Cuando sonó la bocina del Sinan Erdem de Estambul que proclamaba a Eslovenia como campeona de Europa casi todos nos acordamos de alguien. Porque no fue una victoria más, esta tenía mucho de especial. Muchos se acordarían de Jure Zdovc y su obligada deserción de la selección yugoslava que ganaría el Eurobasket 1991. Otros tantos de Drazen Petrovic, el genio que estuvo más cerca de un gran título de selecciones con un país desmembrado de la antigua Yugoslavia hasta hace unos días. Yo del primero que me acordé fue de Jaka Lakovic.

El ex del Barça fue uno de los abanderados de la mejor generación eslovena de su corta historia, un grupo de jugadores cuyas mejores versiones nunca coincidieron, lo que les privó de aspirar a cotas mayores. Porque en un periodo de una década Eslovenia podría haber llegado a juntar a Rasho Nesterovic, Primoz Brezec, Erazem Lorbek, Matjaz Smodis, Bostjan Nachbar, Sani Becirovic, Goran Dragic, Beno Udrih o el propio Jaka Lakovic, es decir un equipo completísimo que por un motivo u otro nunca saboreó la gloria. Udrih renunció muy pronto, los problemas físicos de Smodis, los dos grandes centers veteranos, la explosión definitiva de Dragic justo cuando el resto va cayendo…

Además esta generación se va encontrando contra rivales de gran envergadura que les van apeando una y otra vez. La Alemania de Nowitzki en 2005, Turquía en 2006 y Grecia en 2007. En 2009 en el Eurobasket de Polonia tuvieron su gran oportunidad, jugando un buen baloncesto hasta semifinales, donde se encontrarían con Serbia, a la que habían derrotado con suficiencia en la 1ª fase, pero sucumbieron ante Teodosic y el embrión de la gran Serbia que vendría. La decepción fue mayúscula y nada fue lo mismo, ni siquiera en 2013 en casa, donde Tony Parker acabó con el sueño. Que Dragic, Doncic o Prepelic ganaran justamente ante Serbia es una redención para la generación de Lakovic, Brezec, Nachbar o Lorbek.

Lakovic llegó en el verano de 2006 al Barcelona como fichaje estrella procedente de Panathinaikos, donde Obradovic, acostumbrado a salirse con la suya, nunca le perdonó esa salida tras cuatro años en el OAKA donde lo ganó casi todo en a nivel nacional pero no en Europa, coincidiendo en el tiempo con Spanoulis y Diamantidis pero también con un Maccabi dictatorial. Al Palau llegaba tras la marcha del primer base del proyecto Ivanovic, Shammond Williams. Milos Vujanic y sus lesiones tampoco fraguaron, así que Lakovic formaría pareja junto a Ukic, que tenía tanto talento como lagunas, así que tampoco despegó el proyecto del montenegrino. En la tercera temporada se le buscó un compañero más cerebral en la figura de Pepe Sánchez, pero ya sin Navarro todo fue a peor y explotó en la Copa del Rey que le cuesta el cargo a Ivanovic. La llegada de Xavi Pascual le podría haber relegado a un plano menos protagonista desde su primera temporada completa, pero el fracaso de Barrett le multiplicó mientras Sada iba asomándose a lo que luego sería para el técnico de Gavá.

Hasta entonces nadie cuestionaba la titularidad del esloveno, pero llegado a ese punto de maduración del proyecto donde el objetivo ya era la Euroliga su rol pasa a ser otro tras la flamante llegada de Ricky Rubio, que se convierte en titular desde el minuto 1. Lakovic entonces empieza a ser base suplente, ese jugador revulsivo al que recurrir para agitar los partidos atascados cuando se necesitaban puntos, sobre todo en ese noble arte del triple tras salida de bloqueo tan característico de Jaka. En esa temporada 2009-2010 Lakovic ya participa menos. Casi inédito en la inolvidable final de París por la gran labor de Sada, esto sería un adelanto de lo que vendría un año más tarde, cuando su papel es más relevo de Navarro que de los bases, compartiendo minutos habitualmente con ellos. Caer ante Panathinaikos en 2011 en aquella fatídica serie de cuartos es un antes y un después en el proyecto de Pascual y también para él mismo, que pasa a tener un rol testimonial en el paseo posterior del Barça en ACB. Era hora de salir.

El legado que dejó Lakovic en el club tenía incluso más que ver con su compromiso con el equipo que con sus mayores logros deportivos, que llegaron más con él en un segundo plano que como titularísimo. Ojalá todos los jugadores foráneos tuvieran un grado de implicación con el vestuario, sección y ciudad como Jaka Lakovic, que siempre aceptó el rol que le tocó en cada momento, incluida esa última etapa en el B como tutor en pista de los jóvenes valores. Aquel gran Barça se entiende mucho por los caracteres que componían ese vestuario. Jugadores de la casa, extranjeros comprometidos como los que más y personalidades únicas, amén de una plantilla con gran talento, por supuesto.

Loquillo honraba a la generación española de los 80 en su canción Memoria de jóvenes airados, un equipo de leyenda sin título pero con muchos recuerdos. Desde estas líneas un recuerdo también para esta hornada de buenísimos jugadores eslovenos que no ganaron pero a los que Goran Dragic redime como hilo conductor entre las dos generaciones. Y aquí nos alegramos por Jaka Lakovic, por siempre uno di noi.