Comencemos subrayando evidencias. La primera, que el Barcelona tiene la liga en chino, a tenor de la distancia de 5 puntos con respecto al Real Madrid, 8 si suponemos que sucede lo normal en Mestalla y el líder vence al decimoséptimo en el encuentro aplazado por el Mundial de Clubes. Bien es cierto que restan 20 fechas, pero el margen del que gozan los blancos oscila entre considerable y sideral.

La segunda, que en Vila-real hubo un equipo que, sin llegar ni mucho menos a embelesar, hizo bastante más por ganar que el otro, o lo que es lo mismo: el partido del domingo lo gana el Barça 9 de cada 10 veces. De los 90 y pico minutos, 75 se disputaron en la cornisa del área local. Solo la poca fecundidad del intrépido pero errático Neymar –una constante en los últimos meses- y un poste puñetero –otro clásico- evitaron que los azulgrana se fueran del Estadio de la Cerámica con un saco de goles bajo el brazo.

Introdujo Luis Enrique tres novedades con respecto al equipo que hincó la rodilla en San Mamés. Umtiti, Rakitic y Alba cedían su puesto a Mascherano, Gomes y Digne, resultando especialmente llamativa la variación en el lateral izquierdo dado que ya es cada vez más habitual la presencia del portugués en detrimento del croata en el interior derecho, que no huele un minuto en Liga desde el Clásico. Convendría revisar las funciones de esta demarcación, en la que muchos juegan y nadie luce desde que Messi decidiera ocupar la mediapunta y Sergi Roberto relevara a Alves.

La puesta en escena de un Barcelona que aparentó solidez y puño de hierro en los primeros compases pronto se vio empañada por el primer arreón del Villarreal, que dispuso un arquetípico 4-4-2 y pudo desplegarse con cierta soltura, como sucedió ya en el minuto 7 cuando Sansone, insultantemente solo en el área culé, conectó con Dos Santos -también abandonado a su suerte por la zaga visitante-, que la mandó a Lima. No obstante, a los chavales de Lucho les seguiría invadiendo el sentimiento de tembleque en cada toque de corneta del submarino, disciplinado para custodiar la finca de Asenjo y propulsado en ataque por el descaro del goleador Sansone y el revitalizado Pato.

Cada ocasión de la que disfrutó el Barça en el primer acto guardó relación con Neymar. El brasileño, especialmente activo, echó en falta la pericia que demostró en Bilbao, aunque de fuera de nuevo –obviando a Messi- la mayor fuente de peligro de los azulgrana. Falla lo indecible, lleva 13 horas (¡!) sin marcar en Liga, pero tipos como el brasileño siempre en el equipo de quien esto firma. Es fácil: solo se equivoca quien se expone al error; o sea, quien no deja de intentarlo. Y a Neymar se le pueden atribuir tropecientos defectos; nunca falta de actitud y valentía.

Si bien es cierto que el fútbol del Barcelona no fluía con especial agilidad, a poco que hubiera respetado la puntería se habría abierto la lata en los primeros 45 minutos; no es menos cierto, sin embargo, que los de Luis Enrique evidenciaron un par de brechas relacionadas con el trabajo defensivo de las que viene brotando sangre en los últimos seis meses: la presión en campo ajeno es a veces desordenada a veces inexsistente y la transición ataque-defensa resulta del todo caótica y deficitaria. Así llegó el gol del Villarreal: pérdida de Digne en zona de 3/4s, salida sencilla de los amarillos y una situación de contragolpe de la que la dupla Pato-Sansone salió airosa ante Piqué, Mascherano y Sergi Roberto pese al auxilio de Neymar.

Con el 1-0, y contra todo pronóstico, la contienda adquirió un aire voluble y comenzaron a descubrirse poros en la retaguardia de un conjunto local que concedió ciertas opciones de contraataque a cambio de ganar alegría arriba tras el espaldarazo que supuso la diana de Sansone. No lo penalizó el Barça del estéril Neymar y el ofuscado Messi, tan empeñado en abonarse a la Liga que torció el gesto y tiró de agallas para sitiar la portería de Asenjo.

Ni sus compinches en la delantera, ni el poste ni un Iglesias Villanueva que no apreció penalti en una estirada memorable de Bruno –igual que luego dejó de señalar una mano meridiana de Mascherano de discutible voluntariedad- parecían por la labor de que Leo le echase el lazo a un encuentro que adquiría tintes cada vez más dramáticos a medida que fue apremiando el tiempo.

Entre tanto, ingresaron Arda por Digne y Denis por el anodino Gomes. Poca incidencia tuvieron ambas variaciones, pues ni Turan dio frutos como amenaza en el remate ni Denis mejoró ni por asomo la ya mediocre actuación de su homólogo.

Fue entonces, at the buzzer, cuando el Ser Superior fue de nuevo fuerza igualatoria y la puso allí donde jamás alcanzarán los guantes. Porque ya lo dijo REM: “If you believed they put a man on the moon…

Y es que, estando Messi de por medio, creer es inevitable.