugar donde Luis Enrique iba a debutar en Liga con el Barça. Ese día los ojos también estaban puestos en el fichaje estrella de esa temporada, Ronaldo que había deslumbrado en la Supercopa de España rompiendo la cintura a Geli con esa elástica tantas veces vista. También en Vitor Baía, el primero de tantos sustitutos de Zubizarreta que iban a pasar por la portería culé hasta que se asentara Valdés y en el nuevo entrenador, Bobby Robson, ese simpático entrenador inglés que en apenas un año y con un portugués malencarado sentado a su lado, se ganó un hueco en el corazón de la afición azulgrana, y que pasó el trago de suceder a Cruyff ganando 3 títulos, mientras todo el mundo sabía que Van Gaal sería el siguiente inquilino del banquillo culé.

El Barça se había adelantado por cero goles a dos con dos goles de Stoichkov, que ese día re-debutaba con el Barça tras su temporada en el Parma. Oli había recortado distancias y el resultado era de 1-2 cuando se produce una falta lateral en la banda derecha del ataque azulgrana. Ángel Cuéllar coloca el balón, bota la falta al primer palo y allí aparece la cabeza rapada de Luis Enrique para rematar picado el balón y marcar el 1-3 y su primer gol como azulgrana, antes de echar a correr y quitarse la camiseta para festejar el tanto. Aún le daría tiempo a marcar otro gol, nuevamente con la cabeza en otra falta lateral, en este caso botada por Guardiola desde el otro costado. Al terminar el partido todos los micrófonos buscan a Lucho, que tampoco defrauda en zona mixta, “No cabe duda de que si vengo el año que viene a Oviedo y marco dos goles más, volveré a quitarme la camiseta”, afirmó.

Allí comenzó el idilio de Luis Enrique con la afición azulgrana. 20 años en los que ha demostrado sentir los colores  de verdad, durante las 8 temporadas en que llevó el 21 a la espalda, y también después. Para recordar sus goles al Madrid, desde el 1-2 en la victoria en el Bernabéu en la primera temporada de Van Gaal con la mítica celebración en la que estira la camiseta para mostrarla a la afición madridista, pasando por el doblete en la 98-99 en el Camp Nou, o el primer gol el día de la vuelta de Figo a Barcelona. Puro pundonor en el campo, con una continua llegada al área desde segunda línea y explotando una faceta goleadora hasta entonces casi desconocida. Marcó 115 goles como azulgrana, y portando el brazalete de capitán con orgullo en numerosas ocasiones hasta que lo dejó, como legado, a su gran amigo Carles Puyol, que tanto aprendió de él. Lástima que su capitanía coincidiera con la travesía del desierto del Barça de principios de la pasada década y no pudiera levantar algún título.

En definitiva que al asturiano su particular catarsis le salió a la perfección. Cada vez que a le preguntan qué estaba haciendo en un día concreto de principios de los años 90, Lucho dice que no lo recuerda. No en vano, la segunda acepción del diccionario de la RAE de la palabra catarsis es: “Liberación o eliminación de los recuerdos que alteran la mente o el equilibrio nervioso”. Sobre su experiencia como entrenador, lo que ha aportado al Barça, su política de rotaciones, etc ya leemos a menudo en estas páginas como se desenvuelve. Hoy queríamos felicitarle por sus 20 años de nueva vida, recordando lo bien que le sienta a una persona, trabajar donde es feliz.