Recuerdo como si fuera ayer el día que se anunció el despido de Dusko Ivanovic como entrenador del Barcelona. Unas horas antes de jugar partido de Euroliga ante Unicaja el club liquidaba el proyecto del entrenador balcánico tras unas declaraciones en las que afirmaba que con lo que tenía no podía hacer más. La resaca de la trágica eliminación copera en el tercer año del ahora entrenador de Khimki precipitó los acontecimientos y fulminó la esperanza de ver en el Palau un equipo siquiera parecido al que había forjado en Vitoria. Lo que no sabíamos es que ese día comenzaba otro ciclo, un ciclo extraordinario.

Desde esa misma tarde Xavi Pascual no hizo otra cosa que trabajar y dejarse la vida por el club. Lo que parecía ser un equipo acabado no lo era tanto, y si bien la temporada acabó en blanco lo hizo lo suficientemente bien como para ganarse la continuidad en el banco. Y en esas se encontró con un socio en la secretaría técnica, “Chichi” Creus, que confió en él del primero al último día, formando durante años una sociedad tremendamente productiva y sin un final a la altura. Casi se me saltan las lágrimas viendo que el Barça por entonces era capaz de fichar jugadores de CSKA como Andersen, Morris o Lorbek.

El caso es que formaron un equipo temible a partir de un gran presupuesto y con buena planificación, acercándose poco a poco al ideal de equipo de Xavi Pascual, ese que se construía desde atrás y que se ponía en ataque al servicio de un jugador extraordinario que creció hasta límites insospechados con el de Gavá dirigiéndole, Juan Carlos Navarro. Creo que no peco de prepotente cuando digo que teníamos la absoluta seguridad de que ese equipo que se empieza a formar en el verano de 2008 iba a triunfar, ganando ya en 2009 la final ACB al gran rival de la época, Baskonia, gracias sobre todo al inolvidable triple de Gianluca Basile en el Buesa Arena. Tampoco olvidamos fácilmente la fatídica semifinal de F4 ante CSKA, un sueño del que nos despertó de “golpe y porrazo” el formidable Ramunas Siskauskas. Europa tendría que esperar pero no por mucho tiempo.

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La temporada 2009-2010 es inolvidable por muchas razones. Se marchan Ilyasova y Andersen y aterrizan N’Dong, Lorbek y Morris, casi nada. Se ficha a golpe de talonario al jugador más prometedor del baloncesto español desde Raúl López, Ricky Rubio. Y la guinda al pastel se llama Pete Mickeal. Si Juan Carlos Navarro representa la identidad baloncestística más pura de la era Pascual en el Barça el inigualable Pete representaba el carácter salvaje y ganador que caracterizó aquellos años. El alero americano era el ingrediente que faltaba en una receta muy bien trabajada a la que él añadió “punch”. Si hay dos jugadores que marcan el ciclo Pascual en el club sin duda son Mickeal y Navarro.

Me es imposible hablar de Pascual sin detenerme en Mickeal. Hay infinidad de cosas que contar de su estancia en el Barcelona, muchos momentos que me impactaron. La semifinal de F4 de París sosteniendo al Barça de un inicio titubeante ante CSKA, su coraje en la enfermedad, el duelo con Artest en el Barça-Lakers, la final ACB que levanta en 2012 tras el puñetazo a Velickovic, por ejemplo. Sin embargo lo que más me llamó la atención de él fue una entrevista radiofónica en la que en un momento determinado hacía balance de su etapa en el Barça y contabilizaba en su palmarés las Copas Catalunya, algo que ni Wikipedia hace. Es anecdótico, sí, pero define bien la personalidad de un tipo único. Pascual y el Barça buscaron desde entonces a otro Pete Mickeal y no lo encontraron porque, sencillamente, no lo hay.

Tampoco peco ahora de prepotente si digo que estaba claro que en 2010 el Barça iba a ganar la Euroliga. Por mucho era el mejor equipo de la competición y lo demostró en cada fase, ganando 20 partidos por sólo 2 derrotas, haciendo pleno en la primera fase, pasando por encima del vigente campeón Panathinaikos en el Top 16 y más tarde en cuartos liquidando al Real Madrid en el Palacio dos partidos seguidos tras ceder uno en el Palau. Sólo quedaba tomar París, y de qué manera se hizo. Antes ya se había arrasado a los de Messina en Copa y sólo quedaba la ACB para repetir nuevo triplete tras el de 2003. Xavi Pascual no es un personaje fácil de entrevistar, pero siempre he pensado que si tuviera la ocasión de poder charlar con él lo primero que le preguntaría sería qué demonios pasó en aquella final ACB ante Baskonia que su equipo pierde 3-0. Si sucedió algo extradeportivo, si Ivanovic le dio un repaso táctico, si el equipo llegó desfondado o confiado tras el cetro continental…Es una cuestión que me ha intrigado todos estos años. En cualquier caso el roster de esa temporada era el de más talento y equilibrio que hayan visto mis ojos en el Palau, lo tenía todo.

