No se asusten y cierren la pestaña cuando lean el título porque no pienso hablar de la simplona película de John McTiernan en la que Antonio Banderas aprende un idioma simplemente escuchando una conversación de unas horas, por supuesto que no. Esto va sobre el Athletic, un club con una idiosincrasia de sobra conocida que le hace único en el fútbol de élite. El conjunto bizkaino se sustenta en tres patas: los 11 guerreros que saltan al campo; lo que en Boca Juniors llaman La 12 (San Mamés en este caso); y su entrenador, este guerrero número 13 llamado Ernesto Valverde y que está haciendo un trabajo encomiable en La Catedral.

El riojano afrontó el reto de asumir el mando del Athletic Club por segunda vez en el año 2013, pero esta vez sería muy distinta a la primera. Si en 2003 iniciaba su carrera recogiendo un equipo reconocible pero que se había olvidado de luchar por títulos, diez años después se encontró un grupo con un poso competitivo que simplemente había que matizar. Los responsables de esta transformación por muy en las antípodas que estén el uno del otro fueron Joaquín Caparrós y Marcelo Bielsa.

El utrerano recogió un Athletic de entreguerras que desde que precisamente Valverde se fuera vio cómo pasaban por su banquillo entrenadores como Mendilibar, Clemente, Sarriugarte o Mané, todos proyectos que acabaron en sonoros fracasos y que casi condenaron al equipo bilbaíno a la Segunda División. No fue un camino fácil, pero Caparrós le cambió la cara al equipo y estabilizó a un club que coqueteaba más con los puestos de descenso que con los europeos, aprovechando esos cuatro años de proyecto para formar jugadores que luego han resultado vitales, para volver a colocar al Athletic en los puestos que su orgullosa afición reclama y para recuperar la ambición de pelear los títulos en disputa. Desde el año 1985 el Athletic no disputaba una final, y pese a aquel 4-1 en Mestalla ante el primer Barcelona de Guardiola algo cambió, algo se activó. En el campeonato de Liga las cosas mejoraron los dos años siguientes y el Athletic empezó a ser un equipo competitivo. Sólo faltaba creer un poco más, y de ahí El Loco.

Bielsa comandó una revolución dando un giro de 180 grados al buen hacer de Caparrós y unió a su causa a jugadores y afición, entregados al rosarino. Dicen que lo bueno, si breve, es dos veces bueno, pero en este caso no, porqué demasiado poco duró la aventura del argentino en Bilbao. Fusionó en una coctelera la pasión de San Mamés con la suya propia y de ahí salió una de las más grandes aventuras jamás contada, la de ese Athletic paseándose por Europa con el descaro por bandera y presentándose en dos finales de Europa League y Copa en las que la fatiga, el miedo y el rival pudieron más. El segundo año casi sobró al margen de situaciones concretas, como la irrupción de Aritz Aduriz, pero esa primera temporada fue un golpe en la mesa reclamando el sitio que les pertenecía. ¿Por qué no competir?

Y entonces llega Valverde, que muy inteligentemente mezcló el acelerado aprendizaje con su predecesor con su propia manera de entender el fútbol y como resultado consigue un equipo menos exagerado, menos bipolar y más estable y competitivo que el de Bielsa. Los fichajes de Mikel Rico, Balenziaga o Beñat ayudaron, así como la explosión de Laporte, Iñaki Williams o San José, pero ahora que finaliza su contrato y tras casi cuatro temporadas en el cargo se puede afirmar con total rotundidad que ha triunfado en su vuelta a San Mamés y que además ha sido un técnico de equipo y de club, de día a día y de proyecto.

Porque el Athletic no es un club cualquiera que puede reinventarse cada verano, sino que exige de una gran planificación y requiere de la complicidad del técnico. La forma en la que ha llevado el crecimiento de Laporte para que se convierta en un jugador de década en el club, la paciencia con Beñat hasta su mejor versión, la suave transición de Iraizoz a Kepa en la portería, el paso de De Marcos al lateral diestro, la obligada y decidida apuesta por los jóvenes o la tutoría constante a Williams hablan de un entrenador comprometido con el proyecto que ha medido sus decisiones pensando en el medio-largo plazo.

Hay una cosa que me parece especialmente admirable del Athletic que vivimos en la actualidad, y es su enorme ambición e inconformismo. Cada año presenciamos cómo equipos de no poco nivel “tiran” alguna de las competiciones que disputan para centrarse en su liga. El Athletic no. Los de Valverde heredaron esa virtud del equipo de Bielsa y no dimite de nada, no pone freno a su ilusión por hacer algo grande. No pocos equipos renuncian a competir contra los grandes de nuestra liga, pero el Athletic les mira de frente y les dice que acepta la batalla. Casi siempre la han perdido, pero casi siempre el rival ha sufrido. El título de la Supercopa ante el Barça de hace casi año y medio fue un premio más que merecido para un club que en el siglo XXI sólo ha disputado menos finales que Barcelona, Real Madrid, Atlético de Madrid, Sevilla y Valencia, concentradas de 2009 hasta ahora. La cuestión es si estas son las expectativas reales o han estado por encima, pero esta ambición es saludable para el propio club y para el fútbol español.

¿Renovará el Txingurri o no renovará? El club está poniendo todos los medios para prolongar este estado de gracia del proyecto más años, como demuestra la retención del deseado Laporte, el fichaje hace un año de Raúl García o la intentona por Oyarzabal, pero el marco de actuación del Athletic es tan limitado que un entrenador cotizado como Valverde bien podría pensarse su continuidad. En el horizonte del proyecto un miedo aterrador: que Aduriz se acabe. Esto nunca llega por más años que sume el donostiarra, pero ahora mismo el club no tiene un Plan B a una posición tan fundamental, más en una cultura como la del Athletic.

Ernesto Valverde no sabe lo que es puntuar en el Camp Nou con el Athletic (sí con Villarreal y Espanyol), pero ya desde la pasada eliminatoria de Copa del Rey desde Barcelona se le mira con lupa. Porque llega al Camp Nou como el guerrero nº 13 del Athletic Club pero se puede ir como el candidato nº 1 al banquillo del Fútbol Club Barcelona.