El circo, el fútbol y el “més que un club”

El pasado 1O hubo en Catalunya un Referéndum legítimo pero “ilegal” movido y movilizado por las bases de la sociedad y por toda su gente. Gran parte de ella se movió para organizar una manifestación que era algo más que insertar una mísera papeleta a una urna. No había valor jurídico alguno. No tenía ningún impacto legal, pero a la vez tenía al Estado en su máxima expresión en contra para reprimirlo. Y era en el patio de casa del Fútbol Club Barcelona. Y parte de su masa social estaba en el ajo. Barcelona este domingo no era una ciudad de fútbol ni estaba para darle cancha al circo. No este 1 de octubre.

Más allá del impacto político que estamos viviendo actualmente, que es histórico y tiene un futuro incierto, estuvimos ante una movilización de más de dos millones de personas que quisieron votar como protesta ante el Estado mientras las fuerzas y cuerpos de seguridad del mismísimo consideraron oportuno reprimir con violencia a cerca de 900 personas en el patio de casa del Barcelona.

El Barça es/era més que un club. Ese eslogan que surgió de Vázquez Montalbán para definir a un equipo que fue estandarte en su momento de algo más que un mero club de fútbol. Representaba el espacio en el que las reivindicaciones sociales y nacionales de su entorno más cercano podían manifestarse en un contexto en el que la manifestación no era ni mísero derecho.

Mezclar política y deporte siempre resulta complejo y complicado, es muy fácil caer en el error de hacer un mero artículo de opinión sin especial añadidos, pero era un escenario en el que aplazar el partido entraba dentro de lo razonable. No había espacio para el fútbol entonces, no desde el punto de vista lúdico festivo que se supone debe tener el deporte más allá de su negocio.

El pasado domingo, en un contexto social complejo que hacía, como mínimo, planteable la disputa de un partido de fútbol en la Ciudad Condal, el Barcelona (legítimamente) antepuso los riesgos deportivos y administrativos a su eslogan casi referencial de su historia.

Bartomeu, ante la presión de los estamentos de la competición, tomó la polémica decisión de jugar el partido, pero con el campo vacío para reflejar, en boca de Bartomeu, “jugar el encuentro de una manera excepcional. Para que (las personas) vean cómo estamos sufriendo». Un discurso que dos de sus directivos, Carles Vilarrubí y Jordi Monés, no compraron y por ello presentaron de inmediato su dimisión.

A nivel deportivo la decisión era lógica: Mossos d’Esquadra garantizaban seguridad, el castigo por no jugar podía costar la propia victoria final y en el fondo la UDLP no tenía culpa alguna de lo que estaba sucediendo en esos momentos en Catalunya. No era una decisión fácil. Bartomeu tuvo tres opciones: No jugar, jugar con el campo lleno (con un ambiente muy enrarecido) o hacerlo a puerta cerrada. Apostó por un punto medio que no acontentó a parte de su masa social, ni a parte de su propia directiva ni tampoco a alguno de sus estandartes de la primera plantilla (véase las declaraciones de Gerard Piqué).

Todas estas razones estaban argumentadas, pero jugar ese partido con centenares de heridos en las calles rozaba el cinismo. Era admitir que, en realidad, en el circo que es el fútbol actual no hay margen para la empatía con el entorno social más cercano, que en realidad importa mantener el ritmo frenético del partido-previa-descanso-previa-partido-previa-partido y que el Barcelona actual ya no responde de la misma forma que antes en un escenario como el actual.

Priorizó el factor competitivo y deportivo a su eslogan que tanta importancia e impacto tuvo en su momento en su sociedad y, en gran parte, renunció a ser més que un club.