La temporada siguiente es clave en el devenir de la trayectoria de Pascual en el club. Las desgracias en forma de lesiones empiezan a cebarse con el equipo, Navarro ya se pierde partidos, algunos secundarios reducen sus prestaciones y el juego de Ricky Rubio se va limitando hasta que finalmente Sada se impone en el quinteto, pero el golpe mortal de necesidad es la enfermedad de Mickeal, que pese a las llegadas de Ingles y Anderson dejó un vacío imposible de llenar. Aquella serie de cuartos ante Panathinaikos a las puertas de la F4 en casa es la particular tragedia griega de Xavi Pascual, una derrota que varió el rumbo de la hasta entonces casi inmaculada trayectoria del técnico en el Palau. Ya nada fue lo mismo desde entonces. Ganar la ACB más descafeinada que recuerdo ante el indomable Bilbao Basket de Aaron Jackson no fue suficiente para olvidar el disgusto de una Euroliga que casi llevaba grabado el nombre del club.

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Los últimos restos de la parte gloriosa de su etapa se diluyen en un año 2012 donde ya se va asomando un fin de ciclo que comienza con la derrota en el Sant Jordi en Copa ante el Real Madrid, sigue con una tristísima F4 en Estambul y sólo se disimula con la salvaje final ACB ante los blancos gracias a Erazem Lorbek y Pete Mickeal.

Hoy no toca profundizar en lo que vino después, años mayoritariamente oscuros caracterizados por las lesiones, dudosas planificaciones, malos fichajes, renovaciones condenatorias, peor juego, un equipo menos reconocible y, básicamente, el paso de la era Pascual-Barcelona a la era Laso-Real Madrid. Él se ha ido y sólo ha tardado unos pocos meses en encontrar trabajo en un gran equipo Euroliga, sin embargo en el club se siguen haciendo las cosas mal, prueba concluyente de que ni de lejos él era el mayor de los problemas. Es razonable preguntarse si en estos últimos años repletos de decepciones lo poco conseguido fue gracias a Pascual o pese a Pascual, si sacaba más de lo que había en plantilla y debió haber imitado a su antecesor o por el contrario no era capaz de sacar el máximo potencial de sus jugadores.

Su Panathinaikos llega al Palau con una victoria más que los culés y compitiendo cada partido hasta el último suspiro. No es fácil la misión de Pascual en el OAKA. Asume el liderazgo de un club esquizofrénico desde que el poder pasara de Obradovic a Dimitrios Giannakopoulos, el propietario del club, que no dudó un segundo en liquidar el proyecto encomendado a Djordjevic hace pocos meses. Además Pascual tiene la misión de solventar el enorme vacío que deja el mito Diamantidis, y lo empieza a hacer de la mano de un base hecho para Xavi Pascual, Nick Calathes. Las lesiones de Mike James y ahora de James Gist son piedras en el camino de este nuevo Panathinaikos, pero a cambio parece que Bourousis va acercándose a la versión que ofreció en Baskonia, Singleton se confirma como un gran fichaje y K. C. Rivers será muy importante. Además el técnico catalán ha llegado a un baloncesto y un club que se adapta a la perfección a su filosofía, por lo que va a trabajar al menos sin esa presión añadida.

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Y hasta aquí mi relato del Pascualismo. Pretendía que fuera un texto breve, pero son tantos los momentos y tantas las emociones vividas en las ocho temporadas y media que ocupó el puesto de entrenador del Barcelona que es imposible no dejarse llevar. Tengo muchas ganas de que llegue el viernes a las 21:00 para ver un partido clave en el futuro del Barça Lassa, pero más aún de que unos minutos antes el Palau Blaugrana le dedique una sonorísima ovación a uno de los dos entrenadores que han levantado una Euroliga en el club, unos aplausos de reconciliación hacia un fantástico técnico ante el que principalmente hay que mostrarse agradecido. Yo al menos me voy a poner en pie y me voy a dejar las palmas cuando salte a su pista.