98 AÑOS Y EN TIERRA DE NADIE

Como un atracador de bancos entre rejas, el Valencia vive recordando el aroma que emana de una bolsa llena de botín, el subidón que da asaltar una plaza fuerte, un estadio complicado, semana tras semana. El día a día de quien se mantiene arriba, a veces brillando, otras a duras penas, es una adicción en sí misma. Cuando se lleva tiempo viviéndola y las malas decisiones marcan un camino que atraviesa el desierto, la mente se tuerce y el desánimo se encarga de que el reo dé círculos sobre la arena. Pero el recuerdo del subidón, de las noches en tensión, perdura.

Llegan los blanquinegros al Camp Nou inmersos en esa pesada apatía que ha implicado que perdieran, al menos, una veintena de puntos con respecto a una temporada de normalidad. Una vez exorcizado el fantasma del descenso, por el momento desaparecido, la temporada del Valencia no tiene demasiado interés más allá de saber cómo evolucionan los jugadores de mayor potencial, o para despejar las muchas incógnitas alrededor de un técnico tan atípico como Voro. Otros momentos relevantes pueden surgir del asalto a una plaza tan propicia, tan amiga de la tensión y la grandeza futbolística como la que se eleva en Les Corts. Además, se da la casualidad de que ayer el club cumplió noventa y ocho. Casi un anciano venerable, que ya ha vivido mucho.

Ocurre que la magdalena proustiana es polimórfica y, como tal, puede esconderse en el sabor del café, en el aroma del césped, en las reverberaciones que rebotan entre los huesos de hormigón de un coliseo. De ahí que el Valencia haya tenido con regularidad pequeñas resurrecciones contra el Barcelona. Sus jugadores se visten de gala, se disfrazan de lo que deberían ser, y se ponen a competir. Porque contra los blaugrana es más fácil, aunque parezca un absurdo, que contra otros.

Como siempre ocurre en estos escenarios, el partido se gestará en los primeros minutos, porque el Valencia desconectaría ante una goleada temprana. Hasta cierto punto, se la puede permitir. Voro tendrá que ofrecer a los suyos un escenario tácticamente sólido para esa fase inicial, porque Luis Enrique va a intentar capitalizar la debilidad de la plantilla rival en el aspecto psicológico. Es un condicionante demasiado claro, que no puede pasar desapercibido, y con el que la plantilla azulgrana está acostumbrada a lidiar. Con toda probabilidad, los che saldrán con tres centrocampistas, con Enzo Pérez en el vértice defensivo, mientras que Parejo y Soler asumen la tarea de defender presionando. El Valencia de Voro es amigo de jugar en un 4-3-3 pero defendiendo siempre con dos líneas claras. Uno de los medios se descuelga como mediapunta para que el delantero no presione solo, mientras que los jugadores de banda se repliegan. Una manera sencilla de poner el foco defensivo en la medular del juego rival.
El plan b, teniendo en cuenta la carestía de mediocentros de la plantilla y la lesión de Mario Suárez, pasaría por dar entrada a Eugeni, voluntarioso mediocentro del Mestalla. Una posibilidad que solo veremos si las cosas le salen muy bien al Valencia (o muy mal). Tanto en ataque como a la hora de sostener la posesión, Carles Soler tendrá muchísimo protagonismo o su equipo no competirá. Es condición sine qua non, y con razón: Soler es capaz de actuar como pivote sobre el que jugar cuando su equipo es presionado, en mayor medida que Parejo, que como jugador es superior a casi todos en dirección de juego, pero revolviéndose del pressing. Luego, cuando toca atacar, Soler se proyecta muchísimo para ser casi mediocentro, hasta pasar a ser casi delantero. Curiosamente, el público barcelonista ha conocido al máximo exponente de centrocampista de transiciones, Fábregas. Soler se le parece en muchas cosas.

En la delantera che encontramos las principales novedades con respecto a anteriores duelos. Si bien Munir ya marcó en la ida, se trata de un jugador en formación, cambiante, y que todavía carece de rol claro en Primera División. Ya no parte como delantero, sino como extremo, y pese a que no está brillando, ha sido capaz de jugar con Cancelo detrás: su retorno defensivo es mejor que hace unos meses. Pero son Zaza y Orellana los jugadores más interesantes. El uruguayo es oxígeno por dentro, y esa capacidad para jugar en espacios interiores, hasta la consolidación de Soler, era el elemento del que más carecía el Valencia. Con Enzo Pérez reutilizado de mediocentro y un Parejo poco incisivo por naturaleza (lo suyo es dominar desde el pase), el equipo era incapaz de progresar en zonas centrales, cayendo en un juego previsible y lento. Orellana soluciona muchos de estos problemas, aunque no es infalible. Simeone le hizo mucho daño hace dos semanas blindando los pasillos interiores que suele utilizar. Aun así, siempre es imprevisible, rápido, y creativo. La chispa en el ataque che. Zaza, en cambio, llegó en respuesta a otra carencia: faltaba un delantero contundente. Él lo es, sin duda, además de muy trabajador. Sobre su zancada trabaja el resto. A Simone le gusta engañar a los centrales rivales encimándolos cuando le dan la espalda, y así suele conseguir unas cuantas recuperaciones interesantes por partido. Cuando su equipo tiene el balón, Zaza es capaz de bajar balones eficazmente. No tiene tanto gol como otros, pero su aportación es indudable.

Más allá de las novedades, de las carencias y de las virtudes, todo seguirá girando alrededor del extraño contexto que rodeará el choque. En Barcelona debe ganar, como de costumbre, y el Valencia no está acostumbrado a jugarse tan poco, a estar tan profundamente sumido en la tierra de nadie de una clasificación que le sabe a tumba. Para los jugadores que plantará Voro sobre el terreno de juego, sentir el subidón de una noche grande debería ser lo normal, pero es una promesa que no se cumple. El Barcelona es la escala más difícil, y por eso mismo la más sencilla. Puede ser un oasis, una escala intensa, en un camino que ya se hace largo.